Otro milagro o señal para los discípulos que señalaba la identidad de Jesús ocurrió cuando el hijo de un noble fue sanado. Un hombre noble en Caná escuchó que Jesús de Judea estaba allí y se acercó a Él y le pidió que sanara a su hijo gravemente enfermo. Jesús, sin siquiera ver al niño, le dijo al preocupado padre que se pondría bien. Cuando el padre llegó a casa, descubrió que así era. La fiebre de su hijo había desaparecido el día anterior, a la misma hora que Jesús lo había declarado sano.
Esta curación a “larga distancia” se realizó en silencio, pero mostró dramáticamente el poder extremo de Aquel a quien los discípulos habían elegido seguir. Es digno de mención lo que Jesús le había dicho primero al noble. “A menos que veáis señales y prodigios, no creeréis.” Al instante, el noble vio su propia falta de fe y sintió que eso podría impedir que su hijo se recuperara. Rápidamente abrió su corazón y creyó que Jesús podía sanar a su hijo.
Los discípulos deben haberse sorprendido de que Jesús no sólo sanara a las personas con tanta facilidad, sino que también pudiera leer sus corazones y sanar sus espíritus quebrantados.