Lección 1: Edición Maestros – La Misión de Dios en favor de nosotros: Primera parte – Sábado 7 de Octubre 2023

RESEÑA

El Dios de la Biblia es un Dios misionero. Su naturaleza y su carácter misioneros están cimentados, en primer lugar, en su iniciativa de crear a la humanidad a su imagen y en su deseo de relacionarse con ella. La relación de Dios con Adán y con Eva antes de la Caída se caracterizaba por la comunión diaria en el Jardín del Edén (Gén. 3:8). Elena de White señala: “Mientras [Adán y Eva] permaneciesen fieles a la divina Ley, su capacidad de conocer, gozar y amar aumentaría continuamente.

Constantemente obtendrían nuevos tesoros de sabiduría, descubriendo frescos manantiales de felicidad y obteniendo un concepto cada vez más claro del inconmensurable e infalible amor de Dios” (Patriarcas y profetas, p. 33). Por desgracia, el pecado interrumpió esa interacción cara a cara.

La Caída no puso fin a la misión de Dios en favor de la humanidad; le dio una nueva dimensión a su misión. Después de la Caída, la misión de Dios se basó en su iniciativa de redimir a la humanidad extraviada. Debido a su promesa de redención de Génesis 3:15, las Escrituras, en su totalidad, narran los diversos esfuerzos misioneros que Dios puso en marcha para rescatar y restaurar a la humanidad pecadora a su plan original. Dado que la misión es un atributo de Dios (es decir, la misión está cimentada en su naturaleza y su carácter), Dios se niega a abandonarnos.

COMENTARIO

La misión como un atributo de Dios

Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la Biblia tiene un mensaje unificado: Dios está empeñado en revertir las consecuencias de la Caída. Si las Escrituras, en su totalidad, giran en torno al infatigable acercamiento de Dios a la humanidad, Génesis 3:9 podría considerarse la pregunta que impulsa ese acercamiento. Génesis 3 es la narración del trágico intento de Adán y de Eva de independizarse de Dios, en un espíritu de autodeterminación. Este capítulo también es un recordatorio de la realidad del pecado y sus consecuencias. Las consecuencias de la decisión de Adán y de Eva los llevaron a ocultarse de Dios. La primera reacción de Dios a la difícil situación de la humanidad llegó en forma de una pregunta dirigida a Adán: “¿Dónde estás?” Comprender el propósito de esta pregunta es esencial para entender la intención de todo el accionar de Dios en las Escrituras.

Por empezar, “¿Dónde estás?” no es un interrogante teológico, es misiológico. Esta pregunta revela que, a pesar de su decisión equivocada, Dios no ha abandonado a Adán y a Eva. La rebelión humana no hace disminuir en lo más mínimo el deseo de Dios de relacionarse íntimamente con los seres humanos. Dios sigue amando y buscando a sus hijos errantes.

La pregunta “¿Dónde estás?”, la primera que la Biblia atribuye a Dios, habla más de una condición que de un lugar. Por lo tanto, la pregunta no pretendía averiguar exactamente dónde se escondían Adán y Eva de Dios; Dios nunca hace preguntas para obtener información. Su omnisciencia es fuente de conocimiento ilimitado, incluso de lo que aún no existe. Al ser omnisciente, Dios sabía exactamente dónde estaban escondidos de él Adán y Eva, qué habían hecho y en qué condiciones se encontraban.

La ausencia de Adán de su lugar habitual de encuentro con Dios era una clara evidencia de que algo andaba mal. Por lo tanto, la pregunta que Dios le hace a Adán, en Génesis 3:9, no es “¿Dónde estás?” en referencia a la ubicación geográfica de Adán. La pregunta “¿Dónde estás?” se refería a la relación: “¿Dónde estás relacionalmente?” Con las primeras consecuencias del pecado reveladas en los versículos anteriores, la pregunta de Dios tenía la intención principal de hacer que Adán y Eva pensaran en su relación con Dios. La pregunta pretendía hacerlos pensar en la consecuencia de su desobediencia a Dios. Adán y Eva tenían la oportunidad de examinarse a sí mismos y reconocer su culpa. La pregunta de Dios equivale a la siguiente indagación: “¿Por qué no apareciste en nuestro lugar habitual de encuentro? ¿Qué pasó con nuestra relación, para que intentaras mantenerte alejado de mí? ¿Qué significan estas hojas de higuera con las que se cubrieron?” La falsa promesa de Satanás a Adán y a Eva era que, mediante la desobediencia, llegarían a ser como dioses; en otras palabras, el pecado mejoraría la vida de ellos. Pero sabemos cómo terminó. Adán y Eva acabaron desnudos, en lugar de convertirse en dioses. Su solución a la nueva situación fue coser hojas de higuera para ocultar su desnudez. Si esta solución hubiera resuelto su situación, no habrían buscado esconderse de la presencia de Dios. Más bien, se habrían enfrentado a Dios porque él, supuestamente, no quería su bienestar supremo.

Además, “¿Dónde estás?” era el clamor ferviente de un Dios misionero cuya angustiosa indagación delata la conciencia divina del abismo que se había creado entre él y la humanidad. La pregunta era también una invitación para que sus hijos perdidos volvieran a una relación de amor y confianza con él. A la luz de la promesa de Génesis 3:15, la pregunta de Dios encierra una promesa de esperanza. Aunque el pecado ensombreció el plan divino para la humanidad a causa de la desobediencia de Adán y de Eva, el plan de Dios no se frustró. En medio del juicio, se hace la promesa de un Redentor.

Génesis 3 no es solo un relato sobre la realidad del pecado y sus consecuencias. En el centro también se encuentra una visión panorámica de la misión salvífica de Dios. Había al menos tres opciones cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios voluntariamente. En primer lugar, Dios simplemente podría haberlos descartado; es decir, podría haber dejado que murieran como resultado de su pecado, y luego haber creado seres humanos nuevos. En segundo lugar, Dios podría haber dejado que Adán y Eva languidecieran para siempre bajo las consecuencias de su mala decisión. La tercera opción, que Dios eligió, fue la de la redención: él salvará, mediante su sacrificio, el abismo relacional creado por la desobediencia voluntaria de Adán y de Eva. Aunque quizá sufran las consecuencias de su pecado, no vivirán para siempre en su condición caída. La redención de la humanidad no solo se prometió en palabras, también se vio en acción: “Y Dios el Señor hizo al hombre y a su esposa túnicas de pieles, y los vistió” (Gén. 3:21). Esta vestimenta es una expresión de la justicia y la gracia de Dios. Aunque el pecado, en cualquier medida, es ofensivo para Dios, él se ofrece bondadosamente a limpiarnos de toda inmoralidad de la carne y a cubrir nuestra desnudez con su justicia.

La encarnación como misión

La encarnación de Cristo fue fundamental para el cumplimiento de la misión de Dios. Mientras que en Génesis 3:21 Adán y Eva plasmaron la llegada del Redentor prometido vestidos con ropas confeccionadas por Dios mismo con pieles de animales sacrificados, la promesa se materializó en el Nuevo Testamento en el nacimiento de Jesús. Mediante la Encarnación, el Dios creador trascendente se hizo inmanente para revelarse de la forma más plena posible en términos humanos. En la Persona de Jesús, Dios se identificó plenamente con la humanidad, con el propósito expreso de revelar no solo el amor de Dios, sino también su intención salvífica hacia la humanidad. Dios no se mantuvo al margen de la humanidad en su esfuerzo por salvarla; al contrario, tendió un puente al tomar la naturaleza humana y experimentar las penas y las tentaciones humanas. Mediante los diferentes aspectos de su ministerio, Cristo no solo anunció el Reino de Dios con urgencia profética, sino también lo encarnó. Esto le dio un rostro, una voz y manos a la misión redentora de Dios. Al curar a los enfermos, limpiar a los leprosos, dar vista a los ciegos y re- sucitar a los muertos, Cristo demostró el poder de Dios para revertir plenamente la maldición de la Caída. Al hacerlo, Cristo reformuló el concepto del amor de Dios, a fin de que la gente pudiera entenderlo, experimentarlo y sentirse atraída hacia Dios. La muerte sustitutoria de Cristo fue la forma definitiva por la que Dios intentó reconciliar consigo a la humanidad alienada (Juan 3:16). El ministerio y el sacrificio de Cristo son la misión por excelencia.

La Segunda Venida: La misión de Dios cumplida

Las últimas palabras de Jesús en la Biblia son: “Ciertamente, vengo en breve” (Apoc. 22:20). La segunda venida de Jesús pondrá fin a la misión de Dios después de la Caída y abrirá la fase de la misión de Dios en la Tierra Nueva. La venida de Jesús para reclamar la Tierra como su Reino es la materialización de la promesa del Redentor en Génesis 3:15.

La fase de la Tierra Nueva en la misión de Dios marca la reversión completa de las consecuencias de la Caída: Dios volverá a estar en medio de su pueblo, el sufrimiento y la muerte dejarán de existir (Apoc. 21:3, 4) y los seres humanos tendrán acceso al árbol de la vida (Apoc. 22:2).

APLICACIÓN A LA VIDA

La pregunta primordial de Dios: “¿Dónde estás?” también va dirigida a cada uno de nosotros en la actualidad. La Biblia dice: “Todos pecaron, y carecen de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). En lugar de intentar huir de Dios por culpa de nuestros pecados, como hicieron sin éxito Adán y Eva, necesitamos examinar objetivamente dónde estamos en cuanto a nuestra relación con él y confesarle todo pecado que hayamos cometido. La seguridad es nuestra: “Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de todo mal” (1 Juan 1:9). Sin esta seguridad, realmente no podríamos cambiar el rumbo de nuestra vida espiritual.

Todo intento de cubrir nuestra propia desnudez ante Dios es tan imprudente como el intento de Adán y de Eva de cubrir su desnudez con hojas de higuera. Todas las soluciones diseñadas humanamente para tratar el pecado y la culpa son totalmente inadecuadas y sin valor. Las hojas de higuera de nuestras buenas obras, reputación y títulos eclesiásticos no son suficientes como coberturas espirituales. Solo Dios puede proveernos con la cubierta espiritual adecuada. La única solución duradera es la cobertura que él nos ofrece por medio de Jesús. Dios no cubre nuestro pecado y culpa; primero los quita, y luego nos cubre con la justicia de Cristo.

Así como Dios salió en busca de Adán y de Eva, también sale en busca de nosotros, no para castigarnos, sino para ofrecernos la reconciliación, con el fin de salvarnos del juicio que merecen nuestros pecados.

Radio Adventista
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