El Apocalipsis nos habla del templo de Dios, Su sala del trono, donde los ángeles celestiales vienen a adorar, y donde se administra la salvación de la humanidad. Véase Apocalipsis 4:2-6, 7:9-15 y 15:5-8.
La adoración celestial en este templo se centra en Dios y en el Cordero (Apocalipsis 5:13 y 7:10). Aunque el culto se realizaba allí incluso antes de que el pecado entrara en el universo, la actividad actual parece incluir los deberes del Sumo Sacerdote de mediar por los santos de Dios, que están sufriendo por su lealtad a Él. Aquí es donde comienza Su obra de juicio, mientras el Cordero se prepara para Su gran operación de rescate durante lo que conocemos como Su Segunda Venida.
Los adoradores en este templo incluirán entonces a aquellos que “han salido de la gran tribulación; han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:14 NVI). Estos testigos, una gran multitud (Apocalipsis 7:9), cantarán alabanzas a Dios por todo lo que ha hecho por ellos.
La promesa de no más dolor y sufrimiento no sería posible si existiera un infierno siempre ardiente, donde los injustos serían torturados para siempre con un dolor atroz. Parece más probable que los malvados sean erradicados para siempre de nuestro planeta por un fuego que los consuma total e irreversiblemente. La justicia de Dios prevalecerá; y Su misericordia se hará sentir, incluso con el castigo inusual para los malvados descrito en el Apocalipsis al final del milenio.
Hay consuelo para el pueblo de Dios en saber que nuestro Padre celestial enjugará un día todas nuestras lágrimas. En el cielo y la tierra nuevos, “no habrá memoria de las cosas pasadas, ni vendrán a la memoria” (Isaías 65:17 NVI). Al igual que el dolor que experimentamos ahora por la pérdida de un ser querido, el dolor de nuestra pérdida se desvanecerá hasta tal punto que apenas podremos recordar las partes dolorosas de nuestra experiencia. La alegría perdurable de vivir en la tierra nueva anulará todos nuestros malos sentimientos sobre el pasado.
