Dios envió a Su Hijo a nuestro planeta pecaminoso como un humilde servidor para ayudarnos a conquistar dos de nuestros enemigos más temibles y mortales: el pecado y la muerte. Su victoria es nuestra cuando realmente creemos en Él y aceptamos la medida de fe que se nos ha dado a cada uno de nosotros (Romanos 12:3). Este vínculo divino de fe nos conecta con la fuente de la vida cuando la aceptamos y le entregamos nuestras vidas.
Jesús “llegó a ser ‘varón de dolores’ para que seamos partícipes del gozo eterno”. ~El paso a Cristo, pág. 13 Isaías 53 describe la humildad y el amor que se mostraron hacia la humanidad cuando Él se convirtió en nuestro Sacrificio: Él mismo era el sacerdote y la víctima.
“Cristo fue tratado como merecemos, para que nosotros seamos tratados como él merece… Él sufrió la muerte que era nuestra, para que nosotros recibiéramos la vida que era suya”. ~Ellen G. White, El Deseado de todas las gentes, pág. 25