La Iglesia Católica Romana, en el segundo milenio después de Cristo, se había convertido en un gigante temible y dominante con una autoridad jerárquica corrupta que gobernaba la mayor parte de Europa. Reyes, reinas y todos los que gobernaban se vieron obligados a rendir homenaje a las demandas del Papa.
Satán. a través del papado, estaba decidido a hacerse rey de reyes y señor de señores, en lugar de Cristo, el único digno de ese santo título (Apocalipsis 17:14). Los engaños del diablo funcionaron tan bien en aquel entonces, que Dios ha predicho que usará esa misma táctica en los últimos días, cuando se dice que la persecución volverá a levantar su fea cabeza (Apocalipsis 13:11, 12).
Sin embargo, por la gracia de Dios, hubo algunos creyentes en el segundo milenio que comenzaron a ver los vergonzosos compromisos con la palabra de Dios que poco a poco se habían arraigado en las doctrinas de la iglesia medieval. La conducta de los propios sacerdotes se consideraba totalmente opuesta al carácter humilde y al ministerio amoroso de Cristo.
Uno por uno, los reformadores se manifestaron contra el férreo gobierno del papado. La luz de Dios brilló sobre cómo los pocos fieles debían proceder con sus quejas individuales. A cada uno de los reformadores se le dio algo de verdad de la palabra de Dios para magnificar y cambiar la iglesia.
