Lección 3 Edición Maestros: “Comprendamos la naturaleza humana” Para el 15 de Octubre de 2022

Edición para maestros. Cuarto trimestre de 2022

“Comprendamos la naturaleza humana”

Lección 3 :- Para el 15 de Octubre de 2022

RESEÑA

Textos clave: Génesis 1:27, 28; 2:7; Eclesiastés 12:7; 1 Tesalonicenses 5:23.

Dios creó a la humanidad a su imagen como el acto culminante de su Creación física. El lenguaje poético empleado por primera vez en la Biblia enfatiza este hecho: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gén. 1:27). La historia bíblica de la Creación es inequívoca en su enseñanza de que tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen de Dios. Fueron hechos de la misma naturaleza, con diferentes funciones biológicas, y además fueron creados totalmente dependientes de Dios. Aunque no son inmortales, porque solo Dios es inmortal (1 Tim. 6:16), podrían vivir eternamente si permanecían en una relación de confianza y amor con su Creador. El monismo bíblico enseña que cada ser humano fue creado como una unidad y que ninguna dimensión de un ser humano puede existir después de la muerte de una persona. La expresión alma inmortal y la enseñanza de que los seres humanos nacen inmortales, o con almas o espíritus inmortales, no se encuentran en la Biblia. Los seres humanos, o almas, no son inherentemente inmortales. Los seres humanos no tienen una existencia consciente fuera del cuerpo. Después de morir, la consciencia deja de funcionar. La inmortalidad humana siempre, y únicamente, deriva de Dios.

COMENTARIO
Creados magistralmente como almas vivientes El relato de la Creación deja en claro que los seres humanos fueron creados por Dios. Génesis 2:7 describe dos de las acciones íntimas del Creador. El resultado de esas acciones fue la creación del primer ser humano, Adán (la primera acción): “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y [la segunda acción] sopló en su nariz aliento de vida, y [el resultado] fue el hombre un ser viviente [néfesh jaiá]” (Gén. 2:7). Ontológicamente hablando, somos una unidad (cuerpo + espíritu = alma viviente). Dios creó a Adán como una persona viviente, o un ser humano; literalmente, en hebreo, “un alma viviente”. La palabra “alma”, en este contexto, significa “persona”, “ser”, “yo”. La base de la antropología bíblica es que somos un alma; no que tenemos un alma. Hans Wolff pregunta: “¿Qué significa néfesh [alma (…)] aquí [en Gén. 2:7]? Indudablemente no significa alma [en el sentido dualista tradicional]. Néfesh está asociado a la forma completa del hombre, y especialmente con su aliento; además, el hombre no tiene néfesh, es néfesh, vive como néfesh” (H. W. Wolff, Anthropology of the Old Testament [Filadelfia, PA: Fortress, 1974], p. 10).
Dios creó al ser humano como un cuerpo animado y vibrante, no como un alma encarnada. Por lo tanto, los seres humanos no fueron creados con un alma inmortal, como una entidad dentro de ellos, per se; como seres humanos, son almas. El uso posterior de este término en las Escrituras confirma esta doctrina.
Por ejemplo, (1) el libro de Génesis cuenta cuántas “personas” se mudaron a Egipto con Jacob, y a estas personas se las llama “almas” (Gén. 46:15, 22, 25, 26, 27); (2) Lucas menciona cuántas personas se bautizaron después de la predicación de Pedro el día de Pentecostés: unas tres mil personas (Hech. 2:41; literalmente, tres mil almas).
El cuerpo, el alma y el espíritu funcionan en estrecha cooperación, lo que revela una intensa relación de simpatía entre las facultades espirituales, mentales y educativas de una persona. A estos aspectos hay que añadirles también una dimensión social, porque fuimos creados como seres sociales. Pablo profundiza en este aspecto multidimensional del comportamiento humano y explica que, como seres humanos, debemos dejar que Dios nos transforme por su gracia y su Espíritu: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5:23).
Por lo tanto, todo lo que somos y hacemos debe ser santificado por Dios. Dentro de nuestra existencia como seres humanos, experimentamos la vida en los niveles físico, emocional, mental/intelectual, espiritual y social. Estos aspectos no se pueden separar. Por ejemplo, cuando hacemos ejercicio físico (ya sea que corramos o trabajemos en el jardín), también entran en juego nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, así como nuestra salud mental, espiritual (en el caso de que ores o recites un texto bíblico), y nuestras facultades sociales (si no estamos solos) durante el tiempo de nuestra actividad.

La muerte: inversión de la vida
La muerte provoca una inversión de la actividad creadora de Dios, de nuestra existencia como seres vivos. Lo más importante que debes saber es que nuestra identidad está en manos de Dios. Eclesiastés enmarca este pensamiento en lenguaje poético: “Acuérdate de tu Creador […] antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ecl. 12:1, 6, 7). “Espíritu” aquí significa “carácter” (Sal. 32:2), nuestra identidad. Dios no se olvida de nosotros, porque nuestros nombres están en el Libro de la Vida (Fil. 4:3; Apoc. 3:5; 13:8; 20:15; 21:27).
Contrariamente a la noción común de la inmortalidad, el espíritu humano no sobrevive a la muerte y no continúa su existencia consciente sin fin. El alma, como ser humano, es mortal. El profeta Ezequiel aclara que el “alma” es mortal cuando afirma: “El alma [hebreo, néfesh, es decir, persona humana] que pecare, esa morirá” (Eze. 18:4). Un alma, es decir, una persona, que no vive según la voluntad de Dios perecerá. Esto significa que un alma (ser humano) puede pecar y morir. Jesús lo confirma:
“Temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mat. 10:28). Fíjate que Jesús habla de que la persona en su totalidad (“el alma y el cuerpo”, las dimensiones interna y externa de nuestra existencia) será destruida en el infierno (guéenna), en el lago de fuego.
El alma no existe sin el cuerpo y no sobrevive a la muerte del cuerpo. Solo Dios puede quitar la vida al alma, lo que significa que el alma no es inmortal. Alma aquí significa la vida de una persona, su existencia total y su destino (no se refiere a un alma o espíritu inmortal); mientras tanto, el cuerpo representa solo una existencia física temporal. Claude Tresmontant afirma acertadamente: “Al aplicar al hebreo néfesh [alma…] las características de la psyjé platónica [alma], […] dejamos que se nos escape el verdadero significado de néfesh y, además, nos quedamos con innumerables pseudoproblemas” (C. Tresmontant, A Study of Hebrew Thought, trad. Michael Francis Gibson [Nueva York: Desclee Company, 1960], p. 94).
La muerte es dormir o descansar, y morir es reunirse con el pueblo de Dios; es decir, ser puestos en la tumba junto con él (Gén. 25:8; 2 Sam. 7:12; 1 Rey. 2:10; 22:40; Sal. 13:3; Juan 11:11-15; Hech. 13:36; Apoc. 14:13). Los muertos no saben nada, no alaban a Dios, no trabajan, no hacen planes ni ninguna otra actividad en la tumba (Job 3:11-13; Sal. 115:17; 146:4; Ecl. 9:5, 10).
La idea de la inmortalidad del alma es de origen pagano
La creencia en la inmortalidad del alma proviene de la filosofía griega. Pitágoras basó sus enseñanzas religiosas en el principio de la metem-psicosis. La metempsicosis postula que el alma nunca muere, sino que está destinada a un ciclo de renacimientos hasta poder librarse de este ciclo mediante la pureza de su vida. Pitágoras creía en la transmigración o la reencarnación del alma vez tras vez en el cuerpo de seres humanos, animales o vegetales hasta volverse inmortal. La antigua religión griega fue la que influyó sobre las ideas de Pitágoras sobre la reencarnación.
Platón reforzó esta enseñanza helenística al lograr que la creencia de la inmortalidad del alma humana se impusiera tanto que se convirtió en una creencia popular. Durante el período intertestamentario, la enseñanza del tormento eterno (Judit 16:17) y la práctica de orar por los muertos (2 Macabeos 12:39-45) comenzó a penetrar en el judaísmo (no obstante, para excepciones a estas tendencias, ver también Tobías 14:6-8; Eclesiástico 7:17; 19:2, 3; 21:9; 36:7-10; Baruc 4:32-35; 1 Macabeos 2:62-64; 2 Macabeos 7:9, 14). Flavio Josefo menciona que los fariseos creían en la inmortalidad del alma (ver Flavio Josefo, La guerra de los judíos 2. 8. 14; Antigüedades de los judíos 18. 1. 2, 3).
Tertuliano (c. 155-220), un apologista cristiano, fue uno de los primeros entre los cristianos en afirmar que los seres humanos tienen un alma inmortal: “Por lo tanto, puedo utilizar la opinión de Platón, cuando declara: ‘Toda alma es inmortal’ ” (Tertuliano, “On the Resurrection of the Flesh”, Ante-Nicene Fathers, t. 3, eds. Alexander Roberts y James Donaldson [Peabody, MA: Hendrickson Publishers Inc., 2004], p. 547).
Oscar Cullmann desafía el enfoque de Tertuliano y se opone a él. Cullmann escribió un libro muy influyente, y en él argumenta que la idea de la inmortalidad humana es de origen griego, y que los teólogos tienen que decidirse por una de estas opciones: la creencia en un alma inmortal o la inmortalidad recibida como regalo en el momento de la resurrección. (O. Cullmann, Immortality of the Soul or Resurrection of the Dead? The Witness of the New Testament [Nueva York: Macmillan Company, 1958].) Brevard Childs explica: “Ya hace mucho que se señaló que, según el Antiguo Testamento, el hombre no tiene alma, sino que es un alma (Gén. 2:7). Es decir, es una entidad completa, y no un compuesto de partes: cuerpo, alma y espíritu” (B. S. Childs, Old Testament Theology in a Canonical Context [Filadelfia: Fortress, 1985], p. 199).
Algunos eruditos tratan de defender la idea de la vida después de la muerte simplemente apelando al sentido común, porque no hay una declaración bíblica al respecto. Por ejemplo, Stewart Goetz afirma: “Las Escrituras en su conjunto no enseñan que el alma existe. Las Escrituras simplemente presuponen la existencia del alma porque su existencia está afirmada por el sentido común de la gente normal” (S. Goetz, “A Substance Dualist Response”, en In Search of the Soul: Perspectives on the Mind-Body Problem—Four Views of the Mind-Body Problem, ed. Joel B. Green, 2a ed. [Eugene, OR: Wipf and Stock, 2010]. p. 139). Sin embargo, el “sentido común” puede ser muy engañoso.

APLICACIÓN A LA VIDA

  1. ¿Qué significa, relacional y ontológicamente hablando, ser creado a imagen de Dios?
  2. Solo Cristo, mediante su gracia, su Espíritu y su Palabra, puede restaurar la imagen de Dios en la humanidad. ¿Cómo puedes vivir como una persona creada a imagen de Dios?
  3. Si somos criaturas mortales sin un alma inmortal, explica cómo podemos tener vida eterna por toda la eternidad.
  4. Dios puso en cada corazón humano el anhelo de la eternidad (Ecl. 3:11). ¿Cómo puedes ayudar a despertar este profundo deseo en un compañero de trabajo o un vecino agnóstico o ateo con tu forma de actuar y tus conversaciones con ellos?
Radio Adventista
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