Como hemos visto, los servicios y sacrificios de animales ofrecidos por los sacerdotes levíticos eran una “sombra” o “copia” del santuario que existe en el cielo. Su propósito era señalar el futuro ministerio del Mesías y su sacrificio que hace posible nuestra salvación.
Los servicios establecidos bajo la dirección de Moisés también pretendían alejarlos de las prácticas de culto paganas. El sacrificio de animales era más humano y misericordioso que el sacrificio de humanos. Además, los símbolos utilizados en el culto a Dios tenían ricos significados que les enseñaban el plan de salvación y el Dios que lo proporcionaba. La llegada del Mesías, tal y como se predijo, dio vida a esos símbolos.
La primera venida de Cristo aumentó la fe de muchos de los sinceros seguidores de Dios, que habían estado esperando al Mesías. Sus promesas y recompensas no cambiaron, pero la forma en que las entendieron mejoró. Podían ver más claramente cómo debía ser el Reino celestial de Dios al observar la vida humilde y obediente de su Salvador. Las promesas eran mejores porque eran más fáciles de visualizar e interiorizar después de que Jesús habitara entre ellos (Juan 1:14).
El nuevo pacto era necesario porque los israelitas habían perdido de vista el propósito de la ley. Sus intentos legalistas de obedecerla, sin amor ni gratitud a Dios, sólo los habían separado de su Hacedor, en lugar de acercarlos a Él.
El propósito de la ley era mostrarles cómo vivir y cómo amar. Sin amor, la ley no tenía sentido y sólo les hacía centrarse en sí mismos, volviéndose tercos y despiadados con los demás, endureciendo sus corazones contra el amor de Dios.
La obediencia que incluye el corazón resulta en la santidad del carácter. El Mesías vino con el nuevo pacto que les daría un nuevo corazón capaz de la clase de obediencia que la ley exigía. Él escribiría la ley en sus corazones, como se dice en Jeremías 31:33 y Ezequiel 36:26, 27.