Esta semana exploraremos estos temas:
- Domingo: Jesús contó la parábola de un rico insensato que guardaba todas sus riquezas para poder disfrutar de la vida y gastárselas todas en sí mismo.
- Lunes: La vida es corta, y no puedes llevarte tus riquezas contigo después de morir.
- Martes: La buena administración incluye la planificación anticipada de lo que ocurrirá con nuestras posesiones cuando nos hayamos ido.
- Miércoles: Evita la caridad en el lecho de muerte, o esperar a morir para empezar a dar a Dios.
- Jueves: Una vez cubiertas las necesidades de nuestra familia, debemos compartir todo lo que tenemos con los necesitados, tanto antes como después de nuestra muerte.
A medida que envejecemos y nos acercamos a nuestros años de jubilación, naturalmente pensamos más en lo que nos depara el futuro. Es difícil no preocuparse por morir demasiado pronto o incluso por vivir demasiado y quedarnos sin dinero cuando no somos capaces de ganar más. Pero Elena de White aconseja a los ancianos que “…dejen a un lado la ansiedad y las cargas, y ocupen su tiempo tan felizmente como puedan”. (Testimonios para la Iglesia, vol. 1, p. 424)
Nuestros últimos años no tienen por qué ser miserables, cuando trabajamos con Dios y planificamos nuestros asuntos financieros con antelación. Tenemos la oportunidad de acumular tesoros en el cielo devolviéndole con sacrificio tanto como hemos sido bendecidos.
La mejor manera de disfrutar de nuestros años de jubilación es saber que incluso después de la muerte, otros serán bendecidos por nuestra planificación reflexiva. Ya se trate de la familia o de otros necesitados, siempre hay algo que podemos dejar atrás para este mundo que glorifica a Dios, aunque sólo sea el legado de un buen carácter, una vida bien vivida.
Como se muestra en esta parábola, no es bueno tener la actitud que nos hace querer sólo “comer, beber y estar alegres”. En otras palabras, nuestra riqueza acumulada no debe ser con el único propósito de gastarla egoístamente en nuestros propios placeres. Véase Lucas 12:16-21.
Somos tontos si vivimos como si no existiera Dios, ni la muerte, ni la recompensa celestial. Cualquier disfrute de este tipo de vida es sólo temporal y superficial. Revela un egoísmo de corazón que sólo nos llevará a la miseria al final. Todos somos tontos si vivimos sólo para el momento. Seamos ricos o pobres, podemos tener tesoros en el cielo, los únicos que Dios y los demás recordarán cuando ya no estemos.
Los años de jubilación, cuando termina nuestra vida laboral, no significan que nos convirtamos en ciudadanos improductivos, incapaces de contribuir al servicio de Dios. Para algunas personas, su productividad en la última etapa de su vida aumenta. El profeta Daniel y Juan el Revelador tenían más de 80 años cuando escribieron sus libros proféticos, que tanto nos ayudan hoy a comprender la Segunda Venida.
No hay por qué desperdiciar ninguno de nuestros años, ni siquiera los últimos. Si Dios nos da la fuerza para contribuir en algo a la causa de Cristo, debemos estar listos y dispuestos a hacerlo, sin importar nuestra edad o circunstancia.