Ser misionero es, por lo tanto, la experiencia de las relaciones de Dios con el hombre y del hombre para con Dios, Interesados en la realización de un propósito común – la consumación del plan redentor y restaurador de Dios. Dios atrae al hombre y determina la conducta para alcanzar los objetivos de su programa. El hombre acepta la voluntad divina y se somete a su dirección para ejecutar el propósito de Dios.
En la experiencia de Abrahán, este procedimiento fue enseñado con toda pujanza y belleza espirituales: “ Abraham se había criado en un ambiente de superstición y paganismo”. – Patriarcas y Profetas, pág. 103. Cuando el poder del pecado amenazaba esclavizarlo, “Él comunicó su voluntad a Abraham, y le dio un conocimiento claro de los requerimientos de su ley, y de la salvación que alcanzaría mediante Cristo”. – {PP 103.2}