Las promesas de Dios existen desde “antes de los tiempos” (Tito 1:2). Sabemos que antes de que nuestra tierra tomara forma, el plan de salvación de Dios fue establecido. Podemos ser justificados a través de nuestra fe en Dios, así como Adán, Abraham, Moisés y todos los seguidores de Dios han sido siempre justificados.
Dios ha prometido que será nuestro Dios y nosotros seremos su pueblo (Levítico 26:12). Esta relación especial, que se nos ofrece a través de la alianza, se expresa en toda la Escritura, no sólo en el Deuteronomio. Pero lo vemos claramente aquí, a través de los últimos sermones de Moisés. Él derrama su corazón a los hebreos, implorándoles que se mantengan firmes en su compromiso con Dios.
Más tarde, Pablo implora a los creyentes gentiles que se aferren a estas mismas promesas. El evangelio de la justificación por la fe es también una bendición para nosotros hoy. Véase Gálatas 3:8, 9. Al obedecer los mandamientos de Dios, cuando se hace como una expresión de nuestro amor por Él, nosotros también seremos el pueblo especial de Dios e instrumentos para difundir el evangelio al mundo.