Asc. Metropolitana MX Lección 12: La cosmovisión bíblica – Sábado 17 de Diciembre de 2022

Muchos no se dan cuenta de que la concepción religiosa predominante de nuestra alma, que se separa del cuerpo fallecido y vive separada de él, procede de los antiguos filósofos griegos. Los paganos han creído durante mucho tiempo que el alma se libera del cuerpo cuando morimos. Esta separación explica su creencia irreal en la vida después de la muerte.

Sin embargo, en la Biblia se observa un concepto dualista de la naturaleza humana, consistente en el alma y el cuerpo. Pablo nos anima a glorificar a Dios tanto en nuestro cuerpo como en nuestra alma (1 Corintios 6:20 y 10:31). El alma es nuestro carácter, nuestro yo espiritual, también parte de ese ser que fue hecho a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26).

Juan escribió a su amigo Gayo deseándole que “goce de buena salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 1:2). Por eso Pablo nos aconseja que tratemos bien nuestro cuerpo, que es templo de Dios. Dios habita en nosotros, en todo “nosotros”: nuestros cuerpos y nuestras almas.

Lo que no vemos en la Biblia es la idea de que el alma pueda separarse del cuerpo para vivir inmortalmente, ya sea en el cielo o en un lugar llamado infierno. En cambio, se nos da la esperanza de una resurrección en la Segunda Venida, después de un largo descanso en la tierra de la que fuimos hechos. Nuestro aliento (también llamado “espíritu”) vuelve a Dios, que nos lo dio al nacer (Génesis 3:19).

Incluso cuando hacemos todo lo que podemos a nivel físico para promover el no pecar (como mantenernos alejados de los lugares y las cosas que nos tientan), a menudo nos encontramos a nosotros mismos quedándonos cortos a la hora de hacer la voluntad de Dios. Pablo recomendó tener la mente de Cristo para alcanzar la meta de la perfección que exige la Palabra de Dios (1 Corintios 2:16). Pero, ¿qué es la mente de Cristo y cómo podemos tenerla?

El Sermón de la Montaña de Jesús describió la observancia de los mandamientos de Dios de un modo más profundo de lo que se había hecho hasta entonces. Explicó cómo nuestros pensamientos e intenciones deben ser transformados para que tenga lugar una verdadera obediencia. Y esta transformación sólo es posible por la gracia de Dios, cuando se la pedimos.

Como Cristo, debemos rendir humildemente nuestra voluntad a Dios cada día. Sólo entonces encontraremos la fuerza y el valor necesarios para cambiar nuestra forma de vivir. Sin embargo, nunca seremos suficientemente perfectos en esta vida. Pero Dios ha prometido cubrir nuestras imperfecciones con la justicia perfecta de su Hijo cuando rindamos nuestra voluntad a la suya, cuando tengamos la “mente de Cristo”.

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