Libro Complementario Capitulo 7 “El mal en la Creacion” L. James Gibson – Leccion 7 para 16 de febrero 2013

El mal en la creación

Durante la semana de la Creación, Dios pronunció bendiciones sobre lo que había creado; y al final de la semana, dijo que todo era “bueno en gran manera”. El cuadro era de un mundo sin violencia depredadora, sufrimientos ni muerte. Pero, este no es el mundo en el que vivimos hoy. La violencia, el dolor y el sufrimiento son muy familiares para tantas personas, que encuentran difícil imagi-nar un mundo sin ellos. El mal arroja una sombra sobre la naturaleza, reduciendo nuestra capacidad de comprenderla correctamente. No vemos claramente, sino “vemos por espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12). ¿Cómo ocurrió un cambio tan dramático?

Las sentencias por el pecado
La sentencia sobre la serpiente. Después de la confesión de Adán y de Eva (Génesis 3:12, 13), Dios pronunció sentencias sobre todos los que estaban involucrados con los primeros pecados de la humanidad. Dirigió la primera sentencia sobre la serpiente. Fue maldita “más que toda bestia, y más que todo animal del campo” (Génesis 3:14). Esto pa-rece indicar que, aunque la maldición aquejaría en mayor medida a la serpiente, afectaría también a todo el ganado y las bestias del campo. Pero, si el texto debía decir que la sentencia se aplicaba al mundo ani-mal entero o no, es claro que los efectos del pecado se extendieron a to-dos los animales (Romanos 8:20).
Como resultado de la maldición, la serpiente andaría sobre su vien-tre y comería polvo. Esto puede tener un sentido doble. Primero, dic-taminaría que habría cambios en la anatomía de la serpiente, de modo que se arrastrara sobre su vientre; esto implica que previamente tenía otro medio de locomoción, tal como piernas o alas. Los biólogos reconocen que los antepasados de las serpientes que existen ahora tuvieron miembros, y que los cambios que sufrieron las serpientes involucraban modificaciones en los genes que controlan el desarrollo embriológico. Segundo, la maldición también puede implicar que Satanás mismo, la verdadera “serpiente” en la historia, “comería el polvo”; una metáfora que señalaba a su destrucción final.
Es probable que la maldición incluyera la posibilidad de cambios genéticos no solo en las serpientes, sino también en todos los demás animales. Inferimos que los animales cambiaron; algunos de ellos desa-rrollaron la anatomía necesaria para sostener una existencia dependien-te de la violencia y la depredación, y otros adaptándose a una vida de parasitismo. Los cambios sustanciales requeridos significan que no po-demos suponer que los animales que vemos ahora se parecen o actúan del mismo modo que los animales que existieron antes del pecado.
Con el fin de evitar que Satanás tuviera un control completo sobre la humanidad, Dios les ayudaría a resistir la tentación poniendo enemis-tad entre la serpiente y la mujer. A la humanidad no le agrada el mal. Y aunque Satanás infligiría sufrimiento (la herida en el talón, o calcañar), al final él sería derrotado: su cabeza sería aplastada (Génesis 3:15). El pecado y el mal finalmente terminarán, pero demandaría un costo. 1

La sentencia sobre la mujer. La segunda sentencia fue pronunciada sobre la mujer. Sus relaciones familiares se verían afectadas; y la acción de dar a luz a los hijos sería doloroso. La frase “Tu deseo será para tu marido” (Génesis 3:16) puede reflejar el hecho de que la armonía en la pareja sería rota. 2 A fin de preservar la institución matrimonial, que era muy importante para el bienestar de la raza, el esposo gobernaría 3 sobre ella. Desafortunadamente, en el mundo caído, el esposo y la es-posa pueden tener ideas conflictivas sobre cómo debe ser ese liderazgo. Cuando observamos las dificultades que experimentan quienes están casados, debemos recordar que somos criaturas caídas, y deberíamos esforzarnos por restaurar las relaciones matrimoniales armoniosas, que el Creador tenía la intención de que existieran.

La sentencia sobre el hombre. La primera parte de la sentencia del hombre era que su vida sería de trabajo y de dolor (Génesis 3:17-19). El trabajo que tendría sería agotador; suficiente para producirle traspira-ción. El trabajo que debía hacer el hombre aumentaría, porque el suelo había sido maldito y a partir de allí produciría espinas y cardos. Esto implica que las espinas y los cardos no existían antes de este tiempo. 4
La maldición también produjo un cambio en la dieta. La humanidad ahora comería plantas herbáceas, junto con las frutas y las semillas ori-ginalmente provistas. En Génesis 2, la creación de los humanos es des-crita como si hubiese sucedido antes que ciertos tipos de plantas exis-tieran. Dos tipos de plantas se mencionan en este contexto: la “plantas del campo”1 y la hierba del campo. 5 Algunos eruditos del idioma he-breo sugieren que estas expresiones pueden referirse, respectivamente, a los arbustos silvestres de las regiones áridas y a las hierbas cultiva-das, y que ambas sufrieron las modificaciones que ocurrieron por causa de las maldiciones. 6 Si esta interpretación es correcta, es otro ejemplo de las clases de cambios que sucedieron en el reino vegetal desde la Creación.
La sentencia de Adán incluía la muerte. Después de una vida de tra-bajo y de dolor, él moriría. Fue tomado del polvo, y volvería al polvo. Esta parte de la sentencia no fue impuesta de inmediato, sino que suce-dería a su debido tiempo. Por gracia, Adán tuvo la oportunidad de vi-vir una vida de prueba, demostrando por sus acciones y actitudes si aceptaba el don que Dios le ofrecía en la promesa de la victoria de la “Simiente”.

El oscurecimiento del espejo
Adán había recibido el dominio sobre las criaturas del mar, el aire y la tierra, y se le había dado el trabajo de jardinería. Todo esto fue afec-tado por las maldiciones que produjo el pecado; de hecho, el mundo entero fue afectado por las maldiciones (Romanos 8:20-22). No solo la buena creación fue arruinada por el pecado y las maldiciones, sino también la mente humana misma sufrió daños. Había sido oscurecida, haciéndola resistente a la verdad que Dios reveló tanto en la naturaleza como en su Palabra. Jeremías describió la mente humana como “enga-ños(a) […] más que todas las cosas y perverso” (Jeremías 17:9). La gente hasta se olvidó voluntariamente de que Dios fue quien creó la tierra y todo lo que hay en ella (2 Pedro 3:5, 6). El pecado produjo una división tan profunda entre nosotros -seres creados— y el Creador que sin la iluminación divina leemos incorrectamente la naturaleza. 7
A pesar de que el poder destructivo del pecado produjo la distorsión de la buena creación de Dios, siempre permanecen algunas personas que pueden ver el diseño en la naturaleza, y probablemente algunos que la niegan.
Los avances de la ciencia añadieron evidencias sobre este tema, y continúa siendo asunto de activa discusión actualmente. 8
De hecho, la cuestión del diseño en la naturaleza es uno de los gran-des problemas de todos los tiempos. Los antiguos filósofos griegos lo analizaban. 9 Los teólogos y los filósofos de la era del siglo de las luces alegaron acerca de él. 10 Y el debate entre los teístas, que afirman el di-seño en la naturaleza, y los materialistas, que lo niegan, continúa en la actualidad.
El concepto de que la naturaleza da evidencias de diseño tiene dos ramas, que no son necesariamente excluyentes. Son el argumento para el diseño, y el argumento del diseño. 11
El argumento para el diseño comienza con la premisa de que la na-turaleza parece ser ordenada, y muestra rasgos que indican la existen-cia del diseño por parte de alguna inteligencia. Luego, concluye que la naturaleza realmente tuvo que haber sido diseñada por alguna mente inteligente. Este argumento se concentra en el diseño mismo, y no in-tenta identificar al diseñador. El grupo del “Diseño inteligente” usa es-te argumento. 12
El segundo argumento comienza donde el primero termina. Su premisa es que la naturaleza está diseñada, y concluye que el diseñador es el Dios de la Biblia. Estos dos argumentos están estrechamente rela-cionados, y a menudo -aunque no necesariamente siempre- están vin-culados.
Mientras la mayoría de los cristianos y otros monoteístas reconoce-rían el diseño y lo atribuirían al Creador bíblico, otros no lo harán. Los panteístas podrían aceptar la idea de que la naturaleza fue diseñada, pero propondrían un diseñador diferente; tal vez un espíritu universal presente en toda la materia, o una fuerza misteriosa que hace que aque-lla se organice a sí misma. Los materialistas niegan tanto el argumento para el diseño como el argumento del diseño.
Stephen Weinberg, ganador del premio Nobel en Física de 1979, ob-serva demasiado mal en la naturaleza como para creer que alguien ha-ya diseñado el universo. Explica: “Es casi irresistible imaginar que toda esta belleza de algún modo fue puesta para nuestro beneficio. Pero, el Dios de las aves y de los árboles tendría que ser también el Dios de los defectos de nacimiento y del cáncer”. 13
El argumento del diseño sería mucho más convincente si no fuera por el problema del mal. © Recursos Escuela Sabática

El problema del “mal natural”
El “mal natural” es el término usado para designar el sufrimiento causado por las fuerzas en la naturaleza, que los seres humanos no pueden controlar. La existencia del mal natural es la objeción principal al argumento del diseño. El mal que los humanos provocan no causa mucho problema: universalmente, la gente reconoce que es la respon-sabilidad de la humanidad la que lo causa. Pero ¿quién es el responsa-ble por el sufrimiento causado por los desastres naturales como las inundaciones, los tsunamis, los terremotos, los tornados, las sequías, etc.? La gente responde a esta pregunta de diferentes maneras, depen-diendo de cómo consideran la relación entre Dios y el mundo.
Para el materialista que niega la existencia de Dios, el mal natural es simplemente natural; no hay nada que explicar. Los terremotos suce-den y matan gente… junto con cucarachas y ratas.
Para el creyente en Dios, el mal natural es el resultado de una com-binación de factores. Dios es ciertamente capaz de impedir el mal natu-ral, pero él respeta las elecciones que los seres humanos hicieron de se-guir a Satanás, de modo que limita su intervención. Entretanto, Satanás está activamente trabajando para causar desastres naturales (Job 1, 2). Sin duda, él haría más, si pudiera. Los creyentes reconocen que el pe-cado abrió el acceso a Satanás al mundo, y el mal natural es uno de los resultados.
Algunas personas creen que Dios causa el mal porque está enojado con los pecadores, y desea una venganza exacta sobre ellos, por su in-gratitud. Pudo haber sido esta creencia la que explica por qué la gente comúnmente llama a los desastres naturales “actos de Dios”.
Otros creen que Dios es indiferente al sufrimiento humano: sencilla-mente, no le interesa lo que sucede. Aquellos que niegan la existencia y el poder de Satanás, a menudo luchan para creer que hay un Dios bueno que se interesa en ellos. Pueden ver las evidencias de diseño, pe-ro no pueden reconciliar la idea de un Diseñador divino con la presen-cia del mal natural. Esto los lleva a considerar el rol de agentes sobrena-turales que causan el mal natural.
Cuando Adán y Eva pecaron, permitieron que el mal entrara en el mundo. Su desobediencia demandó una respuesta de Dios, que fue da-da en la forma de maldiciones y la sentencia de muerte. 14 Dios respon-dió estableciendo límites a los efectos del pecado, recordándoles a los seres humanos su dependencia de él y proveyéndoles de una esperanza para el futuro. La gente puede llegar a considerar esta respuesta co-mo si involucrara una forma de mal, 15 pero la intención de Dios es re-dentora (Deuteronomio 8:5; Hebreos 12:5-7).
El pecado trajo el mal en una forma destructiva. Cuando Satanás engañó a Adán y a Eva, el mal ganó un punto de entrada en el mundo. Satanás no tenía la intención de que el mal que él produjo “redimiera” a la humanidad; que los impulsara hacia una relación positiva con Dios. Más bien, quiso separarlos de Dios para siempre. Así, hay dos co-rrientes de “mal” que fluyen por el mundo: una con la intención de lle-varnos de regreso a Dios y otra con el propósito de separarnos de él pa-ra siempre. Esto complica nuestra comprensión del mal natural.
No es claro si las maldiciones que Dios pronunciara sobre la Tierra fueron impuestas de inmediato o si fueron predictivas de lo que final-mente sucedería. También podemos preguntarnos si fueron impuestas por Dios directamente, o si Dios dio libertad a Satanás para distorsio-nar la belleza de la creación original. Tal vez, ambas ideas sean verda-deras.
Un concepto es que Dios redujo la extensión de su cuidado protec-tor, permitiéndonos comprobar por nosotros mismos cómo el pecado afecta la creación. Esto podría ser lo que Pablo tenía en la mente cuan-do escribió: “Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su pro-pia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza” (Romanos 8:20). Y Dios pudo haber empleado las maldiciones que pronunció con el fin de modificar la creación de modo que pudiera arreglársela con los efectos del pecado y de la muerte.
Por otro lado, la capacidad de Satanás de influenciar la naturaleza no debe ser subestimada. Él es capaz de hacer descender fuego del cielo y causar tornados (Job 1:16, 19). Puede producir enfermedades (Job 2:7; Lucas 13:16) y aparecer bajo diversos disfraces (2 Corintios 11:14). 16Y la parábola de la cizaña implica que también corrompe las plantas (Mateo 13:24-30). Él pretende ser el gobernante de este mundo; 17 pretensión que aun Jesús reconoció (Juan 14:30). 18
Ambas posibilidades -que las maldiciones sobre la Tierra fueron puestas en práctica por Dios o por Satanás- pueden ser ciertas. Tanto Dios como Satanás están activos en el mundo, y ambos pueden produ-cir experiencias que consideramos como malas.

Ver a Dios en la naturaleza
Muchos pasajes bíblicos afirman que Dios actúa en la naturaleza. Los salmistas podían percibir el poder y la sabiduría de Dios en la na-turaleza: en una tormenta de truenos (Sal. 29), en la furia del mar (Sal. 93) y en la estructura de la Creación (Salmo 104). Para el creyente, la gloria y la sabiduría de Dios pueden verse en toda la Creación. David escribió esta frase famosa: “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmo 19:1). Al mirar las estrellas, le recordaron a su Creador, cuya gloria se manifestó en la consistencia con la cual mantiene el orden que se ve en el espacio. El mismo punto se ve en el Salmo 8, donde David expresa su asombro por el hecho de que el gran Dios que creó los cielos tomaría tanto interés en los humanos.

Pero ¿qué sucede con el incrédulo?
Aun los que no conocen a Dios pueden ver evidencia de su existen-cia en las cosas que él creó. Cuando el apóstol Pablo, en sus viajes, dis-putó con los paganos, en ocasiones usó la evidencia en la naturaleza con el fin de alegar por la existencia de Dios. Cuando habló a los paga-nos en Listra, por ejemplo, habló de las lluvias y de la estación de la co-secha, como evidencia del Dios Creador (Hechos 14:15-17). Cuando se dirigió a los filósofos en la colina de Marte, señaló su reconocimiento de la existencia de un “dios desconocido”, y les mostró que hay un Dios Creador, desconocido para ellos (Hechos 17:22-34), y luego los in-vitó a adorarlo. Pablo escribió a los romanos que el testimonio de la creación está disponible para todos; pero no era optimista acerca de nuestra capacidad de ver a Dios en la naturaleza (Romanos 1:19, 20). Específicamente, señaló que “lo que de Dios se conoce” son “su eterno poder y deidad”. A partir de la naturaleza, cualquiera puede inferir que existe un Dios Creador, que es poderoso y que es eterno. Esto es suficiente para que cada persona sea responsable ante Dios.
Una evidencia de la bondad de Dios, que apela a todos, es un cre-yente fiel y generoso. Los que fielmente observan las leyes de Dios dan un testimonio que alcanza a aquellos que no tienen conocimiento de la Ley (Deuteronomio 4:5, 6). Jesús identificó los dos Mandamientos ma-yores: hemos de amar a Dios en forma suprema, y hemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:34-40). Si el pro-blema del mal es el mayor estorbo para creer en Dios, una vida de ser-
vicio amante puede muy bien ser la evidencia más poderosa acerca de su existencia.

Conclusión
Los pecados de Adán y de Eva produjeron modificaciones en cada parte del mundo. Dieron acceso a Satanás al mundo, lo cual resultó en miseria y sufrimiento incontables. La bendición que Dios pronunciara sobre la creación original ha sido reeditada por las maldiciones sobre los animales, las plantas y la tierra misma. La imagen de Dios, que la humanidad llevaba, ha sido eliminada o distorsionada, y la mente hu-mana ha sido oscurecida de modo que ya no percibe claramente la pre-sencia de Dios en la Creación.
No obstante, Dios no nos ha dejado sin evidencias de su existencia y su poder. Podemos ver estos atributos claramente en las cosas que ha formado. Pero, existe un testimonio mejor y más claro acerca de su bon-dad y amor: se observa en las vidas de quienes, siguiendo a Jesús, vi-ven para servir a los demás. Jesús se denominó a sí mismo “la luz del mundo” (Juan 8:12); y llamó a sus seguidores a ser lo mismo para los demás (Mateo 5:14-16). Por sobre todo, esta es la luz que se necesita pa-ra dispersar las tinieblas de las mentes de la humanidad.

Referencias
1 Ver el capítulo 12 de este libro.
2 White, E. G. de, Patriarcas y profetas (Mountain View, CA: Publicaciones Interamerica-nas, 1955), p. 41; cf. Collins, C. J., Genesis 1-4. A Linguistic, Literary and Theological Com-mentary (Pillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2006), pp. 159,160.
3 En hebreo, masál. Notamos que esto es diferente del “gobernar” (hebreo rada) sobre los animales en Génesis 1:26 al 28; ver Davidson, R. Flame of Yahveh: Sexuality in the Old Testament (Peabody, MA: Hendrickson, 2007), capítulo 2.
4 Los biólogos opinan que las espinas se producen por cambios genéticos que alteran el desarrollo que debería producir hojas. El pecado ha causado que plantas y animales experimenten cambios en la genética de su desarrollo.
5 Génesis 2:5; hebreo síaj hassadéh, “Planta del campo”.
6 Génesis 2:5; hebreo ‘essed hassadéh, “Hierba del campo”.
7 Younker, R. W. “Genesis 2: A second creation account?” en J. T. Baldwin, ed., Creation, Catastrophe, and Calvary (Hagerstown, MD: Review and Herald®, 2000), pp. 69-78.
8 White. “La incapacidad del hombre para interpretar la naturaleza”, Testimonios para la iglesia (Miami, FL: Asociación Publicadora Interamericana, 2004), tomo 8, p. 268; cf. Romanos 1:21-23.
9 Por ejemplo, ver Behe, M. J., Dariwin’s Black Box (Nueva York: Free Press, 1996); Mey-er, S. C., Signature in the Cell (Nueva York: Harper One, 2009).
10 El diseño fue afirmado por Platón, Cicerón y otros, pero fue negado por Leucipo, Lu-crecio y otros.
11 Tomás de Aquino y William Paley afirmaron el diseño, mientras que David Hume fue su más famoso adversario.
12 Los principales defensores del diseño incluyen a William Dembski y Michael Behe, mientras que sus adversarios incluyen a Richard Dawkins y el fallecido Stephen Jay Gould.
13 Por ejemplo, ver Dembski, W. A. y J. M. Kushiner, Signs of Intelligence (Grand Rapids, MI: Brazos Press, 2001).
14 Weinberg, S. Dreams of a Final Theory (Nueva York: Vintage Books 1992), 250.
15 Bauer, S. “Dying You Shall Die: The Meaning of Genesis 2:17”, Ministry 83/12 (dic-iembre de 2011), pp. 6-9.
16 En hebreo, ra’, “mal” o “malo”; Éxodo 7-12; Deuteronomio 28:15, 68; Isaías 45:7.
17 Implicado en Job 1:6, 7; 2:1, 2; Isaías 14:16, 17; explícito en Mateo 4:8 y 9.
18 Cf. Juan 12:31; Juan 16:11.

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