La palabra de Dios fue especialmente valiosa para aquellos primeros reformadores protestantes, cuando se separaron de las filas de líderes corruptos de la iglesia y comenzaron a ver las creencias erróneas que habían estado surgiendo de la Roma papal. Ya no se contentaban con seguir ciegamente las ideas falsas que les predicaba una jerarquía eclesiástica egoísta y pomposa.
A través de hombres fieles como Wycliffe y Tyndale, la verdad bíblica de sola scriptura (sólo las Escrituras) llegó a ser el pensamiento predominante entre los humildes seguidores de Dios. Poner la Biblia en manos de todos se convirtió en su objetivo, mientras trabajaban febrilmente para traducir las Escrituras a su idioma nativo, para que la gente común pudiera ver la verdad de Dios por sí misma.
Luego, hombres como Martín Lutero y Juan Wesley descubrieron las creencias de sola gratia (solo gracia) y sola fide (solo fe). Valientemente comenzaron a confiar en la fe y la gracia de Dios para salvarlos, en lugar de sus propias obras, a pesar de que sus ministerios divinamente inspirados finalmente les costaron la vida.
