Lección 3 Edición Maestros: “El Evangelio Eterno” Para el 15 de Abril de 2023

Edición para maestros. Segundo trimestre de 2023

“El Evangelio Eterno”

Lección 3 :- Para el 15 de Abril de 2023

RESEÑA

La lección de esta semana se centra en el gran conflicto entre el bien y el mal a lo largo de los siglos. Apocalipsis 12 presenta cuatro grandes episodios en este conflicto: la rebelión de Lucifer en el Cielo, su intento de destruir al niño jesús, su ataque al pueblo de Dios durante la Edad Media y su ataque final al pueblo remanente de Dios en el tiempo del fin. En cada uno de estos conflictos, Cristo se revela como el Señor victorioso, el Redentor triunfante y el poderoso Conquistador.

El pensamiento clave de la lección de esta semana es que, a pesar de los feroces ataques de Satanás contra el pueblo de Dios y sus intentos de destruirlo, Jesús gana y Satanás pierde. Este pensamiento es vital para aprestarnos a entender el mensaje de Apocalipsis para el tiempo del fin, que se encuentra en Apocalipsis 14:6 al 12. Aunque el pueblo de Dios enfrentará opresión, persecución y cárcel, así como un boicot económico y un decreto de muerte, tiene la absoluta seguridad de que, en la Cruz, Jesús triunfó sobre los principados y las potestades del infierno. Satanás es un enemigo derrotado. El mismojesús que nunca perdió una batalla contra Satanás tampoco perderá la batalla final. Jesús guiará a su pueblo a la victoria en el conflicto final de la Tierra.

Nos aguardan tiempos difíciles. El pueblo de Dios enfrentará su mayor prueba en los últimos días de la historia de la Tierra, pero podemos enfrentar nuestras pruebas futuras con la suprema confianza de que en Jesús, por medio de Jesús y gracias a Jesús, nosotros también podemos salir victoriosos.

 

COMENTARIO

Bien podríamos decir que Apocalipsis 12 es la bisagra sobre la que gira todo el libro de Apocalipsis. En el capítulo 12 radica la esencia del último libro de la Biblia y este hace la transición de todo lo que pasó antes a todo lo que vendrá. El capítulo 12 vincula los capítulos anteriores del Apocalipsis con los capítulos siguientes. Apocalipsis 1 comienza con la imagen gloriosa de Cristo como nuestro Creador, Redentor, Sumo Sacerdote y Rey venidero. Luego, el libro de Apocalipsis procede a introducir tres secuencias de sietes: las siete iglesias, los siete sellos y las siete trompetas. Cada una de estas secuencias culmina en victoria para Cristo y su iglesia.

El propósito de estos primeros capítulos es revelar con claridad de qué manera Cristo finalmente aborta los intentos sucesivos de Satanás de destruir al pueblo de Dios y mostrar el triunfo final de Jesucristo en el conflicto cósmico entre el bien y el mal. La revelación de Jesucristo en cada uno de estos capítulos allana el camino para la revelación de Jesús por medio de su pueblo en Apocalipsis 12:17. Previo a esta revelación, en cada secuencia sucesiva de siete, vemos que hay creyentes fieles que vencen, que no ceden a las fuerzas opresivas del mal, que son leales a Cristo y que adoran con los fieles de todas las edades ante su trono (Apoc. 7:9-12).

En la última de estas secuencias de siete, el séptimo ángel toca la trompeta y dice a gran voz: ” ‘El reino del mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y reinará para siempre jamás’ ” (Apoc. 11:15). Los primeros 11 capítulos del Apocalipsis nos dan la seguridad de que Cristo, quien triunfó sobre los poderes del infierno a lo largo de los siglos, triunfará en el conflicto final de la Tierra. Aunque se ha pisoteado la verdad, el pueblo de Dios sufrió persecución y decenas de miles fueron martirizados, Satanás nunca ha podido erradicar la verdad de Dios ni destruir a su pueblo por completo. La llama de la verdad pudo haber parpadeado, pero nunca se ha apagado. Siempre ha habido una luz en la oscuridad. Finalmente, la gloria de Dios alumbrará toda la Tierra (Apoc. 18:1).

 

El evangelio eterno

Para los adventistas del séptimo día, el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14 es un tema que nos une. Es una declaración de fe que nos identifica. Define quiénes somos como pueblo y describe nuestra misión en el mundo. Nuestra identidad profética única está trazada en Apocalipsis 14:6 al 12 y en ella basamos nuestra pasión por proclamar el evangelio a todo el mundo.

Elena de White lo expresa de esta manera:

En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han sido colocados en el mundo como centinelas y transmisores de luz. A ellos ha sido confiada la tarea de dirigir la última amonestación a un mundo que perece. La Palabra de Dios proyecta sobre ellos una luz maravillosa. Una obra de la mayor importancia les ha sido confiada: proclamar los mensajes del primero, segundo y tercer ángeles. Ninguna otra obra puede ser comparada con esta y nada debe desviar nuestra atención de ella.1

 

Un libro repleto de esperanza y de gracia

Cuando la mayoría de la gente piensa en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, no lo asocia con la gracia. Sus pensamientos se vuelven inmediatamente hacia bestias aterradoras, símbolos místicos e imágenes extrañas. El libro no es grato para mucha gente. En una ocasión, un peluquero le comentó a un pastor adventista: “Anoche leí el libro de Apocalipsis y me asusté tanto que me costó dormir”. Afortunadamente, el pastor pudo asegurarle que el mensaje de Apocalipsis es un mensaje de esperanza.

Es lamentable que tantas personas se abstengan de leer el Apocalipsis y que lo vean con ojos de miedo. El primer versículo del primer capítulo proclama el libro como la revelación de Jesucristo: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1:1).

Apocalipsis es un mensaje repleto de esperanza y de gracia para el tiempo del fin. Describe a Cristo como el Cordero inmolado 28 veces. Nos dice en Apocalipsis 1:5 que él es Aquel “que nos ama y que por su sangre nos ha librado de nuestros pecados” (NVI). Proclama que en Cristo somos perdonados. La gracia perdona nuestro pasado, fortalece nuestro presente y nos brinda esperanza para el futuro. En Cristo somos libres del dolor y el poder del pecado, y un día cercano seremos libres de su presencia. Este es el mensaje repleto de esperanza y de gracia del último libro de la Biblia.

 

El evangelio eterno

Fijémonos que los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14 comienzan hablando del “evangelio eterno” (vers. 6). El evangelio es la piedra fundamental sobre la cual descansa el mensaje de Apocalipsis. Si fallamos en entender la profundidad del evangelio, perderemos todo el mensaje de los tres ángeles. Nunca podremos entender por completo la relevancia del mensaje de la hora del juicio de Dios si no entendemos el evangelio. Nunca entenderemos completamente la advertencia del cielo sobre la caída de Babilonia y el llamado de Dios para que su pueblo salga de ella si no entendemos el evangelio. Nunca entenderemos la fatídica advertencia sobre la marca de la bestia si no entendemos el evangelio.

¿Qué es el evangelio? Los teólogos han discutido este asunto durante siglos. Tal vez la respuesta más acertada la podemos encontrar en el Calvario. A unos metros de donde Jesús colgaba de la cruz, también crucificaban a un ladrón convicto. El dolor de la crucifixión era terrible: los rústicos clavos aplastaban el nervio mediano, el cual atraviesa el brazo, la muñeca y la mano. Si alguna vez se ha golpeado el codo contra una superficie dura, se habrá dado cuenta de que los nervios de los brazos y las manos son muy sensibles. Pero en la crucifixión, el dolor iba mucho más allá que un golpe momentáneo. La cabeza del grueso clavo atravesaba el nervio y el dolor era continuo y sin alivio. Las víctimas crucificadas solían responder con gritos e imprecaciones, justo lo que hizo uno de los ladrones. El otro, escuchó ajesús reaccionar ante el mismo dolor, no con imprecaciones sino con una oración de perdón.

Algo se despertó en la mente del segundo ladrón; tal vez los primeros recuerdos de su niñez recitando la shemá a la hora de acostarse, o tal vez un extracto de la Torá que había escuchado en la sinagoga en el que se revelaba al Mesías sufriente de Israel. Lo que hizo luego, fue sorprendente. Primero, aceptó su propia culpa; reconoció que era un pecador. Luego, aceptó lajusticia de Cristo. Y finalmente, habiendo confesado que no merecía la salvación, la pidió de todos modos y la obtuvo. ¡Recibió la garantía directa del Señor mismo!

Esa es la elegante sencillez del Calvario. Ese es el corazón del evangelio. En la cruz, Cristo tomó la iniciativa. Con los brazos extendidos, se acercó a la humanidad perdida. El ladrón moribundo vio el amor de Dios revelado en Cristo crucificado. Reconocemos nuestros propios errares, reconocemos lajusticia de Cristo y luego, basados únicamente en su justicia, aceptamos la salvación que él ofrece de manera gratuita.

En su primera Epístola a la iglesia de Corinto, Pablo describe el evangelio con elocuencia:

Ahora, hermanos, quiero recordarles el evangelio que les prediqué, el mismo que recibieron y en el cu al

se mantienen firmes. […] Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce (1 Cor. 15:1,3-5, NVI).

Pablo es claro en su definición del evangelio. El evangelio es la extraordinaria buena noticia de la muerte de Cristo por nuestros pecados, su gloriosa resurrección y su perenne amor y preocupación por nosotros.

El evangelio es la gozosa realidad de que Jesús nos librará del castigo y del poder del pecado y, finalmente, de su misma presencia. Por la fe en su sangre derramada y el poder de su resurrección, somos librados de la culpa y de las garras del pecado.

Justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristojesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y-el que justifica al que es de la fe de Jesús (Rom. 3:24-26, NVI).

El Cristo crucificado lo redimió de la condenación y de la culpa de su pasado.2 El Cristo resucitado le dio poder para el presente. Y el regreso de Cristo le dio esperanza para el futuro. Fijémonos en tres detalles de este pasaje: (1) somos justificados gratuitamente por la gracia; (2) la gracia es una declaración de la justicia de Dios; y (3) mediante la gracia, Dios justifica a los que creen en Jesús.

En Romanos 5:6 al 8, Pablo repasa el concepto de la gracia:

En Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguien tuviera el valor de morir por el bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

La gracia de Cristo es completamente inmerecida y no podemos ganarla. Jesús sufrió la muerte agonizante y dolorosa que sufrirán los pecadores perdidos. Experimentó la plenitud de la ira o el juicio del Padre contra el pecado. Fue rechazado para que nosotros pudiéramos ser aceptados. Murió la muerte que era nuestra para que nosotros pudiéramos vivir la vida que era suya. Portó la corona de espinas para que nosotros pudiéramos portar la corona de gloria. Fue clavado en una cruz en una posición vertical sumamente dolorosa para que nosotros pudiéramos sentarnos en el trono celestial con los redimidos de todas las edades, vistiendo las vestiduras de la realeza para siempre. Maravilla de maravillas, maravilla de maravillas, en nuestra vergüenza y culpa Jesús no nos rechazó, sino que se acercó amorosamente para aceptarnos.

Elena de White explica el significado de la cruz en El Deseado de todas las gentes.

Sobre Cristo como sustituto y garante de nosotros fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Fue contado por transgresor, para que pudiese redimirnos de la condenación de la ley. La culpabilidad de cada descendiente de Adán abrumó su corazón. La ira de Dios contra el pecado, la terrible manifestación de su desagrado por causa de la iniquidad, llenó de consternación el alma de su Hijo. Toda su vida Cristo había estado proclamando a un mundo caído las buenas nuevas de la misericordia y el amor perdonador del Padre. Su tema era la salvación aun del principal de los pecadores. Pero en esos momentos, sintiendo el terrible peso de la culpabilidad que carga sobre sí, no puede ver el rostro reconciliador del Padre. Al sentir el Salvador que de él se retraía el semblante divino en esta hora de suprema angustia, atravesó su corazón un pesar que nunca podrá comprender plenamente el hombre. Tan grande fue esa agonía que apenas le dejaba sentir el dolor físico.

Con fieras tentaciones, Satanás torturaba el corazón de Jesús. El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por parte del Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. Cristo sintió la angustia que el pecador sentirá cuando la misericordia no interceda más por la raza culpable. Lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón fue el sentido del pecado, lo cual atraía la ira del Padre sobre él como sustituto del hombre.3

En la cruz, Cristo asumió la penalidad por el pecado de toda la humanidad. Cargó con la eulpa y la vergüenza del pecado de la raza humana. Las oscuras sombras de la muerte se cernieron sobre la cruz, y Jesús experimentó la muerte que todos los pecadores no arrepentidos sufrirán como resultado de la culpa y la vergüenza del pecado (Gál. 3:13; 2 Cor. 5:21).

Esta es la historia del amor sin medida del Salvador. Es la historia de un Salvador que nos ama tanto que preferiría experimentar el infierno antes que perdernos a uno de nosotros. Es la historia de un amor ilimitado, insondable, incomprensible, imperecedero, interminable e infinito que anhela que estemos con él eternamente; y de Aquel que estuvo dispuesto a asumir la culpa, la condenación y las consecuencias de nuestro pecado al punto de que, de haber sido necesario, habría permanecido separado de su Padre para siempre, si eso era lo que se necesitaba para salvarnos.

Redimidos por la gracia, motivados por el amor y fortalecidos por el Espíritu de Cristo que mora en nuestro corazón por la fe, el pecado ya no reina en nuestra vida (ver Romanos 6:12). Aunque en nuestra humanidad a veces podemos fallar, ya no estamos bajo el dominio del pecado. Su dominio sobre nosotros se ha roto. En Romanos 8:15, el apóstol Pablo dice: “Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (RVC).

 

La historia de la gracia

La gracia no fue algo que se improvisó. A Dios nunca se le puede tomar por sorpresa. A él no le afectan los vientos cambiantes de las elecciones de los seres humanos. Su plan para liberarnos del dominio del pecado no fue algo que se le ocurrió al momento cuando el pecado asomó su horrendo rostro. Juan habla “del Cordero que fue sacrificado desde la creación del mundo” (Apoc. 13:8, NVI). El apóstol Pedro añade: “Ustedes saben que fueron rescatados de una vida sin sentido, la cual heredaron de sus padres; y que ese rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, sin mancha y sin contaminación, como la de un cordero, que ya había sido destinado desde antes de que Dios creara el mundo, pero que se manifestó en estos últimos tiempos por amor a ustedes” (1 Ped. 1:18-20, RVC).

La frase “evangelio eterno” en Apocalipsis 14:6 habla del pasado, el presente y el futuro. Dios creó a la humanidad con la capacidad de tomar decisiones morales, por lo que tenía claro que los humanos podrían tomar decisiones erradas. Una vez que sus criaturas tuvieron la capacidad de elegir, tuvieron la capacidad de rebelarse contra su naturaleza amorosa.

La única forma de evitar esta realidad habría sido crear seres robóticos, controlados y manipulados por algún plan cósmico divino. Pero una lealtad forzada es contraria a la naturaleza misma de Dios. El amor requiere elección, y una vez que a los seres humanos se les dio el poder de elegir, existió la posibilidad de que tomaran la decisión equivocada. Por tanto, el plan de salvación fue concebido en la mente de Dios antes de la rebelión de nuestros primeros padres en el Edén.

En El Deseado de todas las gentes, leemos esta perspicaz declaración:

El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, un plan formulado después de la caída de Adán. Fue una “revelación del misterio que por tiempos eternos fue guardado en silencio” (Rom. 16:25). Fue una manifestación de los principios que desde edades eternas habían sido el fundamento del trono de Dios.3

La frase “evangelio eterno” habla de un Dios que ama tanto a los seres humanos que él creó, que aunque conocía perfectamente las consecuencias de sus elecciones, hizo provisión para su futura rebelión antes de que esta sucediera.

Hay otro sentido en el que el evangelio es eterno. El evangelio le habla de aceptación, perdón, pertenencia, gracia y un poder transformador a una generación que está en la búsqueda de amor genuino y auténtico y que anhela relaciones significativas. Le habla de un Dios de amor incondicional, que se preocupa tanto por nosotros que hará todo lo posible para redimirnos porque nos quiere con él para siempre.

El evangelio eterno no solo habla del pasado y del presente, sino que promete un futuro esperanzador. Habla de vivir eternamente con Aquel cuyo corazón anhela estar con nosotros para siempre. El evangelio habla de una relación eterna con el Cristo que nos creó y nos redimió para que pudiéramos vivir con él por las edades eternas.

A pesar del conflicto entre el bien y el mal que existe en el universo y la distorsión del carácter de Dios por parte de Satanás, el evangelio de la gracia y el amor ilimitado de Dios será predicado hasta los confines de la tierra como testimonio de su eterna bondad.

¿Qué es el evangelio? Como se le mostró al ladrón moribundo en el Calvario, es la buena noticia de que la salvación es un regalo de Dios. Él no nos salva porque somos buenos, sino porque él es bueno. Nuestra salvación no depende de nuestras obras, sino de su gracia. Todas nuestras buenas obras están motivadas por el amor y fortalecidas por la gracia. Cuando se le preguntó a Elena de White si el mensaje de lajustificación por la fe le restaba valor a los mensajes de los tres ángeles, su respuesta fue: Varias personas me han escrito preguntando si el mensaje de lajustificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y les he respondido: ‘Es ciertamente el mensaje del tercer ángel’ “,4

Lajustificación por la fe, el amor infinito de Dios y su abundante gracia no son preámbulos de los mensajes de los tres ángeles. No son un plato de acompañamiento hasta que llegamos al “plato principal” del mensaje. Están en el corazón mismo de los mensajes de los tres ángeles.

Este es el mensaje del evangelio eterno que debemos llevar hasta los confines de la tierra para preparar al mundo para la venida de jesús. Nunca podremos estar listos para compartir el evangelio a menos que lo hayamos experimentado. Y una vez que hemos experimentado verdaderamente la salvación que Cristo ofrece tan libremente y la gracia que él otorga con tanta gracia, no podemos quedarnos callados. El apóstol Pablo lo dice claramente: “El amor de Cristo nos lleva a actuar” (2 Cor. 5:14, RVC).

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