La Ley es quizás uno de los temas más difíciles de abordar en la Biblia. Parece que todos nosotros tenemos algún tipo de aversión o incomprensión cuando se trata de guardar la Ley. Satanás se deleita en nuestra confusión y desagrado por la Ley de Dios. Él sabe que, bien guardada, es el “lazo que nos une” a Dios de la manera más redentora. El carácter de Dios se refleja en Su Ley, y cuanto más nos alejemos de ella, más difícil será acercarnos a Él en una relación de pacto.
La manera más fácil de mantenernos equilibrados en nuestra obediencia a los Mandamientos es enfatizar el amor que hay detrás de la Ley. Jesús hizo exactamente eso cuando los fariseos le preguntaron: “¿Cuál es el gran mandamiento?”. (Mateo 22:36). Citando Deuteronomio 6:5, su respuesta incluía amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo.
El amor estaba escrito en todos los mandamientos, estatutos, ordenanzas y testimonios dados a Moisés. Dios no dejó ningún detalle fuera de su voluntad expresada durante aquel encuentro íntimo en el Monte Sinaí. Todo formaba parte del pacto que había mostrado a otros fieles seguidores, como Noé, Abraham, Isaac y Jacob.
Las primeras palabras de la Escritura, aprendidas y memorizadas por los niños judíos, es Deuteronomio 6:5, que nos dice que amemos a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerzas. Es parte del “Shema”, o credo judío. Nosotros, como cristianos, tampoco debemos separarnos nunca del amor, plasmado en la Ley. Cumplir la Ley es la aplicación más pura y completa del amor disponible para el hombre.