Dios describió muy claramente las consecuencias a corto plazo que Judá experimentaría, si continuaban en sus malos caminos. Los versículos 19 y 20 revelan que serían devorados (o comidos) por la espada, si no estaban dispuestos y obedecían los mandamientos del Señor. Su supervivencia dependía de su voluntad de arrepentirse y volver a Dios.
Dios había dicho palabras y advertencias similares a través de Moisés. Deuteronomio 30:19, 20 describe que su obediencia también es una situación de vida o muerte. “Bendición y maldición” eran las únicas opciones que tenían.
Como Moisés les había dicho anteriormente, debían obedecerle por amor, si querían invertir su peligrosa dirección. Dios se ofrecía a sí mismo para ser un salvavidas. Aferrarse a ese salvavidas era la única oportunidad de no ahogarse en su desesperada y pecaminosa condición.
Los beneficios de seguir a Dios eran enormes, pero el resultado de permanecer desobediente era igualmente impensable. Isaías trató desesperadamente de llevar a Judá una conciencia de lo que estaba en juego.