El árbol de la vida, en el centro del Jardín del Edén, daba un fruto muy preciado. Comer este fruto daría felizmente la vida eterna. Adán y Eva tuvieron la oportunidad de comer de ese árbol, hasta que pecaron y comieron del árbol prohibido. Su única restricción fue demasiado tentadora, gracias al seductor engaño de Satanás, lo que les llevó a la caída inmediata y a la prohibición definitiva del hermoso árbol que da la vida. Véase Génesis 2:15-17; 3:22, 23.
Pero nuestra elección de tener vida o muerte continúa, con el sacrificio intermedio del querido Hijo de Dios. Algún día tendremos el placer de volver a visitar ese árbol de la vida en la tierra hecha nueva. En lugar de volver a la nada para siempre, al polvo del que fuimos creados, podemos pasar la eternidad con nuestro Salvador cuando venga de nuevo y resucite a sus amados seguidores. Ver Apocalipsis 22: 2, 14. Observe que en el versículo 14 de Apocalipsis 22 se mencionan los mandamientos. Siguen siendo importantes hasta el final de los tiempos.
Como señala el texto de memoria, el deseo de Moisés, y de Dios, es que elijamos la vida, la vida eterna. Y nuestra elección nos afecta, no sólo a nosotros, sino a las generaciones que nos siguen. Al igual que ocurrió con Adán y Eva.