Una de las cosas que nos convierte en las criaturas superiores de Dios, las hechas a su imagen, es nuestra libertad para elegir a quien amamos y queremos servir. Qué bendición tener esa opción. El verdadero amor y la felicidad no pueden existir sin nuestro consentimiento voluntario.
Adán y Eva, los primeros en habitar nuestra tierra, recibieron libre albedrío desde el principio. En Génesis 2: 16-17, Dios les advirtió que podían comer de cada árbol en el jardín, pero uno. Si hubieran amado a Dios lo suficiente como para obedecer esa simple restricción, habrían escuchado y creyendo su palabra y se mantuvieron alejados del árbol del conocimiento que conduciría a su muerte.
Lamentablemente, eligieron el camino de la incredulidad y la rebelión, con la horrible consecuencia que luego fue el asesinato de su hijo Abel. Ese primer asesinato, y toda la muerte y el mal que ha seguido, nos llevó a la conclusión de que el mal es el resultado de hacer mal uso de nuestra libertad de elección dada por Dios.