El Salmo 125 muestra un marcado contraste entre quienes aman a Dios y quienes aman sus caminos pecaminosos. Los que confían en Dios son como el monte Sión, que es un símbolo de poder inquebrantable. Cuando habitamos con Dios, podemos estar seguros de Su protección divina y misericordiosa. No somos conmovidos ni sacudidos como las montañas de iniquidad descritas en el Salmo 46:2, que son arrojadas a los mares.
Tendemos a desanimarnos cuando vemos prosperar a los malvados y, a menudo, nos vemos llevados a abandonar nuestra fe y adoptar sus caminos torcidos y odiosos. Hay misterios en el mundo espiritual que no entendemos, pero esto no debe hacernos dudar de la palabra de Dios hasta el punto de perder nuestra posición inamovible en el Monte Sión.
Siempre tendremos la libertad de “poner nuestras manos en la iniquidad” (Salmo 125:3), pero las Escrituras e incluso las bellezas de nuestro mundo natural están disponibles para mantenernos firmes y fieles a Dios, cuyo carácter es siempre amoroso y justo.
