Un rencoroso ofreciendo perdón
Los reinos mayas fueron algunos de los más resistentes a los avances europeos que incursionaron en sus territorios sobera-nos desde el siglo XVI d.C. Su avanzada civilización había dominado los campos de la ciencia, el arte y la arquitectura siglos antes de las invasiones. Los mayas se vieron amenazados por las hordas de ambiciosos soldados que “conquistaron” sus tierras. Durante casi dos-cientos años, algunos de esos reinos sobrevivieron y florecieron desde lo que hoy conocemos como Guatemala hasta la península de Yucatán. Para poder entender al profeta Jonás (“paloma” en hebreo), vamos a imaginarnos a un ficticio chamán maya del siglo XVI, a quien llamare-mos Uukum (“paloma” en maya). Imaginemos que Uukum recibe ór-denes, en visión, de Quetzalcóatl (su deidad principal), quien le indica que debe ir a Madrid para ofrecerles perdón a los habitantes del reino español; advirtiéndoles de que serían destruidos si no se arrepentían. Estoy seguro de que nuestro “profeta” no estaría muy inclinado a es-forzarse por salvar a los ibéricos, después de haber sido testigo de có-mo los reinos vecinos habían caído ante la superioridad militar de los europeos.
Uukum ha sobrevivido a las enfermedades traídas por el hombre blanco, que habían diezmado a la población local. Tiene vividos cua-dros en su mente de todo lo que habían hecho los “conquistadores” por saciar su hambre de oro. Es probable que Uukum, de forma prejuiciosa, hubiese asumido que todos los españoles eran así, sin reconocer que los soldados que había conocido no representaban a todos los habitantes de ese reino cristiano. Aun así, no podemos culpar a Uukum si tomara un barco en dirección a lo que hoy conocemos como Australia. Si el co-razón de Uukum estaba lleno de rencor, no podía realmente ofrecer perdón… ¿O sí?
Ahora tratemos de entender a Jonás ben-Amitai (“hijo de Amitai”), un profeta del verdadero Dios, Yahveh, el único que puede revelarse en visiones que son verdaderas y fieles. Jonás era un profeta de éxito en el reino del norte (Israel), por lo tanto, tenía una buena reputación que mantener. Aunque algunos han querido datar el libro después del exi-lio neobabilónico, la evidencia bíblica apunta a que su ministerio tuvo lugar del 800 al 750 a.C., 1 una época en la cual se miraba con desprecio al Imperio Asirio, que había causado tanto dolor en esa región. En 2 Reyes 14:2 al 5 se describe cómo se habían cumplido las predicciones de Jonás sobre la expansión de las fronteras de Israel en los tiempos de Jeroboam II. Jonás precedió a Amos y a Oseas, siendo el más antiguo de los profetas literarios del siglo VIII a.C.
Entre las contradicciones que podemos reconocer en la vida de este profeta, es que su condición ante la sociedad era diferente de la del su-reño Amos, que no fue apreciado por sus primos del norte; o el desdi-chado Oseas, que no gozaba de la admiración de todos, debido a su si-tuación matrimonial. Por el contrario, Jonás era conocido, respetado y hasta admirado por su discurso de prosperidad nacional. Estamos ha-blando de un héroe entre los suyos, mientras que los otros dos profetas que le siguen son despreciados, y hasta acusados, por el sacerdocio y la monarquía. Pero, irónicamente, hoy admiramos a Oseas y Amos, mien-tras le advertimos a quienes no escuchan la voz de Dios que no sean como Jonás”.
Prosperidad en la oportunidad
Las contradicciones del libro de Jonás son de tal magnitud que po-dríamos clasificar varias de sus partes en el género de la comedia. Si fue el mismo Jonás quien lo escribió, debió haber tenido un buen senti-do del humor. La forma en que fue escrito es una narrativa bien trama-da, que usa juegos de palabras, paralelismos y figuras que lo hacen uno de los libros más cautivantes de la Biblia hebrea. 2 La traducción en cas-tellano apenas logra capturar el suspenso y el humor que se puede re-flejar en el idioma original. Entre las contradicciones de este profeta rencoroso que es llamado a predicar el perdón, está que a él sí lo escuchan (a diferencia de a Amos y a Oseas). Se trata de un evangelista que no quería que le escucharan… y ¡sus oyentes se arrepienten! Mientras que la mayoría de los otros profetas menores son ignorados y hasta perseguidos. Irónicamente, encontramos que los que aceptan su mensa-je son marineros gentiles y los odiados asirios, quienes no aparecen po-sitivamente en el resto de la Biblia.
Hemos estudiado otras referencias a los asirios cuando comentába-mos el libro de Oseas. 3 Solo la mención del nombre “asirios” resulta aterradora, ya que son muchas las descripciones sádicas que los asirios hacen de cómo torturaban a sus enemigos de forma metódica y cruel. Su propaganda de terror era parte de su forma de intimidar a otros pueblos y asegurarse su “lealtad”. 4 Sumado a esas descripciones pro-pias, sus súbditos también los describen con horror. Aunque debemos reconocer que la memoria de los pueblos muchas veces escoge lo peor de sus “enemigos” para perpetuarlo en el banco de los recuerdos. Sin embargo, lo cierto es que los asirios del primer mileno, los “neoasirios”, también trajeron mucha prosperidad a la mayoría de los lugares donde ejercieron su hegemonía. 5 La Pax Assyria dio oportunidades para el comercio internacional y evitó las luchas destructivas que había entre pequeños reinos rivales. Sin embargo, estos beneficios se producían a costa de un gran precio: pesados impuestos y humillación nacional. La economía asiría incluía la opresión de estados más vulnerables, para poder subsistir.
En muchas ocasiones, la prosperidad de una nación se logra cuando otras carecen de ella. En América, hemos experimentado esto en dema-siadas ocasiones. La memoria de hechos políticos o económicos que nos han afectado queda viva en nuestros pueblos, y a veces se alberga con un resentimiento. La historia de la política internacional se podría cari-caturizar y reducir a opresores, oprimidos y oportunistas. La prosperi-dad de Israel y otros reinos de la zona levantina, en el siglo VIII a. C., fue posible gracias a la debilidad de Egipto y los imperios de Mesopo-tamia durante ese tiempo. Los poderes mesopotámicos (Babilonia y Asiría) habían perdido su influencia en esa región para mediados del segundo milenio a.C. 6 El vacío de poder creó las condiciones ideales y las oportunidades para la prosperidad de los reinos tribales de esa re-gión durante la Edad del Hierro (primer milenio a.C.).
Israel fue oportunista, y oprimió a los reinos que quedaban al otro lado del Jordán, entre ellos los amonitas y moabitas. 7 Los filisteos tu-vieron que pagar impuestos, y algunos de los reinos arameos del norte de Israel fueron sometidos atributo de igual manera. Jonás debió sen-tirse orgulloso de que sus profecías sobre prosperidad se hubieran es-tado cumpliendo, aunque si somos cuidadosos en la cronología de los acontecimientos, veremos que la mayoría de esas profecías se cumplie-ron después de que él regresara de Nínive. Antes de conocer los mejo-res años de Jonás, hay que profundizar en la vida de este profeta rencoroso.
La arqueología ilumina a los “malos”
Las inscripciones que hemos descubierto de esta época abren venta-nas a la historia antigua que tienen muchas conexiones con la historia bíblica. Eso nos ayuda a entender los viejos rencores que albergaba Jo-nás en su corazón y por qué su actitud hacia los asirios era tan belige-rante. A los profetas hay que leerlos en su contexto, analizar quiénes vivían al mismo tiempo y cómo la arqueología corrobora sus palabras. Por un lado, en varias inscripciones monumentales y documentos coti-dianos se puede observar la prosperidad del rey Acab de Israel y su homólogo Hadad-ezer de Siria (Ben-adad II en 1 Reyes 20:3) durante el siglo IX a.C., unos cincuenta años antes del ministerio de Jonás. Estos reyes dirigieron a los doce reyes que formaron la resistencia al avance de los neoasirios, quienes a su vez eran comandados por Salmanasar III. Irónicamente, los egipcios sirvieron como tropas de apoyo de Israel en la famosa Batalla de Karkar (853 a.C.). Sin embargo, Elías profetizó que las casas reales de Acab y Ben-adad II iban a desaparecer (ver 1 Reyes 19:15). Los anales históricos seculares y 2 Reyes describen cómo fueron exterminadas sus familias en Israel y Siria respectivamente. Oseas hace alusión a la aniquilación de la casa de Acab en su libro, un siglo después de esos acontecimientos.
Al profeta Elías le fue encargado ungir a los nuevos reyes de esas dos naciones: Hazael para Siria (1 Reyes 19:15) y Jehú para Israel (1 Re-yes 19:16). Sin embargo, la Biblia no registra que Elías haya cumplido esa misión, e implica que esa tarea es delegada a su discípulo Elíseo. Elíseo es quien tiene a su cargo esas labores años más tarde, usando a su vez a uno de sus discípulos (2 Reyes 9:1). Ambos personajes, Hazael y Jehú, cometieron magnicidio y tomaron el control de sus naciones. En ese momento de inestabilidad política en la región levantina, el cruel Salmanasar III regresó a la región y redujo a Israel a la servidumbre, como quedó plasmado con Jehú en el “Obelisco Negro”. Allí está el retrato más antiguo de un rey hebreo, besando los pies del monarca neoasirio.
Pero los hebreos no solo sufrieron bajo el músculo asirio, sino tam-bién Hazael, de Siria, los atacó y hasta incursionó en el territorio de Ju-dá. Una inscripción en piedra (una estela) que conmemoraba sus victo-rias sobre los reyes hebreos fue descubierta hace pocos años en Tel Dan, al norte de Israel (1993). 8 En esa inscripción está la mención más clara y antigua al rey David. 9 Hazael se jacta de sus victorias sobre Is-rael y Judá. En ese contexto, Eliseo profetiza victorias sobre los sirios cuando bendecía a Joás de Israel (hijo de Jehú); quien, de haber sido fiel, hubiese recibido mayores bendiciones (2 Reyes 13:14-18). En vez de confiar en Dios, Joás buscó “ayuda” de los neoasirios, los cuales le hi-cieron pagar más tributos.
Sin embargo, después de Salmanasar III, los neoasirios no pudieron mantener su dominio absoluto sobre la zona levantina. Jonás vivió du-rante un nuevo (y corto) período de decadencia asiria. Su ministerio se entrecruzó en el tiempo de los descendientes de Salmanasar III y de Jehú. Los problemas internos de Asiria fueron la oportunidad de Israel, y le permitieron lucrarse nuevamente de las rutas comerciales del Le-jano Oriente, como en los días tempranos de Acab. 10 Jonás profetizó sobre esa prosperidad, y eso debió haber hecho que su audiencia lo tu-viese en alta estima. No conocemos sus profecías en detalle, como en el caso de los otros profetas. Solo tenemos una referencia en 2 Reyes y la narración de una de sus experiencias (que debieron ser muchas). Su fi-gura sigue a los gigantes Elías y Eliseo, que lo precedieron, pero tam-poco dejaron sus escritos, solo tenemos narraciones de sus vidas. Jonás está en la transición entre los profetas llamados “preclásicos” y los “clá-sicos”. Jonás se convierte en el primer profeta literario de ese período, si fue él quien escribió el libro que lleva su nombre. No hay razones pa-ra dudarlo, pero además queda claro que el autor de este libro fue ins-pirado divinamente.
La arqueología nos ayuda a entender el grado de rencor y odio de parte de los hebreos contra los asirios. Joás de Israel, hijo de Jehú, o su sucesor Jeroboam II, no consideraría patriótico hacer nada a favor de los neoasirios, que habían deshonrado a sus antepasados. Jeroboam II había logrado librarse de los impuestos y la opresión neoasiria. La hu-millación que sufrió Jehú estaba tan claramente grabada en su memoria como lo está en la piedra negra que podemos ver hoy, casi tres mil años después. 11 No había simpatías para los invasores que habían saqueado ciudades y usado su territorio como parte de la red comercial asiria. Las exitosas profecías de Jonás sobre Israel estaban atadas a la debili-dad asiria. Por eso, no es de sorprenderse que Jonás se esté preguntan-do: “¿Por qué tengo que ir a predicarles a los asirios? ¿Por qué Dios se atreve a pedirme: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y clama contra ella” (Jonás 1:2) para ver si se arrepienten? La prosperidad de Asiria significaría problemas y detrimento para Israel. ¿Por qué Dios ayuda a los “malos”?
Los “malos” son los “buenos”
Después de haber leído a los doce profetas menores no es tan fácil etiquetar a algunos pueblos como “malos” y a otros como “buenos”. Los profetas que preceden a Jonás en el canon, han proclamado profe-cías contra las naciones vecinas. Se pueden escuchar las voces de Amós y Abdías censurando a los reinos que los rodeaban. No es que Israel y Judá se hayan librado de advertencias y juicios pero, a pesar de que se ha condenado a los hebreos, siempre queda la noción de que los que han hecho un pacto con Yahveh son los “buenos” y deben ser contras-tados con los “malos”. Pero, en Jonás, los “malos” actúan más favora-blemente que los “buenos”. Y en otra contradicción, el profeta, quien debería ser el “bueno” de la narración, se comporta mal.
En el capítulo 4 se nos dice: “Pero Jonás se disgustó en extremo, y se enojó. Así que oró a Jehová y le dijo: ¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tar-sis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal” (4:1, 2). En algunas ocasiones, la gracia y el perdón de Dios pueden ser demasiado “buenos” para los seres humanos. Recuerdo a una joven cristiana, cuyo padre se convirtió a Jesús. Ese padre había abusado de ella y de su ma-dre; el contacto con él había sido mínimo durante varios años. Cuando su padre comenzó a asistir a la iglesia a la que ella pertenecía, se produ-jo una crisis en su corazón. La joven decidió apartarse de Dios, porque sabía que para ser coherente en su relación con el Cielo debía perdonar a su padre… y eso era algo que ella no estaba dispuesta a hacer. Perdo-nar a aquel hombre que había sido tan cruel con ella y con su madre le resultaba totalmente inaceptable. Así que zarpó para Tarsis, se alejó, y tristemente no ha regresado a la iglesia después de casi veinte años.
Jonás, nuestro rencoroso profeta, entró en un barco que se dirigía hacia el oeste, la ruta de los marineros fenicios que colonizaron las cos-tas de la península ibérica. Hay que señalar que Nínive, el destino de Jonás, estaba en dirección opuesta al noreste de Israel. Si consultamos un mapa bíblico, veremos que Nínive no estaba cerca del mar, sino en el interior de Mesopotamia (hoy se reconoce a ese lugar en las cercanías de la ciudad de Mosul, Irak). Jonás se embarca hacia lo más lejano, po-siblemente, en los tiempos bíblicos; como si a Uukum, estando en Yuca-tán, le fuera ordenado ir a España y navegara hacia las Filipinas. Pero incluso hasta ese lugar se iba a mostrar el extremo perdón de Dios, que es el tema central del libro de Jonás.
Otra de las contradicciones del libro es que el estereotipo de maldi-cientes marineros queda eliminado. En la narración, vemos a esos hombres orando a sus dioses y buscando salvarse por medios espiritua-les. Esos “malos” marineros reconocen que el Dios a quien Jonás sirve es superior a sus dioses. Jonás tenía la oportunidad de pedir a Dios que lo perdonara, y cumplir la misión divina. Pero Jonás es tan terco que prefiere morir antes que ofrecer perdón a los ninivitas (Jonás 1:12). Los “malos” muestran más temor de Yahveh que el “buen” profeta (1:13, 14). Yahveh muestra su misericordia y perdón salvando a los marine-ros, y también protegiendo al rencoroso Jonás.
Límites de la arqueología para iluminar a los “buenos”
Una vez en Nínive, Jonás predicó el mensaje de perdón y los “ma-los”, a los que bien se les podría llamar ahora los “buenos”, escucharon el llamado divino (Jonás 3). Algunos pueden pensar que esa “revolu-ción” religiosa inspirada por Jonás debió haber conmovido a todo el mundo antiguo; 12 algo así como lo que sucedió en Egipto en el siglo XIV a.C. con el mal llamado “monoteísmo” egipcio. Se trata de los cambios efectuados por Akenatón, al dar preferencia al dios Atón en Amarna. 13 Se supone que un acontecimiento así en Asiría debería ha-ber dejado huellas arqueológicas. 14
Es cierto que hay cierta evidencia circunstancial que demuestra al-gunos cambios religiosos durante el reinado de Adad-nirari III. Se su-giere que Adad-nirari III reinó a principios del siglo VIII a.C., junto con su madre, Shammuramat (identificada con la legendaria Semíramis). 15 En esa época cuando el poder asirio se había debilitado, el control des-de Nínive fue menor que durante los tiempos de Salmanasar III. Los arqueólogos han encontrado una estatua en la ciudad de Calaj de ese tiempo, con la inscripción “confía en Nabu, no confíes en ningún otro dios”. 16 Sin embargo, esa sustitución del dios principal por Nabu no significa que era el único adorado, pues había otras dos deidades prin-cipales. 17 Además, el nombre de “Nabu” no era muy común entre los asirios, que preferían prestar homenaje a “Adad” (dios de la tormenta) o “Assur”. La destrucción de los templos en Nínive son difíciles de da-tar y ocurrió en varias ocasiones, por diversas causas. Eso nos lleva a concluir que realmente no hay una evidencia arqueológica concluyente que se pueda relacionar con las reformas inspiradas por Jonás.
La arqueología tiene sus límites, y no se debe tratar de “probar” la Biblia con sus descubrimientos. Su uso correcto es el de iluminar y con-textualizar, pues de todas formas los acontecimientos sobrenaturales escapan al registro arqueológico. La experiencia de Jonás debe ser acep-tada por fe, y no basándonos en lo que puede ser probado con la pala del arqueólogo.
¿Vas a Tarsis?
Dios ha mostrado que ama a los que son “difíciles” de amar, porque su amor es total. Si te sientes como Uukum o Jonás porque hay perso-nas hacia las cuales tienes resentimiento, recuerda el llamado que tie-nes a aceptar perdón, y ofrecerlo. El final de la historia de Jonás lo vas a escribir tú. Aquí queda demostrado que el “Dios del Antiguo Testa-mento” no es diferente del del Nuevo. No hay una ausencia de misión en el Antiguo Testamento, como nos ha sugerido el dispensacionalis-mo. Si leemos cuidadosamente el deseo de Dios por salvar a todas las naciones, desde el llamado de Abraham hasta los doce profetas meno-res, reconocemos aun “Dios clemente y piadoso, tardo en enojarse y de gran misericordia, que se arrepiente del mal” (Jonás 4:2).
Hay que ser muy cuidadosos en etiquetar quiénes son “malos” o “buenos”. La sierva del Señor claramente advirtió, al explicar la pará-bola de las ovejas y los cabritos: “Aquellos a quienes Cristo elogia en el juicio, pueden haber sabido poca teología, pero albergaron sus princi-pios”. Antes de juzgar duramente a algún Uukum, debemos recordar que “entre los paganos hay quienes adoran a Dios ignorantemente, quienes no han recibido jamás la luz por un instrumento humano, y sin embargo no perecerán. Aunque ignorantes a la ley escrita de Dios, oye-ron su voz hablarles en la naturaleza e hicieron las cosas que la ley re-quería. Sus obras son evidencia de que el Espíritu de Dios tocó su corazón, y son reconocidos como hijos de Dios” (El Deseado de todas las gen-tes, cap. 70, p. 593).
Referencias
1 Una discusión seria contra argumentos de una fecha tardía para Jonás se encuentra en el apéndice B de la obra de Gerhard F. Hasel, Jonah, Messenger of the Eleventh Hour (Na-pa, ID: Pacific Press Pub. Association, 1976), pp.95-98. Un gran grupo de académicos califican al libro de ficticio; sin embargo, son muchos los especialistas y eruditos que reconocen la veracidad del libro que fue aceptado por Jesús de Nazaret como factual (Mateo 12:39-41; 16:4; Lucas 11:29-32).
2 Vea el libro escrito por Jo Ann Davidson, Jonás: el libro visto desde adentro (Miami: APIA, 2003).
3 Ver capítulos anteriores.
4 Ver Erika Belibtreu, “Grisly Assyrian Record of Torture and Death”, Biblical Archaeo-logy Review 17:01 (enero-febrero 1991).
5 Lo más correcto es diferenciar entre los asirios del segundo milenio y los neoasirios del primer milenio a.C.
6 Egipto hizo un último esfuerzo significativo por retener su control (o influencia) sobre la zona levantina en el siglo X a.C. (2 Crónicas 12:1, 2). Intentó someter a esa región co-mo lo había hecho durante el segundo milenio a.C. Una estela encontrada en Megido muestra que, a pesar de que la Biblia no lo menciona, Egipto también atacó al reino de Israel. Para más información ver Kevin A. Wilson, The Campaign of Pharaoh Shoshenq I into Palestine (Tubinga: Mohr Siebeck, 2005) y Kenneth Kitchen, On the Reliability of the Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 2003).
7 En 2 Reyes 3:4y 5 se describe cómo los moabitas se rebelaron después de la muerte de Acab. Una inscripción encontrada en Dibón (en el actual país de Jordania) relata cómo el rey moabita Mesa se libró de Israel. La misma es conocida popularmente como la “estela moabita” o “piedra de Mesa”. Para más información, ver Kitchen, On the Relia-bility of the Old Testament, pp. 13-18.
8 Ver A. Biran y J. Naveh, “An Aramaic Stela Fragment from Tel Dan”, Israel Exploration Journal 43 (1993), pp. 81-98, y “The Tel Dan Inscription: A New Fragment”, Israel Explo-ration Journal 45 (1995), pp. 1-18.
9 Se ha argüido que la “estela moabita” tiene una referencia a David que es unas déca-das anterior a la “estela de Tel Dan”. Ver André Lemaire, “ ‘House of David’ Restored in Moabite Inscription”, Biblical Archeological Society (Mayo/Junio de 1994), pp. 30-37.
10 Para las fechas más exactas de los reyes hebreos ver Edwin Thiele, The Mysterious Numbers of the Hebrew Kings, (Nueva York: Macmillan, 1951).
11 El “Obelisco Negro” se exhibe en el Museo Británico de Londres.
12 En esta sección debo dar las gracias a Abelardo Rivas, quien compartió conmigo las notas de una presentación que realizó en la prestigiosa sociedad arqueológica ASOR en el 2011 y otros materiales no publicados.
13 Atón era uno de los nombres que se le daba al “dios sol” entre otros nombres tales como Ra, Atum, Ra-Atum, Khephre, Ptah, etcétera. A pesar de la preferencia que se le dio a Atón, hay evidencias de que continuó la adoración de Hator y Thoth entre otras deidades. No fue un monoteísmo como el que practicaban los hebreos.
14 Ver el Comentario bíblico adventista (Miami, FL: APIA, 1985), tomo 2, p. 62.
15 “Semíramis” es una reina mítica a quien los griegos atribuyen grandes logros políti-cos, militares, arquitectónicos y religiosos. Desde la antigüedad, Semíramis ha desper-tado la fascinación e imaginación de paganos, cristianos y musulmanes. A Semíramis se le han atribuido desde el nacimiento del politeísmo a los jardines colgantes de Babi-lonia y decenas de monumentos en el Oriente. Algunas de las más famosas composi-ciones en Occidente son las creaciones de Dante Alighieri en La Divina Comedia (siglo XIV d.C.) y Alexander Hislop en The Two Babylons (1853). Los materiales de Hislop fue-ron usados por Ralph Woodrow para publicar en 1966 el libro que conocemos en espa-ñol como Babilonia, misterio religioso, pero que en 1970 se retractó del mismo por recono-cer los errores de Hislop. Es interesante observar que Elena de White no escribe nada sobre “Semíramis” y sus posturas difieren mucho de Hislop y sus seguidores en cuanto a la “Navidad”. Los puntos relacionados a la conexión de las “diosas madre” de la an-tigüedad con la mariología se pueden probar con sólida evidencia arqueológica y no con las fábulas de Hislop u otros predicadores populares.
16 Francesco Pomponio, Nabu il culto e la figura di un dio Pantheon babilonese ed assiro (Roma: Roma Centro di Studi Semitici, 1978), p. 90.
17 Hay que tener cuidado con argüir que había una “trinidad” mesopotámica, pues eso sería simplista, y no es correcto. Ni los mesopotámicos ni los egipcios tenían el concep-to de trinidad bíblica ni tampoco el de monoteísmo como algunos alegan. La revelación de la trinidad bíblica es única en el Antiguo Cercano Oriente y no tiene paralelismos reales en el mundo antiguo.