Ezequiel nos dijo que el rey simbólico de Tiro tenía un corazón enaltecido por su belleza (Ezequiel 28:17). Isaías entra en más detalles sobre el orgullo involucrado en la rebelión que comenzó en el cielo (Isaías 14:12-15), y declara claramente que fue Lucifer, un ángel caído, quien comenzó a causar tantos problemas en el universo.
Uno no puede dejar de notar cuántas veces aparece la palabra “yo” en la descripción que hace Isaías de este ángel orgulloso. El orgullo es, en efecto, un enfoque malsano en el yo. Vemos su naturaleza divisiva y corrosiva todos los días en el ámbito humano, cuando la gente trata de ponerse por encima de los demás.
La Biblia enseña que hay dos reinos distintos que luchan por nuestra atención. Se habla del reino de Dios como Salem, Monte Sión o Jerusalén. El reino de Satanás ha sido referido como Babel y Babilonia.
Cuando pensamos en Babel, específicamente en la Torre de Babel, se nos dice que el orgullo fue un factor en su construcción. Querían “hacerse un nombre” (Génesis 11:4). También hubo orgullo en el gobierno de Babilonia. El rey Nabucodonosor construyó una imagen de oro, que representaba a Babilonia, y obligó a la gente a inclinarse ante ella.
En las profecías del Apocalipsis sobre los últimos tiempos, los términos “Nueva Jerusalén” y “Babilonia” siguen identificando los lugares que se convierten en nuestro destino final.
Apocalipsis 12 nos cuenta aún más sobre el conflicto celestial que Lucifer instigó entre los ángeles. Evidentemente, su rebelión no fue una simple diferencia de opinión o un choque de ideas conflictivas. Parece haber ido más allá de las palabras hasta llegar a un punto de guerra real, con batallas tan severas que resultaron, según algunos, en que un tercio de la multitud celestial fuera arrojada del cielo con él (Apocalipsis 12:7-9, 4).
El capítulo 12 del Apocalipsis nos da una visión general de esta gran controversia entre Cristo (al que se refiere como Miguel, véase Daniel 12:1) y el dragón, o Satanás (al que más tarde se llamó Lucifer). Junto con la información sobre la guerra en el cielo, revela las muchas luchas y dificultades que esta guerra ha causado a la iglesia (el pueblo de Dios en la tierra). Su persecución es reconocida como parte del conflicto, y fue predicha por Juan para continuar hasta el pueblo remanente de Dios del tiempo del fin.
El apóstol Pablo también reconoció la controversia, señalando que no luchamos contra la carne y la sangre, sino “contra los gobernantes de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales” (Efesios 6:12). A continuación, describe el tipo de armadura que Dios nos proporciona para luchar contra estas fuerzas del mal. La verdad, la justicia, la paz, la fe y la salvación, pero sobre todo la oración, son necesarias para resistir los ataques del enemigo de Dios.