Al igual que con la paciencia, Dios nos muestra la clase de humildad que se necesita para someterse a Dios. Jesús modeló la sumisión perfecta a su Padre con una humildad que siempre será inigualable para los seres creados por Dios. Él, siendo el propio Creador, se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:3, 14). Se sometió no sólo en la vida, sino también en su muerte obediente (Filipenses 2:8).
Jesús renunció a la igualdad con Dios para servirnos como ningún ministerio terrenal antes o después. Su vida de amor desinteresado y compasión por los más necesitados no tiene parangón por su amplia influencia en la iglesia a lo largo de los tiempos.
Nuestra capacidad de servicio depende igualmente de que muramos como una semilla y nos sometamos a la voluntad de Dios. Debemos hacer todo lo posible para ser como él, muriendo a sí mismo al morir al pecado.