Aunque se nos ordena descansar el sábado, el mandamiento es visto y redactado más bien como una invitación. Una invitación que no debemos rechazar, si queremos disfrutar de la relación más estrecha posible con Dios.
Sin el descanso de Dios en el sábado, nuestra creación no estaba completa. Y sin nuestro descanso en el sábado, nuestra re-creación no está completa. Perdemos la oportunidad de conversar con Dios de la mejor manera, en el día que Él bendijo para ese propósito.
Descansar de nuestras propias labores en el sábado, así como Dios descansó de las suyas, es la manera más efectiva de guardarnos de la autojustificación. Nos permite detenernos y recordar quiénes somos y qué parte tiene Dios en nuestra creación y redención. El sábado es, en efecto, una muestra del amor de Dios y del poder que se nos ha dado por medio de Cristo.
Nuestra adoración y alabanza a Dios en el sábado, especialmente cuando la compartimos con otros creyentes, es una experiencia que nos impulsará al tipo de descanso que Dios quiso desde el principio. El descanso eterno en nuestro hogar celestial, en presencia del Cordero, que murió para que estuviéramos allí.
El éxodo de Egipto fue una ilustración del amor y el cuidado de Dios por su pueblo. Además de en el santuario, la presencia de Dios se hacía sentir también a través de la nube que los seguía, que daba sombra durante el día y luz y calor por la noche.
Su hambre era satisfecha por el maná que aparecía en la tierra cada mañana, excepto el séptimo día. El sexto día caía el doble, y se asombraban de que la doble porción de ese día no se echara a perder en las horas del sábado. Fue toda una herramienta de enseñanza y ayudó a restaurar su conocimiento sobre el sábado, que se había perdido después de tantos años de esclavitud.
Los Diez Mandamientos dados en el Monte Sinaí incluían el sábado, vinculándolo al día en que Dios descansó después de crear el mundo. Muchos años más tarde, cuando la vida de Moisés estaba a punto de terminar, repitió su historia, pero añadió otra dimensión a su observancia del sábado. Señaló que el sábado era también una conmemoración de su liberación de la esclavitud (Deuteronomio 5:14, 15).
Por tanto, el sábado no sólo representa nuestra creación, nuestro nacimiento. También nos recuerda el nuevo nacimiento, nuestra re-creación. Nosotros también somos libres de la esclavitud del pecado. Como dijo Jesús a Nicodemo, debemos nacer de nuevo. El sábado es nuestra forma prescrita de conmemorar ambos acontecimientos.