La Biblia revela que Dios ha renovado su pacto varias veces. Cada vez desplegó personalmente el plan de salvación a sus seguidores, siempre consciente de los tiempos que estaban viviendo.
El pacto puede considerarse “nuevo” por varias razones. Siempre ha consistido en las mismas promesas y bendiciones básicas del pacto, pero se puede añadir nueva información, ya que el pueblo estaba preparado para ello.
Otra posibilidad es que el pacto se hubiera perdido u olvidado, y fuera nuevo para el pueblo que lo recibe. Jeremías y Ezequiel, profetas contemporáneos de Israel, vivieron en tiempos en los que la alianza había sido descuidada y la idolatría se practicaba comúnmente en Israel. Para gran parte de su audiencia, la alianza debió sonar nueva. Especialmente con su énfasis en un nuevo corazón y mente.
En los tiempos del Nuevo Testamento, incluso oímos hablar de este nuevo pacto como uno mejor. Esto es comprensible cuando se considera todo lo que Cristo logró al morir como el Cordero sacrificado en la cruz. El sistema de sacrificios en el templo ya no era necesario cuando el Cordero de Dios se hizo carne.
El libro de Hebreos es útil para entender el papel de Cristo como Sumo Sacerdote, mediando por nosotros en el santuario celestial. Cristo, como nuestro Mediador, es un concepto importante de entender. Dado que la obediencia perfecta es la condición de nuestra vida eterna, debemos acudir a nuestro Mediador, el Mesías, que es el único que nunca ha pecado.
Es Su justicia en la que debemos confiar, no la nuestra. Nunca seremos lo suficientemente perfectos, en nuestro estado pecaminoso, para conocer a nuestro Creador sin pecado. Nuestra dependencia de Él no puede ser exagerada. Todo el bien que podamos hacer, por amor a Dios, proviene únicamente del Sumo Sacerdote y de nuestro Padre celestial al que hemos llegado a amar y obedecer.