Lección 7 Edición Maestros – Misión en favor del prójimo – Sábado 18 Noviembre

RESEÑA

Lee la parábola del Buen Samaritano (Luc. 10:25-37) y reflexiona en las siguientes preguntas: Lucas 10:29: “¿Y quién es mi prójimo?” Hacer o responder esta pregunta desde una perspectiva personal (“¿Quién es mi prójimo?”) ¿cambia el énfasis o la prioridad: del que necesita ayuda al que la ofrece? Ese cambio de perspectiva ¿supone el riesgo de cambiar el mensaje y el principio que Jesús quiere que entendamos y practiquemos?

Lucas 10:36: “¿Cuál de estos consideró que el herido era su prójimo?” La pregunta de Jesús se remite al hombre al que le robaron, sus heridas y sus necesidades. Jesús centra su atención en la persona que fue robada y maltratada y a la que se le brindó ayuda. Jesús también contrasta con los prójimos que tuvieron la oportunidad de ayudar pero se negaron a hacerlo. Lucas 10:37: “El doctor de la Ley respondió: ‘El que tuvo misericordia de él’. Entonces Jesús le dijo: ‘Ve, y haz tú lo mismo’ ”. Como muestra Jesús, no basta con responder bien la pregunta. En su instrucción al experto en la Ley, Jesús subraya la importancia de la acción, de poner en práctica el evangelio. Es decir, debemos ser las manos y los pies del cuerpo de Cristo.

COMENTARIO “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

Al formar parte de la comunidad de Dios, veremos el problema de cada uno de sus miembros y experimentaremos lo que significa vivir con ellos y sufrir también con ellos. Podemos esperar que, al sufrir con la comunidad, también suplamos sus necesidades. Debemos ser el prójimo de los necesitados. Muchos en la comunidad sufren y necesitan ayuda. ¿Podemos averiguar quién necesitará nuestra ayuda como prójimo? Mi iglesia, ¿está aliviando el sufrimiento de los necesitados o estamos contribuyendo al sufrimiento, ya sea deliberadamente o por ignorancia?

Cabe señalar que las palabras de Jesús en Mateo 23 fueron severas, cargadas de verdad respecto de la situación y el contenido de la religiosidad de Israel. Las palabras de Jesús también estaban dirigidas a la restauración de su pueblo, a fin de que este pudiera ser un prójimo compasivo. Jesús quería que su pueblo entendiera su Ley de una manera nueva; quería que Israel se centrara en Dios y también en su prójimo. La intención de Jesús para Israel era: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu mente” (Mat. 22:37). Este precepto es el primer y mayor Mandamiento. Pero el segundo Mandamiento es una extensión del primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39). Las personas individuales no pueden practicar la equidad y la justicia, el amor y el cuidado por sí solas; también se necesita que la iglesia, el cuerpo de Cristo, los practique.

Los profetas del Antiguo Testamento como defensores del prójimo

Los profetas del Antiguo Testamento fueron muy francos en cuanto a las leyes y los reglamentos relativos al prójimo o a los que necesitaban curación y salvación. Estas leyes y reglamentos, pronunciados mediante los profetas, eran la forma en que Dios comunicaba su voluntad de que Israel diera testimonio a su prójimo, de que fuera una luz para las naciones. Los profetas debían servir como heraldos del evangelio y portavoces contra todas las injusticias y el mal.

Los profetas instaron al pueblo y a sus dirigentes: “Aprendan a hacer el bien; busquen justicia, restituyan al agraviado, defiendan al huérfano, amparen a la viuda” (Isa. 1:17), y prohibieron que oprimieran “a la viuda, ni al huérfano, ni al extranjero, ni al pobre” (Zac. 7:10). Los profetas también condenaron ferozmente toda injusticia. Elías reprendió al rey Acab por asesinar a Nabot y robarle su viña. Amós fustigó a los gobernantes de Israel porque, a cambio de sobornos, pisoteaban la cabeza de los pobres, aplastaban a los necesitados y negaban la justicia a los oprimidos, en lugar de dejar que “la justicia fluyera como un río y el derecho como una corriente inagotable” (John R. W. Stott. Decisive Issues Facing Christians Today [Tarrytown, NY: Fleming H. Revell Company, 1990], p. 236).

La estructura y la sociedad de Israel “exaltaban el trabajo, denunciaban la ociosidad, esperaban que los padres formaran a sus hijos para que adquirieran destrezas con sus manos, fomentaban la reciprocidad humana y la justicia, y demostraban una preocupación activa por el prójimo” y, sobre todo, “respetaban la dignidad tanto del hombre como de la mujer, portadores de la imagen divina” (Arthur F. Glasser, Announcing the Kingdom: The Story of God’s Mission in the Bible [Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2003], p. 88). Además, el culto y la obediencia a Dios están directamente relacionados con la justicia y la filantropía. Estas series van de la mano, del mismo modo que la justicia y la misericordia hacia el prójimo están relacionadas con andar humildemente delante de Dios. Todas las instrucciones y las normas para el bienestar y el trato justo de los pobres, los extranjeros, los huérfanos, las viudas y los vulnerables tienen su origen en Dios, aquel que cuida de sus hijos y muestra compasión y misericordia hacia quienes lo necesitan. Un escritor hace eco del mensaje bíblico al resumir el mandato evangélico de cuidar de los pobres: “Hablar de la pobreza es tocar el corazón de Dios” (William Robert Domeris, Touching the Heart of God: The Social Construction of Poverty among Biblical Peasants [Nueva York: T & T Clark, 2007], p. 8). A menudo se formula una pregunta: ¿Cómo puedo ayudar a mi prójimo, que a menudo es el pobre, el sin techo y el desempleado, a obtener las bendiciones de la providencia de Dios y a vivir la vida que Jesús quiere que los seres humanos vivan? He aquí una declaración de Elena de White que arroja luz sobre el tema: “Si los hombres se fijaran más en la enseñanza de la Palabra de Dios, encontrarían solución a esos problemas que los dejan perplejos. Mucho podría aprenderse del Antiguo Testamento respecto de la cuestión del trabajo y de la asistencia al pobre.

“En el plan de Dios para Israel, cada familia tenía su propia casa y con suficiente tierra para la labranza. De este modo quedaban asegurados los medios y el incentivo para hacer posible una vida provechosa, laboriosa e independiente. Y ninguna especulación humana ha mejorado jamás ese plan. La pobreza y la miseria que imperan hoy se debe en gran parte al hecho de que el mundo se apartó de dicho plan” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 138).

Las lecciones y las instrucciones de la Biblia nos ayudan a comprender la intención de Dios respecto del prójimo necesitado. Dios quiere que estemos en conexión con su Palabra para que podamos ser instrumentos de misericordia y amor para los que sufren y necesitan esperanza. Además, “es el propósito de Dios que los ricos y los pobres vivan unidos por lazos de simpatía y de ayuda mutua” (ibíd., p. 145). Esta unión será una bendición para ambos grupos. Ayudará tanto a pobres como a ricos a comprender el plan de salvación de Dios, y establecerá el hecho de que una vida de benevolencia revelará verdades espirituales que solo pueden comprenderse en medio de la angustia y el sufrimiento. Solo mediante nuestro amor y servicio al prójimo que necesita ayuda podemos demostrar la autenticidad de nuestro amor a Cristo. El verdadero servicio misionero proviene de nuestro verdadero amor por nuestro Salvador, un sentimiento que refuerza la noción de que ser a menudo es más importante que dar o simplemente hacer buenas acciones por los necesitados o los pobres. “El mensaje del Antiguo Testamento es un llamado a un estilo de vida ético ejemplificado en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. Tiene que ver con seguir los principios de Dios al vivir una vida de testimonio, ayuda, y amar al prójimo y a los necesitados como a uno mismo” (Ji?í Moskala, “The Mission of God’s People in the Old Testament”, Journal of the Adventist Theological Society, 19/1-2 [2008], p. 58).

La vida y la misión de Jesús

La compasión manifestada en la vida y el ministerio de Jesús fue el mejor ejemplo que se les haya podido dar a los discípulos, los apóstoles, los seguidores y los nuevos creyentes de la iglesia apostólica primitiva. Jesús (Emanuel) habitó entre hombres y mujeres para restaurar y salvar, para sanar y perdonar, con un amor que fue incluso más fuerte que la misma muerte. Su especial atención hacia el prójimo, el otro (que incluía a los necesitados, los pobres, los enfermos, los endemoniados, los extranjeros y muchos otros), hizo que el Hijo de Dios dedicara gran parte de su tiempo y su energía a sanar y a cuidar de todos ellos durante su ministerio terrenal. Las acciones de Jesús siempre confirmaban sus enseñanzas, y su ministerio de curación (salvación) ratificaba lo que predicaba. El suyo era un ministerio de restauración, que sanaba la mente, el cuerpo y el espíritu de los seres humanos. Jesús vino a revelar el carácter de Dios a la raza humana caída y, con ello, hizo posible la restauración de la imagen de Dios en sus criaturas. Cuando se satisfacen las necesidades tanto de los que son miembros de la iglesia como de los que no lo son, cuando nos convertimos en prójimo de los pobres y suplimos sus necesidades, cuando vemos al hambriento y al sediento y les damos de comer, cuando vestimos al desnudo y visitamos al encarcelado, entonces los miembros del cuerpo de Cristo tienen verdadera comunión con Dios y entre ellos. Esta comunión demuestra que ya no somos egoístas, sino que podemos compartir y vivir juntos una vida que da testimonio de una religión y una vida verdaderas y puras, la vida de Cristo. El apóstol Pablo alentó la misión al prójimo, instando a los miembros de la iglesia a hacer el bien a todos, especialmente a las que pertenecen a la familia de los creyentes (Gál. 6:10). Pero Pablo también tenía una visión más amplia de esta misión de compasión hacia el prójimo, que abarcaba incluso a nuestros enemigos: “Si tu enemigo tuviera hambre, dale de comer; si tuviera sed, dale de beber” (Rom. 12:20).

APLICACIÓN A LA VIDA

Todo el evangelio de Jesucristo, un evangelio capaz de curar y salvar, de proteger y restaurar, ¿cómo puede transformar a nuestro prójimo en heredero del Reino de Dios? Creemos que esta transformación es una obra, o un ministerio, que debe realizarse mediante el poder del Espíritu de Dios, para que muchos reciban la gracia del evangelio de Cristo y sean transformados a su semejanza en beneficio de las familias, las comunidades y las naciones, para gloria de Dios. ¡Qué diferencia supondría que todos nos comprometiéramos intencionadamente con este ministerio! Lo que más importa es: ¿quién es Jesucristo para nosotros hoy? ¿Qué significa esta pregunta en términos prácticos? “La verdadera caridad ayuda a los hombres a ayudarse a sí mismos. Si llega alguien a nuestra puerta y nos pide de comer, no debemos despedirlo hambriento; su pobreza puede ser resultado del infortunio. Pero la verdadera beneficencia es algo más que mera limosna. Significa un interés genuino por el bienestar de los demás. Debemos tratar de entender las necesidades de los pobres y angustiados, y darles la asistencia que mejor los beneficiará. Prestar atención, tiempo y esfuerzo personal cuesta mucho más que simplemente dar dinero, pero es verdadera caridad” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 147).

Radio Adventista
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