La primera mitad del Evangelio de Marcos se centra en establecer quién era Jesús. A través de sus parábolas y milagros, llegamos a la conclusión de que Jesús era el Hijo de Dios, el Mesías que los judíos habían anhelado y orado. Pero entonces, otra pregunta desconcertante que hay que responder es cómo se traduce este conocimiento en la práctica religiosa. Anhelamos saber el tipo de fe que debemos tener para ser sus devotos seguidores.
Al profundizar en las situaciones que Marcos nos presenta en el capítulo siete, encontramos acusaciones de líderes religiosos a las que Jesús respondió de manera directa y sin disculpas. Jesús nos dice de diferentes maneras que las tradiciones del hombre nunca deben reemplazar los mandamientos de Dios. Y nuestra contaminación espiritual proviene de nuestro interior, no de fuera de nuestros cuerpos, como los judíos habían estado enseñando durante mucho tiempo.
Además. Veremos que la única persona en los Evangelios que ganó una discusión con Jesús fue una mujer. La historia de una mujer griega sirofenicia causó gran revuelo cuando pedía migajas de la mesa del Maestro, por así decirlo. Jesús inmediatamente accedió a su petición llena de fe de sanar a su hija endemoniada.
