El judaísmo ha considerado durante mucho tiempo el yugo como una metáfora de la Ley. Pero la Biblia señala que hay dos tipos de yugo (Gálatas 5:1). En otras palabras, hay dos maneras de cumplir la Ley. Una es fácil; la otra es difícil.
Debemos evitar llevar “el yugo de la esclavitud”, el que nos atrapa pensando que cumplir la Ley depende de nuestra propia justicia. El “yugo de la libertad”, por otro lado, se lleva cuando nos permitimos cubrirnos con Su justicia, dependiendo de Él para hacer el trabajo pesado.
Ya hemos visto cómo el yugo se ajustaba especialmente al animal que lo llevaba. Aun así, hubo ocasiones en que el yugo no evitó que uno de los animales cayera. También nosotros podemos tropezar a veces, aunque hayamos aceptado el yugo de nuestro Maestro. Pero Él espera pacientemente a que recuperemos nuestras fuerzas, permitiéndonos reanudar nuestra labor con Él. La fe vuelve y el trabajo continúa, cuando permanecemos unidos al yugo de Dios.
Aunque hemos asumido el yugo de Jesús, todavía hay una carga que debemos llevar con Él. Existe la tarea de alcanzar a otros con el amor y la gracia de Dios que debe hacerse antes de que el plan de salvación esté completo. Jesús no puede hacer este trabajo tan eficientemente sin nuestra completa entrega y cooperación.
Por sugerencia de su suegro Jetro, Moisés aligeró sus cargas nombrando a otros con él para que compartieran los deberes del liderazgo (Éxodo 18:18, 21). En el capítulo 12 de Corintios, Pablo describió este reparto de cargas comparándolo con el cuerpo. Las diferentes partes del cuerpo trabajan juntas para compartir el evangelio.
Afortunadamente, no tenemos que trabajar solos, o incluso sólo con Jesús. Dios espera que nos unamos a otros individuos salvos para aligerar la carga de nuestras labores. Esto debe hacerse, siempre y cuando sea posible, para hacer nuestra carga aún más ligera.
