Nuestro legado es básicamente lo que dejamos atrás, Pero una herencia no tiene por qué ser monetaria o de cosas materiales. También podemos y debemos dejar a nuestros seres queridos, y al mundo, un buen carácter y reputación, valores, e incluso nuestra fe. Estas cosas pueden llamarse realmente nuestro legado espiritual, seguramente el más importante y duradero de todos.
Una forma de hacerlo es dar generosamente nuestros bienes mientras vivimos. Esto no sólo nos da tesoros en el cielo, sino que es un ejemplo de generosidad y amor que siempre es necesario que los demás vean, no sólo después de que nos hayamos ido.
Hay otras ventajas en este tipo de dar a Dios, mientras estamos vivos. Por ejemplo…
- Ver el resultado de nuestro donativo, como la construcción de una iglesia, la posibilidad de que alguien vaya a la universidad o la ayuda a personas tras un desastre natural
- Reducir el importe de nuestro legado final, dejando menos para que se peleen nuestros seres queridos y más para los proyectos que queremos que se beneficien.
Puesto que, en primer lugar, es Dios quien nos da la vida y la fuerza para tener cualquier cosa, deberíamos buscar constantemente formas de compartir sus bendiciones, sabiendo que Él las multiplicará más allá de lo que podamos imaginar. Por eso son un tesoro para Dios y para nosotros, por el crecimiento espiritual que posibilitan. Nos acercamos más a Él con cada dólar gastado de esta manera, tanto antes como después de que nos hayamos ido.
El texto para memorizar de esta semana (Apocalipsis 14:13) sigue el mensaje de tres ángeles que resulta familiar a muchos que anhelan la Segunda Venida. Justo antes del versículo, se menciona a los santos que tienen paciencia, guardan los mandamientos de Dios y tienen fe en Jesús (Apocalipsis 14:12).
En 1852, Annie R. Smith tenía en mente a algunos de estos santos cuando escribió un poema sobre José Bates, Jaime White y ella misma, que se convirtió en un himno llamado “I Saw One Weary” (#441 en el himnario ASD).
El texto de memoria habla de aquellos que descansan de sus labores, pero cuyas obras los siguen. El legado de fe que dejaron los pioneros de la iglesia hace ya más de cien años, nos inspira a seguir teniendo paciencia, fe y la fuerza para seguir los mandamientos de Dios. Nuestro legado espiritual, sea cual sea la bendición de Dios, es una forma de retribuir a quienes nos siguen.