Esconderse es tan fácil de hacer, y a menudo es nuestra primera respuesta, cuando los problemas se vuelven demasiado difíciles para que los soportemos por nuestra cuenta. Adán y Eva experimentaron ese mecanismo de afrontamiento justo después de pecar al comer el fruto prohibido. Intentaron desesperadamente esconder sus cuerpos desnudos el uno del otro, pero también de Dios.
Dios ofrece cubrirnos con su manto de justicia, sus vestiduras de salvación (Isaías 61:10). Ya no hay necesidad de escondernos detrás de nuestras escasas hojas de higuera. Jesús ha pagado la pena por lo que hemos hecho. La culpa y la vergüenza ya no tienen que mantenernos escondidos.
Si hay alguna lección que Jesús quiere que aprendamos, es que ha proporcionado una salida a nuestros fracasos tumultuosos. Él nos encuentra, antes de que sepamos que estamos perdidos. El camino hacia el perdón es tan simple como pedirlo. Dios está esperando que salgamos de nuestro escondite. No nos sacará de nuestro escondite, pero nos llama, esperando que usemos su voz para encontrar el camino de vuelta.