Dios sabía exactamente qué tipo de llamada de atención tocaría el corazón de su amigo David. La historia que Natán le contó sobre la pérdida de la única oveja de un hombre llamó la atención de David, el pastorcillo. Su relación con Betsabé se convirtió de repente en el horrible pecado que era.
David no sólo vio que su pecado era contra Betsabé, su inocente esposo Urías, y todos los que sabían de la artera trama, sino que era una ofensa que también hería a Dios, su mejor Amigo. Esta comprensión hizo que David se sintiera aún más inquieto. Inquieto hasta el punto de que la súplica de perdón era la única manera de encontrar descanso para su alma. Y Dios le proporcionó ese descanso mediante su perdón misericordioso y el derramamiento de su Espíritu.
La llamada de atención que más descanso nos proporciona es la que nos alerta del hecho de que es a Dios a quien estamos hiriendo cuando herimos a otros. Las personas a las que agredimos fueron hechas por Dios y amadas por Él. Naturalmente, Dios sufre tanto como cualquiera cuando ignoramos su ley y violamos sus mandamientos. Los mandamientos se dan como límites para prevenir la clase de situación que David había creado para sí mismo.
Cuando los acontecimientos empezaron a salirse de control para David, podemos entender su angustia cuando la historia de Natán le llegó a los oídos. Al ver la enormidad de su pecado por primera vez, supo que necesitaba ayuda externa para arreglar la situación. ¿Cómo podría Dios perdonarlo por un comportamiento tan imprudente? Al romper al menos cinco de los mandamientos de Dios en ese momento, David se dio cuenta de que Dios debía ser el más perjudicado por sus acciones.
¿Podría Dios, o lo haría, perdonar las muchas transgresiones de David? Inmediatamente fue a la sala del trono de Dios en oración pidiendo la misericordia y el perdón de Dios. Sabía que merecía morir en el acto. Pero Natán le reveló que Dios le había dicho que no moriría (2 Samuel 12:13). Sin embargo, lamentablemente, a David también se le dijo que el hijo nacido de esta relación adúltera moriría (2 Samuel 12:14).
Muchas veces, las consecuencias de nuestro comportamiento irreflexivo y egoísta no pueden evitarse ni invertirse. El perdón está garantizado cuando confesamos y nos arrepentimos de nuestros errores, pero a menudo el resultado no es siempre positivo ni lo que más deseamos. Sin embargo, Dios puede utilizar las circunstancias para recordarnos nuestras fechorías y mantenernos cada vez más cerca de Él. Sabemos que Dios perdona y olvida (Hebreos 8:12), pero es importante que seamos perdonados y recordemos, al menos mientras estemos en este planeta lleno de pecados.