Aunque Jesús es nuestro sacrificio perfecto, nuestro único medio de salvación y vida eterna, hay formas de mostrar nuestro agradecimiento por el amor incondicional de Dios.
Jesús pide que sus seguidores tomen su cruz y lo sigan (Mateo 16:24). En otras palabras, habrá momentos en los que estemos llamados a sufrir pruebas y dificultades por su causa. Tenemos el privilegio de compartir sus sufrimientos soportándolos con la misma gracia y paciencia que a Él le dio el Padre.
Pablo también nos recuerda nuestro deber de ser “un sacrificio vivo” para Dios (Romanos 12:1). Podemos someter nuestros cuerpos a Él y permitir que nuestro estilo de vida limpio y santo sea un testimonio para Dios. Nuestro servicio a Él muestra que le pertenecemos voluntariamente. Sacrificamos nuestros corazones y sometemos todo nuestro cuerpo, mente y alma a Su voluntad y Reino.
Hebreos 13:15, 16 habla de tal sacrificio de nuestra parte:
“Por tanto, ofrezcamos continuamente por él el sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de nuestros labios, dando gracias a su nombre. Pero no os olvidéis de hacer el bien y de compartir, porque de tales sacrificios se complace Dios”.
Así, con nuestras palabras y acciones, el perfecto Sacrificio de Dios se convierte en parte de nuestra vida, evidencia de que aceptamos Su Sacrificio y esperamos compartir Su gloria en esa patria eterna llamada cielo.