Es obvio en Marcos 12:38-40 que los escribas y funcionarios de la iglesia a cargo del templo no estaban usando muy bien los fondos para su funcionamiento. Además de elaboradas exhibiciones de sus propias donaciones, guardaban los mejores obsequios para su propia comodidad. Remodelaron y amueblaron profusamente el templo, pero a menudo dejaron a las viudas y a los pobres sin vivienda.
Jesús, sin embargo, inmortalizó para siempre el simple regalo de una viuda pobre (Marcos 12:41-44). Se fijó en sus miserables dos óbolos, que equivalían aproximadamente al salario de un día. Aunque nada parecía compararse con los generosos obsequios de los demás, Jesús sabía que su sacrificio monetario era todo lo que tenía. Con razón señaló a los discípulos que su don era el más grande de todos. Ella dio de su pobreza, mientras que muchos otros habían dado de su abundancia.
Jesús utilizó el ejemplo de su acto fiel de dar para preparar el escenario para las profecías que luego compartió sobre la destrucción del templo. Todos necesitamos la fe y la devoción sacrificial de esa viuda pobre para poder superar los días críticos que se avecinan.
