El misericordioso plan de salvación de Dios se ha expresado varias veces a lo largo de la historia de la Tierra. Primero se lo presentó a Adán y Eva en el Jardín después de que pecaran, luego a Moisés y a los hijos de Israel en el servicio de adoración altamente simbólico y figurativo del santuario terrenal, y finalmente a través del ministerio, muerte y resurrección del Señor Jesucristo. Cada vez se nos ha dado una imagen más completa de cómo somos salvos.
Ahora podemos tener el nombre de Dios en nuestra frente cuando aceptamos Su plan de salvación, rendimos nuestra voluntad a la Suya, y reclamamos las promesas que Él tiene para nosotros en Su palabra. Si no nos alejamos de Él y continuamos confiando totalmente en Sus méritos, Su nombre permanece en nuestra frente en el cielo. Él es por siempre el Amo de nuestros pensamientos y acciones, porque nosotros voluntariamente lo hemos hecho así.
Como Abraham, somos contados justos por creer en Dios, por recibir la justificación sólo a través de Él (Romanos 4:2-4).
Un nuevo cielo y una nueva tierra sólo se mencionan en Isaías 65:17, 66:22, y de nuevo en el Nuevo Testamento, en 2 Pedro 3:13 y Apocalipsis 21:1. Será un tiempo, descrito tan bellamente aquí, cuando…
“El gran conflicto ha terminado. El pecado y los pecadores ya no existen. El universo entero está limpio. Un pulso de armonía y alegría late a través de la vasta creación. De Aquel que lo creó todo, fluyen la vida, la luz y la alegría, a través de los reinos del espacio ilimitado. Desde el átomo más diminuto hasta el mundo más grande, todas las cosas, animadas e inanimadas, en su belleza sin sombra y su alegría perfecta, declaran que Dios es amor.” ~Ellen G. White, El Conflicto de los Siglos, p. 678
Cuando llegue este momento, podremos declarar verdaderamente: “Oh Muerte, ¿dónde está tu aguijón?” (1 Corintios 15:55). Qué magnífica esperanza tenemos para el futuro.
