Tal vez las dos reflexiones más importantes que se extraen de esta lección son…
- Reconocer que el origen de nuestra enfermedad, ya sea de la mente o del cuerpo, tiene varios factores involucrados. Puede estar relacionada con nuestro estilo de vida (que no debemos descuidar para corregirlo cuando sea posible), pero a veces simplemente ocurre debido a la naturaleza del pecado en nuestro mundo. El pecado, en general, lleva al dolor y finalmente a la muerte, independientemente de cómo hayamos vivido nuestra vida. Por lo tanto, no debemos juzgar a la persona afligida, ni sentirnos abrumados por la culpa cuando somos nosotros los que sufrimos.
- Hay que entender que Dios tiene muchas maneras de proporcionar curación. Viene de maneras inusuales y en momentos inesperados, pero siempre está ahí. El propósito y el deseo de Dios para sus hijos es disminuir los efectos de nuestra enfermedad, tanto interna como externamente. Él nos da la fuerza para soportar, así como a veces eliminar nuestro sufrimiento por completo. No hay que subestimar el consuelo que ofrece la erradicación final del pecado y la muerte. Podemos confiar en que una existencia sin dolor incluirá algún día a todos los que se han puesto en manos de Dios. Es esa curación completa y permanente que anhelamos en la Segunda Venida la que sanará nuestros espíritus decaídos y nos permitirá soportar nuestras pruebas. Esta esperanza proporciona innegablemente el verdadero descanso en Cristo.