Elías había llegado al final de su cuerda, después del escalofriante y amenazante mensaje de venganza de Jezabel. Corrió tan lejos como le fue físicamente posible. Sentado a solas bajo una retama (un arbusto de enebro, que era poca protección contra los elementos), exclamó que estaba dispuesto a morir. Reconoció que no era mejor que sus antepasados, a los que había denunciado como moralmente deficientes (1 Reyes 19:4). Sus esfuerzos no habían estado a la altura del alto nivel al que se sentía llamado.
Muchos versículos de la Biblia indican que Dios es consciente de nuestras frágiles tendencias emocionales. El Salmo 34:18 dice claramente que “el Señor está cerca de los que tienen el corazón roto”. Las Bienaventuranzas, tan bellamente expresadas en el Sermón de la Montaña de Jesús, mencionan a “los pobres de espíritu” y a “los que lloran” (Mateo 5:3, 4). Fueron las primeras bendiciones concedidas a sus oyentes hambrientos de espíritu. Y cómo debieron sentir alivio y validación por lo que habían soportado.
Dios entiende realmente nuestros desafíos. Él nos hizo. Él sabe que los ataques de Satanás son sentidos física, mental y emocionalmente por sus preciosos hijos. Y Él no nos abandonará en nuestros mayores momentos de dolor y desesperación. Puede que no sintamos su mano de forma tan visible y audible como lo hizo Elías, pero nuestros corazones pueden ser elevados por el conocimiento de que Dios está siempre a nuestro lado, nuestra fuente siempre presente de descanso y fuerza.
Al leer la experiencia de Elías en 1 Reyes 19, nos sorprende el cuidado atento y tierno de Dios por su profeta deprimido y suicida. El acontecimiento traumático que tuvo lugar, cuando Elías recibió instrucciones de Dios de matar a los profetas de Baal allí en el monte Carmelo, había dejado su marca de tristeza y culpa en su corazón emocionalmente destrozado (1 Reyes 18:40). Y luego recibir el mensaje de Jezabel de que buscaría venganza por esas necesarias ejecuciones fue todo lo que necesitó para sumir a Elías en las profundidades de la depresión.
Huyendo al desierto y expresando su deseo de morir, un ángel fue entonces enviado dos veces para alimentarlo y permitir que el profeta descansara y ganara fuerzas. Estos remedios básicos y físicos comenzarían a reanimar el ánimo decaído de Elías. Entonces, después de cuarenta días de ayuno, se le permitió escuchar la voz tranquila y pequeña de Dios en la montaña, donde había sido guiado.
Dios proveyó las necesidades de Elías, dándole fuerza y energía para continuar su ministerio hasta el final. Se le prometió un mañana mejor, y vio esa promesa cumplida más tarde, cuando un carro de fuego lo escoltó a los atrios del cielo sin ver la muerte. Este episodio de triunfo nos permite vislumbrar el futuro de los que están vivos y viajarán directamente al cielo en la Segunda Venida sin ver la muerte.