Sábado, Mayo 10
Fundamentos de la profecía
Lee para el estudio de esta semana
Isaías 6: 6-8; Génesis 3: 21-24; Ezequiel 1: 4-14: Apocalipsis 4: 1-11; Números 2: 3-25; Isaías 14: 12-14.
Para memorizar
«Después oí la voz del Señor, que dijo: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte?”. Entonces respondí: “Aquí estoy, envíame a mí”» (Isa. 6: 8).
El derecho de Dios a gobernar el universo se basa en su posición como Creador de todas las cosas (Apoc. 4: 11) y también en su carácter. Al descubrir el carácter justo de Dios, comenzamos a entender cómo y por qué los seres humanos pecadores carecemos de su gloria (Rom. 3: 23).
Esta semana nos adentraremos más en la visión de la sala del Trono y consideraremos cómo se relaciona la humanidad con un Dios santo, y cómo el sacrificio de Cristo nos restaura y nos acerca al Trono. Dios planea restaurarnos no solo como individuos, sino también como humanidad, para que volvamos a revelar su gloria al resto de la Creación. La Biblia contiene importantes pistas que ayudan a entender y apreciar el elevado llamado que Dios nos ha extendido a los pecadores perdonados y redimidos.
La rebelión humana llegará para siempre a su fin y, más que eso, el carácter amoroso y abnegado de Dios brillará incluso con mayor intensidad que en su diseño original para la humanidad. Aunque Dios nunca quiso que la humanidad cayera, a través de la Cruz ha revelado su amor de una manera extraordinaria.
Domingo, Mayo 11
«Aquí estoy, envíame a mí»
Hace años, una iglesia decidió renovar un antiguo sótano a fin de que sirviera como un espacio para la confraternización. Una de las primeras cosas que hicieron fue instalar nuevas luces, con la esperanza de que el lugar luciera mejor. Sin embargo, la nueva iluminación le daba peor aspecto, pues revelaba las imperfecciones que antes pasaban inadvertidas.
La asombrosa visión que Isaías tuvo del Trono de Dios lo hizo dolorosamente consciente de sus defectos: «¡Ay de mí, que soy muerto! Porque soy hombre de labios impuros, que vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso», se lamentó (Isa. 6: 5). Sentiríamos lo mismo si estuviéramos de pronto ante el Señor. Su luz es suficientemente intensa como para disipar todas nuestras excusas. En su presencia, sentimos que estamos perdidos. Isaías recibió la sorpresa más grande de su vida.
Lee Isaías 6: 6 al 8. El profeta sabía que el pecado significa nuestra ruina y que su resultado es la muerte, pero en lugar de abandonarnos a las consecuencias de la transgresión, nuestro amoroso Dios nos acerca a él. ¿Cómo terminó ese encuentro de Isaías con Dios y por qué es eso importante?
Isaías fue purificado de su pecado cuando un serafín tomó un carbón del altar y tocó con él la boca del profeta. Probablemente se trataba del altar del incienso, donde se intercedía por el pueblo de Dios (ver Apoc. 8: 3, 4). Sus pecados habían sido perdonados y ahora se lo consideraba apto para estar en la presencia de Dios; pero, además, se le había encomendado que representara a Dios ante el mundo.
Curiosamente, la palabra serafín significa «el que arde». Observa la descripción que hace Jesús del ministerio de Juan el Bautista en Juan 5: 35: «Juan era una antorcha que ardía y alumbraba. Y ustedes quisieron recrearse por un momento a su luz». Aunque Juan mismo era un pecador necesitado de gracia y salvación, su ministerio señalaba al Único que podía traer gracia y salvación.
Jesús vino como la representación perfecta de la gloria del Padre, y Dios envió a un profeta, un pecador, a realizar una tarea similar a la de uno de los serafines del Cielo.
Solo cuando Isaías supo que su pecado había sido limpiado, dijo: «¡Aquí estoy! Envíame a mí». ¿Cómo puede cada uno de nosotros, tras ser expiados nuestros pecados por la sangre de Jesús, responder como Isaías?
Lunes, Mayo 12
Los dos querubines
Tan pronto como nuestros primeros padres fueron expulsados del Edén, Dios ofreció la esperanza del Mesías (Gén. 3: 15). Estableció entonces un poderoso símbolo a las puertas del Edén: dos querubines con una destellante luz entre ellos. No debe perderse de vista el hecho de que esta escena se asemeja al Arca del Pacto, símbolo del Trono de Dios (Éxo. 25: 18).
Lee Génesis 3: 22 al 24. ¿Qué tarea se encomendó a los querubines y por qué?
Si bien es cierto que los querubines tenían la responsabilidad de impedir que los pecadores accedieran al Árbol de la Vida (Gén. 3: 22), también eran un símbolo de esperanza, de la promesa de que un día los seres humanos volverían al Paraíso. «El huerto del Edén permaneció en la tierra mucho tiempo después que el hombre fuera expulsado de sus agradables senderos (véase Gén. 4: 16). Durante mucho tiempo después, se le permitió a la raza caída contemplar de lejos el hogar de la inocencia, cuya entrada estaba vedada por los vigilantes ángeles. En la puerta del paraíso, custodiada por querubines, se revelaba la gloria divina. Allí iban Adán y sus hijos a adorar a Dios. Allí renovaban sus votos de obediencia a aquella ley cuya transgresión los había arrojado del Edén. […] Pero en la restitución final, cuando haya “un cielo nuevo, y una tierra nueva” (Apoc. 21: 1), será restaurado y más gloriosamente embellecido que al principio» (Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 41).
Génesis 3: 24 es también interesante en otro sentido: la palabra hebrea traducida allí como «puso» (shakan) es la misma que designa el Tabernáculo, o Santuario (ver Éxo. 25: 9; Núm. 3: 26), donde Dios moraba (shakan) con su pueblo. Aunque el sustantivo shekinah (derivado de shakan), como designación de la presencia de Dios, no aparece en la Biblia, la raíz del término designa el Santuario (la morada de Dios con su pueblo) y aparece en Génesis 3: 24: «Dios puso (heb. shakan) querubines al oriente del Jardín del Edén».
La Biblia asocia a los querubines con la presencia de Dios (ver 1 Crón. 13: 6; Sal. 80: 1; Isa. 37: 16), en particular con su Trono, el lugar donde es proclamado su nombre. En tal sentido, los 24 ancianos que están ante el Trono de Dios en Apocalipsis 4 y 5 lo alaban y reconocen su derecho a gobernar como Creador de todas las cosas (Apoc. 4: 11). Esto puede ayudarnos a entender la escena de la sala del Trono y nuestro papel como pecadores perdonados en relación con nuestro Hacedor.
Martes, Mayo 13
Como carbones encendidos
Los querubines, ya sea como seres vivientes (Eze. 10: 8) o como símbolos hechos de oro (Éxo. 25: 18), aparecen a lo largo de todo el Antiguo Testamento. A menudo se los representa junto al Trono de Dios, desde donde la gloria de él se irradia al universo. Los querubines también están bordados en la cortina que está delante del Lugar Santísimo (Éxo. 26: 1). En el libro de Salmos, el poder supremo de Dios sobre la Creación es representado poéticamente mediante la imagen de querubines que transportan a Dios en el aire (Sal. 18: 10). Dios ordenó que el Arca del Pacto estuviera coronada por dos querubines de oro macizo con sus alas extendidas hacia adelante y uno frente al otro (Éxo. 25: 18-20).
Lee Ezequiel 1: 4 al 14. ¿Qué similitudes ves entre este pasaje y las escenas representadas en Isaías 6: 1 al 6 y Apocalipsis 4: 1 al 11?
Ezequiel se encuentra ante un impresionante despliegue del poder de Dios. Se trata de una escena que coincide con la difícil situación en la que se encontraba el pueblo de Dios en ese momento. El pueblo elegido no estaba en la Tierra Prometida, sino en el cautiverio, en Babilonia. Mientras Ezequiel analiza la escena que se le presenta, mira hacia arriba, y ve el Trono de Dios por encima de todo.
Obsérvense las importantes similitudes con otras visiones del «Trono». Los seres vivientes que ve Ezequiel tienen los mismos rostros que los de la visión de Juan: cara de león, de águila, de buey y de hombre.
Las misteriosas criaturas de cuatro caras no son nombradas específicamente en la descripción inicial de Ezequiel, pero más tarde, en otra escena de la sala del Trono (ver Eze. 10: 1-21), se los llama «querubines». También encontramos en la escena los carbones encendidos de la visión de Isaías acerca de los serafines. Los rostros de estos son iguales a los de los seres vivientes mencionados en la visión de Juan.
Siempre que vemos el Trono de Dios, ya sea en el Arca del Pacto, que sirvió como lugar de encuentro de Dios con Moisés (Éxo. 25: 22), o en las impresionantes visiones de los profetas, los querubines aparecen allí y están íntimamente ligados al Trono de Dios. Todas las criaturas de Dios fueron diseñadas para reflejar su gloria, tanto los seres humanos, hechos a su imagen, como los seres angélicos, que están junto a su glorioso Trono.
«Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso» (Apoc. 4: 8). ¿Cómo te ves en comparación con la santidad de la que Ezequiel es testigo aquí? ¿Qué te dice tu respuesta acerca de tu necesidad del evangelio?
Miércoles, Mayo 14
Dios entre su pueblo
En el desierto, la presencia de Dios en la nube guiaba a su pueblo durante su viaje a la Tierra Prometida y hacía que se detuvieran en el lugar indicado por él y levantaran allí el Tabernáculo, alrededor del cual las tribus acampaban distribuyéndose a razón de tres por cada lado. Dios descendía entonces y se instalaba en el Lugar Santísimo, en medio de su pueblo.
Había una tribu principal en cada uno de los cuatro lados del Tabernáculo. Según Números 2, ¿cuáles eran las cuatro tribus principales?
Números 2: 3 (este):
Números 2: 10 (sur):
Números 2: 18 (oeste):
Números 2: 25 (norte):
Nota que cada una de esas cuatro tribus enarbolaba su propio «estandarte», o bandera especial, para identificarse. Aunque las Escrituras no son explícitas en cuanto a lo que había en cada bandera, existe una tradición interesante (basada en las características descritas en Gén. 49 y Deut. 33) que asigna una cara a cada una de esas tribus: «Según la tradición rabínica, el estandarte de Judá tenía la figura de un león; el de Rubén, la de un rostro humano; el de Efraín, la figura de un buey; y el de Dan, la de un águila; de modo que las cuatro criaturas vivientes descritas por Ezequiel estaban representadas en estos cuatro estandartes» (Carl Friedrich Keil y Franz Delitzsch, Commentary on the Old Testament [Peabody: Hendrickson, 2011], t. 1, p. 660).
Es posible leer demasiado en la tradición, pero sigue siendo interesante comparar esta con la descripción bíblica de la Nueva Jerusalén, ya que hay puertas que representan a tres tribus en cada uno de los cuatro lados de la ciudad (Apoc. 21: 12, 13).
Las descripciones del campamento de Israel y de la Nueva Jerusalén subrayan un hecho crucial: Dios pretende acercar a la humanidad a su Trono. Apocalipsis nos enseña que «su templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero» (Apoc. 21: 22).
Aunque ciertamente no estamos en el campamento de Israel, ¿cómo podemos acercarnos a la presencia de Dios?
Jueves, Mayo 15
La caída de Lucifer
Resulta difícil entender que Lucifer ocupara una vez el puesto de querubín protector, una posición exaltada junto al Trono de Dios. Seguramente su existencia habría ayudado a revelar la gloria de Dios al universo. En lugar de eso, comenzó a anhelar la gloria para sí, no para su Creador; o, para ser más precisos, empezó a imaginar que no se le estaba dando la consideración que merecía.
Lee Ezequiel 28: 11 al 17 e Isaías 14: 12 al 14. ¿Qué provocó la caída de Lucifer? Compara estos pasajes con Apocalipsis 14: 1 al 12. ¿Cómo influye el contraste entre la caída de Lucifer y la elevada posición de la humanidad en Cristo en tu comprensión de lo que ocurre en Apocalipsis 14?
Observa cómo Lucifer fue expulsado del Monte Santo mientras que los redimidos están en el monte Sion con el Cordero de Dios. Se dice que Lucifer estuvo en el Edén; la humanidad también estuvo allí una vez, pero en contraste con el destino de Satanás, ella está siendo restaurada por medio de Cristo para volver al paraíso (ver Apoc. 22: 1-3).
En este contexto, la siguiente cita de Elena G. de White es muy instructiva: «Las vacantes que se produjeron en el cielo por la caída de Satanás y sus ángeles serán llenadas por los redimidos del Señor» (La verdad acerca de los ángeles, p. 53).
Los redimidos estarán en el Cielo solamente gracias al evangelio. De hecho, el tema de la Redención se encuentra representado de una manera gráfica en la sala del Trono descrita en Apocalipsis 4 y 5. Por ejemplo, los ángeles exclaman: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación» (Apoc. 5: 9, RVR 1960). ¡Qué imagen del evangelio! La muerte de Jesús hizo posible la redención de la humanidad.
Observa también cómo refleja el lenguaje allí usado el mensaje del primer ángel, en el que se nos llama a predicar «el evangelio eterno […] a los que habitan en la tierra, a toda nación y tribu, lengua y pueblo» (Apoc. 14: 6). Qué poderosa representación de lo que Cristo ha hecho por el mundo. No hay un solo ser humano en la historia de la Tierra por quien Cristo no haya muerto. Los seres humanos solo necesitan conocerlo y aceptarlo.
¿Cuál es nuestro papel como iglesia y como individuos en la tarea de dar a conocer a las personas lo que Cristo ha hecho por ellas?
Viernes, Mayo 16
Para estudiar y meditar
Lee el capítulo titulado «El fin del Conflicto», en el libro El conflicto de los siglos (pp. 643-657), de Elena G. de White.
Satanás, quien fue una vez un querubín protector, trató de destruir la confianza en el Trono de Dios. Dios ha permitido que los ángeles caídos continúen en su rebelión para mostrar al universo las profundidades de la maldad resultante de la autoexaltación. Y, aunque Satanás logró engañar a la humanidad para que se le uniera en su guerra contra Dios, Cristo lo derrotó completamente en la Cruz, asegurando un lugar para la humanidad donde una vez estuvieron los ángeles que cayeron. A través de su fe en Cristo, los pecadores rechazan públicamente las mentiras y engaños de Satanás. El escenario final es, en cierto modo, una revelación aún mayor de la bondad y el amor de Dios que la que existía antes de la caída de Lucifer. Aunque Dios nunca quiso que existiera el mal y este es una tragedia de consecuencias eternas, cuando todo haya terminado, la bondad y el amor de Dios se revelarán como no lo habrían hecho si no hubiera surgido el mal.
Cristo «echa una mirada hacia los redimidos, transformados a su propia imagen, y cuyos corazones llevan el sello perfecto de lo divino y cuyas caras reflejan la semejanza de su Rey. Contempla en ellos el resultado de las angustias de su alma, y está satisfecho. Luego, con voz que llega hasta las multitudes reunidas de los justos y de los impíos, exclama: “¡Contemplad el rescate de mi sangre! Por estos sufrí, por estos morí, para que pudiesen permanecer en mi presencia a través de las edades eternas”. Y de entre los revestidos con túnicas blancas en torno del trono, asciende el canto de alabanza: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (Apoc. 5: 12)» (Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 651).
Preguntas para dialogar:
¡Imagina lo que significaría estar ante Dios con cada error cometido, cada defecto de carácter, cada acto indebido, cada pensamiento incorrecto, cada motivo inaceptable totalmente expuesto ante él! ¿Qué merecerías justa y legítimamente? ¿Cuál es entonces tu única esperanza? ¿Por qué necesitamos desesperadamente «la justicia de Dios, por medio de Jesucristo, por la fe, para todos los que creen en él» (Rom. 3: 22) cubriéndonos ahora y especialmente en el Juicio, cuando más la necesitamos? En resumen, ¿por qué necesitamos el evangelio?
Juan el Bautista, como hemos visto, desempeñó el papel de un serafín: una lámpara ardiente y brillante (ver Juan 5: 35). Fue, por supuesto, el precursor de Cristo, y quien anunció la primera aparición del Mesías. ¿De qué manera el pueblo de Dios de los últimos días desempeña un papel profético similar?