Esta semana exploraremos estos temas:
- Domingo: La gracia de Noé a los ojos de Dios fue para él un tesoro que le salvó a él y a su familia.
- Lunes: La fidelidad de Abraham fue su tesoro que lo llevó a la Canaán celestial.
- Martes: Las malas decisiones de Lot casi le cuestan su tesoro celestial.
- Miércoles: Los errores tempranos de Jacob hicieron que tuviera que luchar por su tesoro piadoso.
- Jueves: Moisés eligió el tesoro de Dios en lugar de lo que tenía en Egipto.
Estos patriarcas bíblicos ejemplifican lo que significa guardar un tesoro en el cielo. Cada uno de ellos luchó por seguir a Dios tomando decisiones que hicieran avanzar el reino celestial de Dios. Haríamos bien en aprender de sus aciertos y errores, mientras crecemos para convertirnos en los fieles mayordomos que Dios desea que seamos.
Parte de nuestra estrategia de mayordomía debe incluir formas de invertir en el reino de Dios. Nuestro corazón no debería estar en este mundo viejo y pecaminoso. Somos peregrinos y forasteros aquí, pero Dios ha provisto una manera para que invirtamos en algo más valioso que cualquier tesoro encontrado en la tierra. Sólo hay un lugar para almacenar esta inversión de forma segura, y es en nuestros corazones. Véase Mateo 6:19-21.
Una manera de ver dónde están guardados nuestros tesoros es examinar cómo gastamos nuestro dinero. Las cosas que compramos revelan mucho acerca de dónde está nuestro corazón cuando se trata de Dios. Al compartir nuestro tiempo, talentos y riquezas con los menos afortunados, glorificamos a Dios y hacemos avanzar Su reino. Somos bendecidos con muchas recompensas de corazón, incluso antes de llegar al cielo.
La primera vez que se menciona la palabra “gracia” en la Biblia es en Génesis 6:8: Noé halló gracia a los ojos del Señor. Para ser sinceros, parece que Dios sentía más angustia que gracia ante la conducta de la mayor parte de la humanidad en vida de Noé. Pero Noé era diferente a sus vecinos. Génesis 6:9 nos dice que era un hombre justo y perfecto, y que caminaba con Dios.
El mundo se tambaleaba sin control, con mucho sufrimiento y caos debido a la extrema violencia que invadía a la población. Dios decidió que era necesario un diluvio universal para limpiar la tierra: estaba dispuesto a ver a toda la humanidad destruida de un solo golpe.
Todos, excepto Noé. Si Noé demostraba estar a la altura del desafío, podría salvarse a sí mismo y a su familia siguiendo explícitamente las órdenes de Dios de construir un arca y salvarse de las aguas que, con toda seguridad, iban a engullir todo el planeta.
Noé pasó muchos años, no sólo construyendo un enorme barco, sino predicando a todo el que quisiera escucharle que estaban destinados a ahogarse si no entraban en el arca cuando Dios dispusiera la llegada de las aguas (2 Pedro 2:5).