Aunque Moisés no era perfecto (sus errores del pasado le impedirían incluso entrar en Canaán), estaba enamorado del pueblo al que servía. Más de una vez intercedió ante Dios por ellos, hasta el punto de ofrecer su propia vida por la de ellos después de la experiencia del becerro de oro (Éxodo 32:31, 32).
Este ministerio de intercesión en un momento tan crucial de la historia de la salvación haría de Moisés un tipo de Cristo. El Mesías también tendría la misión de interceder y salvar a su amado pueblo de la esclavitud del pecado (Hebreos 7:25).
Cuando Moisés suplicó a Dios que “perdonara su pecado” (Éxodo 32:32), el idioma original significa en realidad “soportar su pecado”. Moisés comprendió plenamente la gravedad de sus actos de desobediencia y la necesidad de que su Redentor lo soportara por ellos de forma sacrificada.
El estudio del ministerio de Moisés nos enseña lo que significa amar verdaderamente a los demás por encima de nosotros mismos.