RESEÑA
Texto clave: Efesios 1:3
Enfoque del estudio: Efesios 1:3-14; 2:6; 3:10; Colosenses 1:13, 14; 1 Pedro 1:18, 19; Deuteronomio 9:29.
Introducción:
La lección de esta semana se centra en cómo Pablo enseña a los efesios, y a nosotros, a agradecer por lo que tienen. No las bendiciones que creemos que son importantes, sino las verdaderas bendiciones que la humanidad necesita tan desesperadamente. Pablo enfatiza que Dios nos da estas bendiciones en Cristo.
En Cristo, Dios nos escogió y nos aceptó, nosotros somos suyos, y él es nuestro. Dios nos valora y nos considera su herencia, y nosotros lo valoramos a él y lo consideramos nuestra herencia. En Cristo, hemos sido perdonados y redimidos. En Cristo, recibimos el plan supremo de salvación de Dios. En Cristo, la humanidad tiene su única oportunidad de unidad y armonía. En Cristo, vivimos llenos de alegría y alabanza. Gracias a Cristo, recibimos el sello de Dios y un anticipo de la salvación eterna. Gracias a Cristo, podemos recibir la presencia y los dones del Espíritu Santo. Los dones de Dios son principalmente espirituales, en el sentido de que el Espíritu Santo nos los da. El Espíritu Santo nos trae estos dones desde el Reino de los Cielos. Todas estas riquezas son regalos de Dios para todos nosotros porque no trabajamos para merecerlas; ni tampoco podríamos. Es Dios quien nos da estos dones gratuitamente, de su corazón lleno de amor por nosotros. A todos los que aceptan estos dones, Dios los predestina a ser sellados y a gustar de antemano las bendiciones eternas de su Reino.
Temática de la lección:
La lección de esta semana destaca tres temas principales:
• En Cristo, Dios nos prodigó muchos dones: la elección, la adopción, la redención, el perdón, el gozo de la salvación, la unidad y la armonía de la humanidad, y la presencia del Espíritu Santo como pago inicial de Dios por lo que está por venir cuando Cristo regrese.
• Nuestra respuesta a los dones de la gracia de Dios es una vida de alabanza y adoración en y para Cristo.
• En el Espíritu Santo experimentamos un anticipo de nuestra futura vida eterna.
COMENTARIO
Cristo Jesús nuestro Señor
Es importante notar la forma en que Pablo escribe acerca de nuestro Salvador. Rara vez Pablo se refiere a él simplemente como Jesús (Efe. 4:21). Más bien, para el apóstol, nuestro Salvador es el “Señor Jesús” (Efe. 1:15), “el Señor Jesucristo” (Efe. 1:2, 3, 17; 5:20; 6:23, 24), “Cristo Jesús nuestro Señor” (Efe. 3:11), “Jesucristo” (Efe. 1:5), “Cristo Jesús” (Efe. 1:1; 2:6, 7, 10, 13, 20; 3:1, 6, 21), simplemente “Cristo” (Efe. 1:9, 12; 2:5, 12, 13; 3:4, 8, 17, 19; 4:7, 13, 15, 20, 32; 5:1, 5, 21, 23, 24, 25, 29, 32; 6:5, 6), o simplemente “el Señor” (Efe. 2:21; 4:1, 5; 5:8, 10, 17, 19, 22; 6:7, 8, 10, 21). Obviamente, una de las razones de estas referencias a nuestro Salvador es la reverencia, que debe ser parte del lenguaje y la actitud del cristiano (de hecho, del teólogo cristiano). Pero hay más en estas referencias que el simple respeto por el Maestro. Al referirse a Jesús como “el Señor”, Pablo lo exalta como el Señor Jesucristo resucitado, el Salvador, en quien tenemos nuestra propia resurrección de los pecados y por quien vamos a tener nuestra resurrección final de la tumba.
La resurrección de Jesucristo y nuestra propia resurrección son cruciales para la teología y la vida de Pablo, porque son el corazón mismo del plan redentor de Dios (p. ej., Efe. 2:1-6). El tema de la resurrección transforma toda la perspectiva de Pablo sobre la vida y la salvación. Debería ser esencial para la nuestra también.
Teología doxológica
Pablo escribió Efesios 1:3 al 14 en un estilo que podríamos llamar teología doxológica. Los teólogos notan que la teología cristiana debe comenzar con doxología (alabanza) y terminar con doxología; de hecho, debe ser doxología. Al ser uno de los primeros teólogos doxológicos, la teología de Pablo no expone el desarrollo de un concepto frío, puramente racional, esquemático y neutral. Pablo tampoco escribe de esta manera doxológica simplemente por el estilo epistolar habitual de la época. Más bien, cuando inmortaliza por escrito la hermosa teología cristiana sobre quién es Dios, sobre lo que Dios hizo por nosotros, sobre el amor de Dios por nosotros, sobre la encarnación de Cristo Jesús, sobre su muerte, sobre su resurrección, sobre el gozo, la paz, la esperanza y la profunda transformación de la humanidad en Cristo, Pablo contempla y describe vívidamente las maravillas más magníficas y fundamentales de esta vida y de la venidera. Por eso, mientras escribe estas cosas para sus hermanos y hermanas de Éfeso, Pablo no puede abstenerse de irrumpir en culto y adoración ante el gran Dios que describe.
Para Pablo, Dios no es un mero concepto, sino el Padre, nuestro Creador, nuestro Salvador. Este mismo Dios está lleno de amor, poder, justicia y gracia. Siempre está listo para protegernos y salvarnos. Siempre está listo para darnos dones y bendiciones para que podamos disfrutar la vida al máximo en su Reino, ahora y en el futuro. ¿Cómo podría Pablo escribir sobre un Dios así y sobre su gran salvación sin irrumpir en gozosas alabanzas?
Bendiciones en los Cielos
Pablo insiste en que nuestro Dios es fundamentalmente un Dios de bendiciones. Pero las bendiciones que Dios nos da no son solo bendiciones materiales o terrenales, sin ninguna referencia a las realidades espirituales o eternas. Las bendiciones de Dios son bendiciones de los Cielos, de su Reino. Al señalar esta idea, Pablo amplía el escenario de la salvación. La salvación no es una solución minúscula a un pequeño problema humano temporal; aunque también incluye ese aspecto. La salvación no se da solo en un rincón del mundo (aunque, en cierto sentido, sí es así, porque Jesús murió en un rincón del universo y en un rincón del Imperio Romano). Para Pablo, la salvación es un proceso que ocurre a escala universal. Pablo nos lleva a las vertiginosas alturas de los epouranios, o reinos celestiales.
Si consideramos el contexto bíblico más amplio, la noción de “los Cielos” es un concepto bíblico muy rico. Por un lado, “los Cielos” se refiere a todo el universo que Dios creó (Gén. 1:1; Sal. 8:3; 19:1; 2 Crón. 6:18), con toda su magnífica belleza. Por otro lado, la Biblia presenta otro significado de los “cielos”, más cercano al significado que emplea Pablo en Efesios, en el que el apóstol relaciona los lugares celestiales con la Creación y la salvación. Cuando Dios creó el universo, no permaneció fuera del universo (la Biblia no propugna el deísmo). Más bien, Dios eligió entrar al universo como su Creador, Proveedor y Rey (Sal. 11:4) y establecer una relación especial y personal con los seres que él creó a su imagen (Gén. 1:26-28). Esta relación se logra de varias maneras. Una, en su omnipresencia, Dios estuvo y está presente en todo el universo (Sal. 139:7, 8). Esta idea significa que podemos orar a Dios en cualquier lugar, en cualquier situación, y que él nos escucha en tiempo real.
Sin embargo, la Biblia describe otra forma en que Dios se encuentra y se relaciona con la población del universo. Muchos autores bíblicos enfatizan que Dios escogió un lugar en los Cielos donde estableció su Trono de amor y justicia (Sal. 103:19, 20). En ese lugar, Dios muestra su presencia visible y el gobierno del universo en forma permanente. Es en y desde ese lugar celestial que Dios bendice al universo mediante sus actos de amorosa providencia. Fue en su Trono donde se reunió con todos los seres inteligentes (Job 1:6); es allí donde todos los seres inteligentes del universo responden con culto y adoración ante la presencia, la providencia y el gobierno amoroso y justo de Dios.
En su Epístola a los Hebreos, Pablo también relaciona los Cielos con el Trono de Dios y el Santuario celestial: “Tenemos un Sumo Sacerdote que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo; y es ministro del santuario, de aquel verdadero santuario que levantó el Señor y no el hombre” (Heb. 8:1-3; ver también Heb. 1:8; 4:16; 9:23-25; 12:2, 22-24). Así como en su Epístola a los Hebreos, y también como Daniel (Dan. 7), Salomón (2 Crón. 6) y más adelante Juan (Apoc. 4; 5), Pablo dirige la atención de sus lectores al lugar celestial de Dios, a su Trono y su Santuario celestial, desde donde Dios bendice a su pueblo con todas las bendiciones que concibió en sus planes originales de creación y de salvación en Cristo. Ilustración: El “interruptor de circuito por fallo a tierra”.
En el pasado, muchos murieron por electrocución doméstica accidental. Las casas modernas están equipadas con un ingenioso dispositivo de protección llamado interruptor de circuito por fallo a tierra (ICFT). Los ICFT detectan cualquier diferencia en la corriente del sistema e interrumpen la corriente eléctrica en cuestión de milisegundos. De esta manera, si un niño enchufa un objeto metálico en un tomacorriente, el interruptor de circuito se activará, detendrá la corriente, y salvará al niño de la muerte. Dios decidió crear nuestro mundo y coronarlo con seres humanos inteligentes y libres, con la capacidad de decidir rechazar a Dios y así pecar. Las consecuencias de pecar (como la consecuencia de tocar un cable eléctrico vivo) causan la muerte del pecador. Dios dijo a Adán y a Eva que morirían en el momento o el día en que pecaran (Gén. 2:17). Sin embargo, no murieron. Al contrario, se dieron cuenta de lo que había sucedido y huyeron de Dios (Gén. 3:6, 7). Se podría argumentar que la primera pareja murió de forma espiritual o que fueron condenados a muerte a largo plazo.
Si bien estas respuestas tienen mérito, el evangelio, especialmente como lo explica Pablo en Efesios, da una respuesta más completa a la pregunta de por qué Adán y Eva no murieron inmediatamente por causa de su pecado. Según Pablo, antes de la fundación del mundo (Efe. 1:4), Dios incorporó al plan de la Creación un dispositivo de seguridad, un “ICFT” espiritual. Cuando Adán y Eva cayeron en pecado, se suponía que debían morir, porque tocaron el “cable pelado” del pecado. Sin embargo, Adán y Eva no murieron inmediatamente, porque el plan de salvación, creado por Dios desde antes de la fundación del mundo, se activó de inmediato. Ese plan era Cristo, y quien cree en Cristo, quien elige ser hallado “en Cristo”, se salva del poder y las consecuencias del pecado, la culpa, la alienación y la muerte.
APLICACIÓN A LA VIDA
Pide a los alumnos que consideren esta pregunta: ¿Cuán elevada es su comu- nicación? Es decir, el contenido de su comunicación diaria oral, escrita o gráfica en su vida, ¿cómo revela que han sido tocados y transformados por la gracia de Dios y por la cosmovisión del Señor exaltado y su teología? ¿En qué medida los miembros de la clase sienten que las realidades eternas en los Cielos los influyen? ¿Cuánto se parecen el contenido y la forma de sus conversaciones a la de Pablo?
Pide a los alumnos que consideren la forma en que hablan con familiares, amigos, compañeros de trabajo y personas en espacios públicos. Desafíalos a revisar la forma en que escriben correos electrónicos o mensajes en varias plataformas de redes sociales. Además, incentívalos a revisar el contenido de sus conversaciones personales con familiares, amigos y colegas para que este se asemeje a Cristo y se vuelva más cristocéntrico.
En Efesios 1:5, Pablo escribe que Dios “nos predestinó para ser sus hijos adoptivos por Jesucristo, conforme al afecto de su voluntad”. Muchos cristianos entienden que este pasaje significa que el apóstol enseña el concepto de la predestinación en el sentido de que Dios nos elige para ser salvos, y que no podemos hacer nada para resistir su voluntad ni cambiar su decisión en este asunto. ¿Cómo explicarían los alumnos este texto a los siguientes grupos de personas: (1) a sus amigos cristianos que creen en el concepto de la predestinación y (2) a sus amigos o vecinos no cristianos?