Al acercarnos al final de los escritos de Isaías, recordemos la misión del Siervo de Dios. Su gloria iba a repercutir en todo el mundo. Todas las naciones debían ser bendecidas por su presencia. Nuestro Padre celestial quiere llegar a todos nosotros, no a unos pocos.
Podemos tocar a otros a través de actos de bondad y buenas obras que elevan incluso a los más marginados entre nosotros. No es necesario que se conviertan en miembros bautizados de nuestra iglesia elegida. Quizás ni siquiera visiten nunca nuestra casa de culto. Independientemente de su respuesta a nuestros esfuerzos, debemos mostrarles el amor de Dios y rezar para que Dios los acerque a Él.
Al ampliar nuestras puertas y dar la bienvenida a las personas a nuestra familia de la iglesia, sin importar las pruebas que estén enfrentando, seremos modelos del estilo de ministerio que Jesús respaldó. Recordemos que el Deseo de las Naciones estaba destinado a ser compartido con todo el mundo, no sólo con un círculo cerrado de creyentes egoístas.
