La única manera de amar a Dios es hacerlo de manera suprema, con todo nuestro ser (Deuteronomio 6:5). El amor a Dios debe superar nuestro amor a todo y a todos los demás en nuestra vida.
Este tipo de amor debe tener lugar a nivel individual. Podemos formar parte de un cuerpo mayor de creyentes, pero somos personalmente responsables de nuestro propio amor y fidelidad a Dios. Amar a Dios puede ser apoyado por nuestra comunidad de fe, pero sólo puede ser experimentado y practicado por individuos, tocados primero por el amor de Dios.
En medio del reparto de la ley y de las obligaciones de la alianza, se nos devuelve constantemente al amor de Dios que inició, sostiene y perpetúa nuestro camino de fe. Devolver ese amor es primordial para nuestra reconciliación con Dios ahora y nuestro futuro eterno con Él algún día.