Había muchos rituales y ceremonias relacionados con el Día de la Expiación, el único día del año en que el Sumo Sacerdote entraba en el Lugar Santísimo del santuario. Pero en Hebreos 10:19-23 se describe “un camino nuevo y vivo” en el que podemos entrar con valentía a través del velo y estar en comunión con Dios.
Gracias al sacrificio de Jesús, podemos “acercarnos con un corazón verdadero”, uno que ha sido “lavado con agua pura”. Por medio de la fe, “nuestros corazones son rociados de una mala conciencia”. Podemos confesar nuestra esperanza en las promesas de Dios “sin vacilar”.
Esta es realmente una manera nueva y viva de acercarse a Dios y qué bendición es tener a Jesús y lo que Él hizo por nosotros como nuestro boleto para hacerlo. El pacto de Dios nunca ha sido tan atractivo. Con el sacrificio de nuestro Señor, el juicio de Satanás ha comenzado (Juan 12:31). Ha sido expulsado del cielo para siempre; su destino está asegurado.
El antiguo pacto, descrito como viejo y obsoleto (Hebreos 8:13), es sustituido por el nuevo pacto, un “camino nuevo y vivo” para comulgar con Dios y disfrutar de una relación más plena con Él (Hebreos 10:20).
La resurrección y la ascensión de Jesús, presenciadas por sus discípulos, elevaron su fe y no les dejaron ninguna duda sobre su lugar y su ministerio en el cielo. Para ellos, la seguridad de nuestra salvación era una realidad, un hecho confirmado por un acontecimiento muy real (Hebreos 7:22).
La tipología de dos de las peregrinaciones anuales, la Pascua y Pentecostés, les quedó muy clara. Nadie cuestionó el significado de estos símbolos solemnes.
La tercera peregrinación, en la que Jesús les acompañaría a su patria celestial, se esperaba con anhelo (Juan 14:3). En este viaje no tendrían que construir “cabañas” o tiendas. La cabaña de Dios bajaría del cielo y ellos irían a vivir con Él para siempre en la Tierra Prometida, la Nueva Jerusalén (Hebreos 11:10, 16).
Con tanto dolor y sufrimiento que se experimenta en nuestro atribulado mundo de hoy, qué mejor noticia es que Jesús algún día acabará con todo. En nuestros cuerpos glorificados y rejuvenecidos, atravesaremos el velo que nos ha separado y nos encontraremos con nuestro Señor cara a cara.