La mayoría de nosotros no nos detenemos a pensar en cómo nos acercamos a Dios. Caín asumió que su ofrenda de los frutos de su trabajo era suficiente y no entendió por qué Dios no aceptó su intento de acercarse a Él.
Medita en Hebreos 11:4, que habla de Abel presentando una ofrenda más perfecta que la de Caín. ¿Cuál fue esa ofrenda y por qué fue aceptada? ¿Cómo se consideró que Abel era justo? ¿Fue por su propia justicia o por el cordero simbólico que sacrificó con tanta ternura en el altar de Dios? ¿De qué manera su ofrenda nos sigue hablando a nosotros?
Nosotros, como Caín, a menudo entramos en la presencia de Dios con un espíritu presuntuoso, en lugar de humilde. Nos humilla pensar que Dios ya nos ha proporcionado una ofrenda. Nada de lo que hagamos será suficiente para concedernos la bendición de aparecer en su presencia. Sólo a través de la carne de Cristo, representada por el velo, se nos permite ver a Dios cara a cara.
Venir “con valentía al trono de la gracia” no significa con un espíritu de orgullo. Sólo un espíritu humilde puede presentarse ante Dios. Santiago 4:10 nos dice que “humillaos ante el Señor, y él os levantará”. Con este espíritu humilde, anhelamos verle cara a cara, como oímos en esta canción…