Los primogénitos suelen ocupar un lugar especial en el corazón de los padres, ya que son testigos del milagro del nacimiento por primera vez. Caín, el hijo primogénito de Adán y Eva, ciertamente les dio una alegría sin medida. Recordaron la promesa de Dios de que alguien nacido de ellos sería su Libertador. Seguramente, era posible que este hijo fuera el que ellos anhelaban.
Génesis 4:1 indica que esto es cierto cuando Eva proclamó al nacer Caín que éste había venido de Dios. Una traducción literal nos lleva a creer que ella pensó que era el propio Señor. Como dice la Versión Estándar Internacional: “He dado a luz un hijo varón: el Señor”. El nombre Caín viene del verbo hebreo qanah, que significa “adquirir”. Este regalo, adquirido de Dios, era muy precioso, lo que hizo que Adán y Eva casi adoraran a su primogénito.
En cambio, a Abel, mencionado brevemente en Génesis 4:2, apenas se le presta atención en el relato. Se dice que dio a luz a otro hijo, cuyo nombre significaba “vapor”. La palabra para Abel, hebel, es la misma palabra para “vanidad”, utilizada varias veces en el Eclesiastés. Parece que la esperanza de los primeros padres descansaba casi exclusivamente en Caín, su primogénito.