RESEÑA
Texto clave: Efesios 4:22-24 Enfoque del estudio: Efesios 4:17-32; Colosenses 3:1-17; Zacarías 3:3, 4; 8:16; Isaías 63:10; Romanos 8:16, 26, 27.
Introducción:
Después de explicar a los Efesios cómo existe y vive una comunidad cristiana madura en el Espíritu Santo y en Cristo, Pablo ejemplifica esta existencia en términos prácticos. Utiliza la metáfora universal de la ropa humana (usar ropa y cambiarla) con el fin de ilustrar el cambio de identidad personal que ocurre cuando Cristo transforma la vida mediante la morada del Espíritu Santo. Unirse al cristianismo es como dejar una muda de ropa, que constituía la identidad pasada, y vestirse una nueva muda de ropa, lo que a los demás les da la impresión de que somos una persona nueva. Pero convertirse en cristiano no es lo mismo que quitarse la ropa vieja temporalmente, solo de noche, para volver a ponérsela a la mañana siguiente. Más bien, cuando Pablo habló de quitarse la ropa, se refería a quitársela y tirarla para siempre.
Por lo tanto, dejamos, abandonamos o desechamos como una “pérdida” (Filipenses 3:7, 8) las cosas vanas del mundo gentil, que incluyen la cosmovisión pecaminosa y el estilo de vida del reino de este mundo. A cambio, recibimos una nueva identidad, una nueva ciudadanía y una nueva identificación, que es el pasaporte al Reino de Dios. Sin embargo, el nuevo documento de identidad es más que un simple certificado en papel. El nuevo documento de identidad implica una auténtica transformación de la cosmovisión, del estilo de vida, del carácter y de las relaciones de una persona con los demás miembros de la iglesia y con la humanidad. No obstante, esta nueva vida no es un proyecto regenerador basado en alguna filosofía o ideología humana (Juan 1:12, 13). Esta identidad es una nueva vida, cualitativamente hablando. Esta vida es posible solo cuando encontramos y aceptamos al Jesucristo divino y solo cuando permitimos que el Espíritu Santo obre en nosotros.
Temática de la lección:
El estudio de esta semana destaca tres temas principales:
• La nueva vida cristiana contrasta cualitativamente con la antigua vida mundana.
• Un cambio de vida y de identidad solo es posible en Cristo y en el Espíritu Santo.
• La presencia del Espíritu Santo en nuestra vida lleva a una transformación de la cosmovisión, la identidad, el estilo de vida, la conversación, las actitudes y las relaciones.
COMENTARIO
La cosmovisión, el estilo de vida, la misión transcultural, la contextualización crítica y la conversión
La sociedad contemporánea valora la inclusión, la aceptación, la preservación y la promoción de las culturas, los estilos de vida y las cosmovisiones locales. A los misioneros a la “antigua usanza” se los critica por ignorar las herencias locales-nacionales o tribales-culturales, y por establecer un modelo “occidental” del cristianismo en las iglesias locales o regionales de los campos misioneros y sus estilos de vida. Si bien una contextualización básica por cierto tiene su lugar en las misiones, se plantean dos preguntas muy relevantes: ¿qué elementos de la cultura local podrían celebrarse y preservarse, y qué elementos de la cultura local forman parte del “viejo yo” y deben abandonarse por ser pecaminosas y de “este mundo”?
Aquí se podrían destacar varios aspectos en respuesta a estas preguntas. En primer lugar, en Efesios 4:17 al 32, Pablo contrasta el mundo de pecado, la vanidad, la ignorancia, la oscuridad, la impureza, la ira, la calumnia y el engaño (Efe. 4:17- 22, 25, 31) con el mundo de la gracia de Dios, la justicia, el conocimiento, la luz, la pureza, la honestidad, la bondad, la compasión, el perdón y la verdad (Efe. 4:25-29, 32). A fin de cuentas, el principio para evaluar una cultura o estilo de vida no es una ideología o filosofía, como el racionalismo, el empirismo, el modernismo, el pragmatismo, el utilitarismo o el posmodernismo. El principio bíblico para evaluar cualquier cultura o estilo de vida es: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual ustedes fueron sellados para el día de la redención” (Efe. 4:30). Este principio, cuando se pone en práctica, demuestra el amor de Dios por nosotros y nuestro amor por él, y revela la justicia de Dios.
Por consiguiente, en segundo lugar, Pablo no discute la antropología o la preservación del patrimonio cultural del mundo. No se dedica a clasificar las culturas del mundo ni a evaluar algunas culturas a la luz de otras. Más bien, llama a evaluar a todas las culturas, judías o gentiles, a la luz del evangelio de Cristo Jesús y a la luz de la cultura y el estilo de vida de su Reino. En sus epístolas, Pablo encuentra mucho que reprochar en la cultura judía y los llama al arrepentimiento. De igual modo, Pablo dice a los gentiles que Dios les da la bienvenida a su Reino, a su pacto y a su iglesia. Pero Pablo no se abstiene de calificar gran parte de la cosmovisión gentil (politeísta, mitológica, filosófica) y su estilo de vida como inútiles y pecaminosos (Efe. 4:18, 19). Por lo tanto, si el evangelio destaca el pecado en la vida de los miembros de la iglesia y de sus culturas, deben confesarlo como pecado y abandonarlo. De lo contrario, la salvación ya no es la salvación del pecado, sino una justificación cultural para la tolerancia de un estilo de vida pecaminoso.
Es cierto que nos acercamos a Dios tal como somos, con los trapos de inmundicia del pecado, pero no vamos a él para seguir usando esos harapos; acudimos a Dios para que él nos quite esos andrajos, a fin de que nos lave y así podamos caminar hacia la “nueva vida” (Rom. 6:4). Sin esta percepción, el cristianismo perderá su poder y su mensaje de salvación. El cristianismo no es una religión que confirma a la humanidad en sus caminos pecaminosos. El mensaje bíblico, más bien, desafía a todas las naciones, tribus, lenguas y culturas a autoevaluarse a la luz de las Escrituras y a aceptar el lavamiento de Dios y la obra del Espíritu Santo para regenerarnos. En el evangelio de Pablo, no podemos darnos el lujo de proteger un aspecto pecaminoso de nuestra vida justificándolo con el argumento de que es parte de nuestra herencia cultural o cosmovisión. De hecho, todo lo que es pecaminoso eventualmente es autodestructivo; el pecado destruye culturas y naciones, en lugar de sostenerlas o edificarlas.
En tercer lugar, Dios celebra la diversidad y las expresiones culturales en armonía con el evangelio de su Reino. Por esta razón, el evangelio no requiere una homogeneización total de todas las culturas. Cuando una cultura se cimienta en los valores y el estilo de vida de Cristo, solo podrá prosperar y enriquecerse.
En un artículo de 1992 de la revista Ministry, Børge Schantz (1931–2014), un célebre misiólogo adventista del séptimo día, propuso tres principios rectores de contextualización para la perspectiva misionera transcultural:
En primer lugar, el misionero transcultural debe comprender correctamente las historias y las enseñanzas bíblicas en su contexto original.
En segundo lugar, el misionero transcultural debe distinguir con precisión entre las enseñanzas bíblicas universales y sus principios y sus propios valores y experiencias culturales.
En tercer lugar, el misionero transcultural debe desarrollar un interés genuino y una comprensión profunda de la cultura de la gente a la que sirve.
Cuando se tienen en cuenta todos estos elementos, el principio fundamental de contextualización es que, al tiempo que demuestran sensibilidad por diversos elementos de la cultura local, los misioneros deben permitir que los absolutos bíblicos determinen las nuevas enseñanzas y prácticas de los conversos.
Schantz compartió una advertencia con los dirigentes adventistas de misión y evangelización: “Las iglesias cristianas se ven tentadas a perder el control de la doctrina pura y la ética objetiva cuando aceptan sin críticas que la Palabra de Dios siempre y en todo lugar se vincula con la cultura y la historia. El proceso de contextualización definitivamente plantea algunos problemas. Adaptar las enseñanzas bíblicas a las culturas del mundo pondrá al comunicador en contacto con elementos falsos, perversos, e incluso demoníacos. El triste resultado de ir demasiado lejos es un sincretismo dañino, que obliga a coexistir con elementos religiosos opuestos”. Por eso, Schantz concluyó: “En todas las culturas, incluida la nuestra, hay costumbres condenadas por el evangelio, y lo que las Escrituras rechazan debe ser rechazado por los misioneros y los líderes nacionales”. Sin embargo, este principio no tiene por qué hacernos más insensibles a la cultura inocente de los pueblos locales. Más bien, Schantz oró a fin de que “el Señor de la misión nos conceda sabiduría para diferenciar entre los universales que deben proclamarse en todo el mundo y las variables opcionales de la cultura occidental” (“One Message—Many Cultures: How Do We Cope?” Ministry, junio de 1992, p. 11).
Los nuevos seres humanos
A lo largo de la historia, los defensores de las filosofías, las ideologías y los poderes reclaman, o han reclamado, la capacidad de cambiar radicalmente a la humanidad. Un ejemplo es el marxismo, especialmente como se promovió en el pensamiento soviético. Impulsados por el optimismo de la década de 1970, los soviéticos promovieron la idea de que ellos, los soviéticos, estaban en el proceso de evolucionar, colectivamente, hacia el nuevo ser humano marxista. Como muestra la historia, este proyecto soviético terminó en un fracaso total.
Si de evolución se trata, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, evolucionistas teístas como Teilhard de Chardin promovieron la idea del surgimiento del nuevo ser humano, el ser humano espiritual. Si bien Teilhard de Chardin creía que la humanidad todavía participa del proceso de evolución de la forma animal, imaginó un momento Omega en el futuro cuando la humanidad dejaría atrás su antigua herencia de comportamiento depredador y evolucionaría hacia una nueva humanidad caracterizada por la conciencia global y el amor universal.
Estos son solo dos ejemplos de ideologías o filosofías que se esforzaron por cambiar drásticamente a la humanidad pecadora en “nuevos seres humanos”. Todas estas filosofías han terminado en fracaso, aunque algunas mostraron un supuesto éxito inicial. El fracaso de la humanidad a la hora de recrearse o reinventarse bajo la égida de la filosofía o la ciencia se debe a la falta de un modelo adecuado para la nueva humanidad y la falta del poder para formar a la humanidad según ese modelo. El cristianismo bíblico ofrece ambos: Jesús es el Modelo de la nueva humanidad y es también la Fuente de poder para transformarnos, para renovarnos según su imagen gloriosa (Juan 1:12, 13).
APLICACIÓN A LA VIDA
Invita a los miembros de la clase a analizar su propia vida con la intención de evaluar de qué manera la experiencia de la “nueva vida” toca todos los aspectos de su vida. Tomemos, por ejemplo, el habla. ¿Cuántas veces cada uno de nosotros decimos “yo” en una conversación con los demás? ¿Cuántas veces centramos la conversación en nosotros mismos, en lugar de en nuestros oyentes? ¿Cuántas veces acaparamos las conversaciones? Desafía a los miembros de la clase a identificar otras aspectos de su vida que necesitan la transformación misericordiosa y poderosa del Espíritu Santo.
Controlar o manejar emociones, actitudes o comportamientos negativos se convirtió en una preocupación importante en el mundo moderno. La gente recurre a ejercicios especiales, programas de asesoramiento o incluso tratamientos clínicos con el fin de recibir ayuda en el manejo de sus emociones y comportamiento. Si bien la consejería y el tratamiento clínico tienen su lugar y función en algunos casos, ¿qué revela el estudio de Efesios y de la Biblia en general acerca del cambio de comportamiento, emociones, actitudes y estilo de vida en la experiencia del cristiano? Pide a los miembros de la clase que identifiquen tres principios transformadores de la epístola a los Efesios que podrían ayudarlos a ellos mismos y a otros miembros de la iglesia o a la comunidad en general.