Libro Complementario Capítulo 4 “Un extranjero condenando a mi nación” Amós 1ra Parte Sababo 27 de Abril

Amós – 1ª parte
Un extranjero condenando a mi nación

Muchos de nosotros nos gustaría que los problemas sociales y económicos que afectan a nuestra sociedad ya no existieran. Si nos libro-complementarioencontramos con un ciudadano de nuestro país, es proba-ble que dialoguemos sobre algunos de esos males, y hasta lleguemos a entendernos. Pero las cosas son diferentes cuando aparece un “extran-jero” para sermoneadnos sobre todo lo malo que hay en nuestra patria, pues nos sabe mal que uno de afuera critique nuestros problemas in-ternos. Bueno, algo así provocaba la proclamación de Amos, un profeta del sur (Judá) que fue a predicar al norte (Israel). La contradicción de un “extranjero condenando a mi nación” me resulta difícil de soportar. Por otro lado, podemos interpretar la labor de Amos desde otro punto de vista, ya que se trata de un extranjero que se preocupa por mi na-ción, alguien que se identifica con los míos hasta tal punto que dedica su vida en favor de mi tierra. En todos los países hay foráneos que lle-gan a amarlos tanto que están dispuestos a contribuir como el que más con la patria de adopción. Hombres y mujeres tan fieles que hasta están dispuestos a morir por aquellos a quienes consideran suyos.
Uno de esos casos fue Eugenio María de Hostos, un puertorriqueño que se identificó con diversas causas de América. Hostos fue verdade-ramente un ciudadano del mundo, capaz de ver más allá de los cons-tructos nacionalistas y las particularidades raciales. Este prócer se en-carnó con el pueblo dominicano, hasta el punto de haber pedido que sus restos permaneciesen en la bella Quisqueya después de su muerte. Por otro lado, Hostos, al igual que muchos americanos, creía que la forma de proveer libertad a los seres humanos era gestando cambios políticos, educativos y sociales. Sin embargo, en estas tierras se ha de-rramado mucha tinta y mucha sangre por ideales que no han garanti-zado verdadera libertad.
La energía y la pasión de los profetas han de estar acompañadas de un contenido profético para asegurarnos de que la Palabra liberará a los cautivos de la más abyecta esclavitud, que es el pecado. Amós es nuestro tercer amigo entre los doce profetas menores, con quien pode-mos abrir una ventana a su mundo de contradicciones. Amos no guar-dó silencio ante lo que estaba aconteciendo en su mundo; habló de la política internacional, de los acontecimientos que se estaban produ-ciendo. Este profeta vivió en un momento decisivo para el pueblo de Israel, y sus mensajes son bien concretos.
Hay profetas que no necesitaban ser tan exactos en su cronología y no ofrecen detalles históricos en sus libros; pero Amós tenía que serlo, para lograr el impacto que deseaba. El sureño predicaba en el norte, donde reinaba el poderoso rey Jeroboam II, quien extendió sus fronte-ras tan lejos como las que tuvo la monarquía unida en tiempos de Sa-lomón (1:1). Esto sucedió en cumplimiento de las profecías que Jonás había pronunciado anteriormente (2 Reyes 14:2 5). Al mismo tiempo que Amos estaba predicando, Oseas estaba viviendo su propia trage-dia, como vimos en el capítulo anterior. Algunos sugieren que Joel y Abdías predicaron durante esa época en la tierra de Judá. De todas formas, Judá sería bendecida con los ministerios de Isaías y Miqueas durante la última parte del siglo VIII a. C. y con la histórica reforma llevada a cabo por Ezequías. El mensaje de Amós tuvo un impacto na-cional e internacional, y tiene mucho que ver con nosotros.

El extranjero y la política
Como cristianos, no podemos permanecer indiferentes o callados ante las injusticias sociales, las naciones opresoras o los gobiernos co-rruptos. Los pioneros adventistas, desde el comienzo de la iglesia parti-ciparon en movimientos a favor de la temperancia y el bienestar social. Muchos de esos primeros adventistas se pronunciaron en contra de la esclavitud. Elena de White expresó con mucha claridad: “No hemos de obedecer la ley de nuestro país que exige la entrega de un esclavo a su amo; y debemos soportar las consecuencias de su violación. El esclavo no es propiedad de hombre alguno. Dios es su legítimo dueño, y el hombre no tiene derecho de apoderarse de la obra de Dios y llamarla suya”
(Testimonios para la iglesia, tomo 1, p. 185).
Declaraciones como esta motivaron al pastor Leonard Johnson, en 2012, a pronunciarse públicamente en contra de legalizar las apuestas en las Bahamas. Los cristianos tenemos el deber de concienciar a nues-tra sociedad, en vez de acomodarnos a los que nos rodean o mantener-nos encovados en nuestra pequeña zona de seguridad. Esto es cada vez más desafiante, debido a gobiernos que han trastocado el sistema de valores, y han hecho que el dinero y la ganancia se conviertan en la prioridad de la mayoría. Sin embargo, por supuesto, pronunciarnos en cuanto a los problemas de nuestro mundo no implica que tengamos que comprometer la misión de proclamar un evangelio y anunciar la esperanza de un Reino perfecto con el advenimiento de Cristo.
Dios trató de detener el deterioro de su pueblo con la predicación del evangelio. “El Señor no abandonó a Israel sin hacer primero todo lo que podía hacerse para que volviera a serle fiel. A través de los largos y oscuros años, durante los cuales un gobernante tras otro se destacaba en atrevido desafío del Cielo y hundía cada vez más a Israel en la idola-tría, Dios mandó mensaje tras mensaje a su pueblo apóstata” (Profetas y reyes, p. 78). Hubo toda una serie de mensajeros que estuvieron invi-tándoles a regresar a Dios. Elena de White añade que “mediante sus profetas, le dio toda oportunidad de detener la marea de la apostasía, y de regresar a él” (Ibíd.).
No se trataba de beligerante activismo político o militancia ideológi-ca. El Cielo estaba orquestando la presencia de sus mensajeros en cor-tes, palacios, plazas y santuarios. Elena de White resume que “durante los años ulteriores a la división del reino, Elías y Elíseo iban a aparecer y trabajar, e iban a oírse en la tierra las tiernas súplicas de Oseas, Amós y Abdías. Nunca iba a ser dejado el reino de Israel sin nobles testigos del gran poder de Dios para salvar a los hombres del pecado. Aun en las horas más sombrías, algunos iban a permanecer fieles a su Gober-nante divino, y en medio de la idolatría vivirían sin mancha a la vista de un Dios santo. Esos fieles se contaron entre el residuo (remanente) de los buenos, por medio de quienes iba a cumplirse finalmente el eterno propósito de Jehová” (Ibíd.).
Esa idolatría es evidente en la cultura material de aquella época. Se han excavado miles de estatuas de la fertilidad tanto en el norte como en el sur, hasta hay algunas inscripciones dedicadas a “Yahveh y su Asera”. 1 La arqueología ilumina algo más que el contexto sociorreligioso. Es impresionante poder encontrar tanta evidencia arqueológica sobre la época de Amós y el contenido de su libro.
2 Hemos podido do-cumentar el reinado de Jeroboam II con su proverbial prosperidad. También la pala arqueológica ha dado luz sobre la vida del rey Uzías, de quien hemos descubierto la lápida de su tumba. Otro monarca del que tenemos pruebas es Hazael, que llegó a ser rey de Siria después de haber sido ungido por Elíseo. Hay varias inscripciones de este podero-so rey y de su agresividad contra Israel. La más importante de ellas es la estela de Tel Dan, donde aparece la referencia más antigua a la Casa de David. 3
Amós habló sobre política internacional, y la arqueología ha corro-borado que cada una de las ciudades mencionadas en ese itinerario de destrucción cayó como lo había predicho el profeta. Algunas no de in-mediato, pues se debe entender la naturaleza condicional de la profecía clásica, a diferencia de la incondicionalidad apocalíptica. 4 El cumpli-miento de estas profecías abarcó unos quinientos años. Los primeros en caer fueron los sirios, a manos de los asirios (siglo VIII a. C.); los filis-teos permanecieron hasta los tiempos de Nabucodonosor, aunque los asirios los llegaron a atacar. Los amonitas, moabitas y edomitas caye-ron en la época de Nabonido en el siglo VI a. C.; y la caída total de Tiro ocurrió a manos de Alejandro en el siglo IV a. C.
Podemos estar seguros de que la gente estaba muy atenta a las pala-bras de Amos mientras condenaba a los vecinos de Israel (1:2-2:3). To-dos tenían claro el mapa en sus mentes: los enemigos en el norte y el oeste (Damasco, Tiro, y Gaza) y en el este (Edom, Amón y Moab). Al-gunos exclamarían: “¡Qué bien!”, “¡Se lo merecen!” Escuchaban al campesino que hablaba con acento del sur contra las naciones vecinas (cf. Jueces 12:5, 6). Se oían aplausos y vítores con la mención de cada una de las naciones enemigas. Mientras se menciona a Judá, en el sur, nadie llora, pues las relaciones con sus primos eran muy tirantes (2:4,5). Pero cuando el profeta la emprende contra Israel, entonces la cosa cambia (2:6-3:15), se produce un silencio profundo durante un largo ra-to. Entonces comienzan los murmullos y la gente se amotina contra el pastor de ovejas y recogedor de higos.
Amos les hace saber a los gobernantes de su tiempo quién es el ver-dadero Soberano del universo. Ellos creían que podían permanecer im-punes con sus prácticas de opresión y violencia. Pero, en una demanda del pacto, Yahveh les hace saber que le han fallado y que van a recibir las consecuencias de haber roto el pacto con su Dios (3:1-15). “Dios llama a los hombres que prepararán a un pueblo para estar firme en el gran día del Señor […]. Como pueblo […] tenemos un mensaje que lle-var: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (4:1 2). […] Él repro-chó la iniquidad de los reyes [refiriéndose a Juan]. Y aunque su vida estuvo en peligro, no vaciló en comunicar la Palabra de Dios. Así de fiel debe ser nuestra obra en este tiempo”
(Reflejemos a Jesús, p. 331). Pero, esto no era solamente un asunto del escenario internacional o de los gobernantes locales. Amos tiene algo que decirles al resto de la socie-dad; en forma especial, a la clase aristocrática.

El extranjero y la sociedad
Israel era un pueblo de origen tribal, que estaba acostumbrado a las dinámicas igualitarias que distinguen a esas sociedades. 5 Sin embargo, con la abundancia y el crecimiento urbano vino la estratificación social, por la cual se crean las aristocracias y se separan familias “nobles”. Ese fenómeno va acompañado muchas veces por abusos y manipulaciones para mantener el estatus o poder “escalar” en la pirámide social. Amos criticó los excesos de quienes se enriquecían explotando a los más débi-les y vulnerables. El problema no era la riqueza en sí misma, pues Abraham había sido un hombre rico, al igual que Job, Salomón y tantos otros. Pero, el abuso por parte de quienes no pagaban lo justo a los jor-naleros, cobraban intereses exagerados, vendían a precios excesivos y engañaban en los negocios, era totalmente inaceptable ante los ojos de Yahveh.
La sociedad hedonista que caracterizaba los tiempos de Amos no es muy diferente de quienes en la actualidad solo buscan su propia com-placencia. A la hora de negociar, los códigos éticos de muchas personas se basan en el beneficio propio, sin considerar el costo que eso tenga para los demás. Son comunes los esquemas piramidales, negocios “gri-ses”, evadir impuestos, no pagar las deudas y toda una serie de prácti-cas que demuestran estar lejos del ideal divino. Amos se queja de que afligís al justo, recibís cohecho y en los tribunales hacéis perder su cau-sa a los pobres” (5:10,12). No podrá esconderse del ojo divino quien tome prestado y luego se niegue a pagar sus deudas. Hay crisis que impiden a algunos cumplir totalmente con lo adeudado, pero la mayo-ría de los que practican esos esquemas lo hacen con toda intención, y eso es inmoral. Recordemos que “contra la intensa opresión, la flagran-te injusticia, el lujo y el despilfarro desmedidos, los desvergonzados banquetes y borracheras, la licencia y las orgías de su época, los profe-tas alzaron la voz”
(Profetas y reyes, cap. 23, p. 211). Todos esos males se encuentran en el mismo nivel y son rechazados por el Cielo.
Algunos han tratado de basar en Amos su retórica para defender la “justicia social” y la teología de la liberación que han surgido en nues-tras tierras. 6 Hay que reconocer que este paradigma es una reacción a décadas de indiferencia, por parte de muchos cristianos, hacia las nece-sidades de comunidades que han tenido que vivir en extrema pobreza, y la falta de sensibilidad de muchos a las dificultades de los margina-dos. Esto ha empujado a muchos cristianos a tomar ese rumbo, pues han tomado conciencia de las necesidades de otros en una “era de hambre con cristianos ricos”. 7
El predicho enfriamiento del amor ha llegado a muchos corazones que duermen tranquilos en la comodidad de la opulencia mientras sus hermanos en Cristo sufren y perecen. El consejo de Elena de White es: “Suplid primero las necesidades temporales de los menesterosos, ali-viad sus menesteres y sufrimientos físicos, y luego hallaréis abierta la puerta del corazón, donde podréis implantar las buenas semillas de virtud y religión” (Testimonios para la iglesia, tomo 4, p. 224). Ahora bien, hemos de dejar bien en claro que Amós no aboga por una revolu-ción armada ni por ideales políticos que le hagan guerra a ningún go-bierno. Las corrientes teológicas que se basan en ideologías humanistas y no en la Palabra de Dios se hallan repletas de “fuego extraño”. La in-vitación es a buscar a Dios y vivir en paz con él y los demás.

El extranjero y los religiosos
El hecho de que en Israel se adorara a los becerros de oro no signifi-ca que el respeto al verdadero Dios hubiera desaparecido. Jeroboam II llamó a su hijo Zacarías (“Yahveh recuerda”), y en los santuarios oficia-les se adoraba a Yahveh (2 Reyes 15:8). Pero Amos les hace saber que sus prácticas sincretistas, que mezclaban el paganismo con la adoración verdadera eran inaceptables. Él les advierte: “No busquéis a Bet-el ni entréis en Gilgal ni paséis a Beerseba” (5:5). Con diestros juegos de pa-labras en original hebreo, les hace saber que habrá destrucción en cada uno de esos lugares de culto. Amós les advierte: “Vi al Señor, que esta-ba sobre el altar y dijo: ‘Derriba el capitel y estremézcanse las puertas, y hazlos pedazos sobre la cabeza de todos. Al postrero de ellos mataré a espada; no habrá de ellos quien huya ni quien escape’ ” (9:1). Eso provocó gran enojo a Amasias, el sumo sacerdote de Bet-el (7:10). Ese len-guaje implica un movimiento sísmico en primer lugar, antes de una aplicación espiritual. ¿Qué terremoto está profetizando Amós?
Ahora podemos entender la razón por la que Amós es tan preciso en su introducción cuando señala que su ministerio se produce “dos años antes del terremoto” (1:1). Amós profetizó un terremoto, cuyo cumpli-miento hizo que sus profecías fueran respetadas. Ese dato no debe ser subestimado cuando él hace referencias políticas más adelante en su li-bro. En ese contexto de juicio a las naciones, él asegura que la tierra tiembla (8:8), y describe el colapso de las casas. Cuando menciona que “derribaré la casa de invierno junto con la casa de verano” (3:15), puede referirse a una casa donde la parte superior se usa durante el verano y la parte inferior durante el invierno. Pero también puede referirse a las casas de las montañas que eran usadas en verano por los ricos y a las mansiones que tenían en los valles para los inviernos. Ese lenguaje de destrucción telúrica es el que podemos ver gráficamente, al anunciar que “Jehová mandará, y herirá con hendiduras la casa mayor, y la casa menor con aberturas” (6:11).
Más de 2.700 años después de ese acontecimiento, podemos ver los efectos del terremoto anunciado por Amós en varios asentamientos ar-queológicos a los que llevamos a nuestros estudiantes. Arqueólogos ad-ventistas han analizado los daños evidentes que dejó un terremoto por esa época en Tel Gezer. 8 Mientras escribo sobre este terremoto, le muestro a un grupo de pastores las ruinas de Hazor, donde hay un alto grado de destrucción datado en el año 750 a. C. 9 El terremoto fue tan violento que se estima que tuvo que ser de aproximadamente 7 en la escala de Richter. 10 Esa es la fuerza descomunal que sacudió a Haití en 2010, y he podido comprobar sus horribles efectos de primera mano. Esa experiencia fue tan traumática en las regiones bíblicas que todavía, unos 250 años más tarde, Zacarías la recuerda con terror (14:5).
Amos quería sacudir la conciencia de los israelitas, pero Dios tuvo la idea de hacerlo de forma más gráfica y concreta. Aquel pastor de ovejas y recogedor de higos llegó a ser un tipo de Cristo, al anunciar el “Día del Señor”.

Otro extraño
Amós es un tipo geográficamente opuesto a Jesús, quien era un gali-leo (norteño) que fue a predicar al sur (Judá); como en el caso de Amós, “un extranjero que condena a mi nación” no me cae nada bien. Ese pre-juicio lo entendemos gracias a los escritos de Josefo, un dirigente políti-co y militar de Galilea durante el primer siglo. A pesar de que Josefo había peleado contra Roma, se convirtió en historiador tras ser captu-rado por los romanos. Él nos explica cómo los galileos del norte eran considerados inferiores por los habitantes de las colinas de Judea en el sur. 11 Por eso, no nos sorprende que Juan señale la forma despectiva con que se refieren a los galileos cuando registra en su Evangelio que los de Jerusalén preguntaban: “¿De Galilea ha de venir el Cristo?” (7:41). Ese es el mismo escepticismo que tuvo Natanael cuando Felipe le sugirió seguir a alguien de Nazaret (Juan 1:47, 48).
Amós no solo era un extranjero, sino también provenía de la clase obrera, no de los círculos eruditos ni académicos. De manera similar, Jesús estaba dedicado a la carpintería, una profesión humilde que no formaba parte de las clases sociales que prevalecían en sus tiempos. En el caso de Amos, al estudiar el término hebreo nakad que se traduce como “pastor” (1:1), se podría sugerir lingüísticamente que podía haber sido un comerciante de ovejas, como lo era Mesa, rey de Moab. 12 Pero como esto no es definitivo, prefiero identificarlo con una profesión humilde, como es descrito por Elena de White: “¡Cuántos obreros útiles y honrados en la causa de Dios recibieron su preparación en medio de los humildes deberes de las más modestas posiciones en la vida! […]. Gedeón fue tomado de la era para ser un instrumento en las manos de Dios para librar a los ejércitos de Israel. Eliseo fue llamado a abandonar el arado y cumplir la orden de Dios. Amos era labrador, cultivador del suelo, cuando Dios le dio un mensaje que proclamar” (Reflejemos a Je-sús, p. 268). Hay razones suficientes para creer que Amós era un hom-bre que se ganaba la vida con sus propias manos.
Eso nos anima a los que procedemos de zonas agrícolas, que no te-nemos un linaje académico en nuestra familia ni antecedentes ministe-riales. Entre los doce profetas menores, había algunos que por su len-guaje demuestran que eran eruditos, algunos trabajaron cerca de la cor-te real y otros eran gente sencilla. En Jesús están representados todos los mensajeros que somos “extranjeros” en un mundo hostil al cristia-nismo. Amos no fue bien recibido: “Ellos aborrecen al que les amonesta en el tribunal, y abominan al que habla lo recto” (5:10; cf. Profetas y re-yes, cap. 23, p. 211). Ese fue el mismo trato que recibió Jesús, y hace re-ferencia a los profetas que fueron rechazados. En el caso del Hijo, los labradores finalmente lo tomaron y mataron para quedarse con la viña (ver Mateo 21:33-42; Marcos 12:1-9; Lucas 20:9-16). Su audiencia sabía lo que estaba queriendo decirles, y por eso se ofendieron.
Jesús es el extranjero por excelencia, pues él vino a la tierra para traer un mensaje de justicia y paz. Jesús habla de forma inequívoca a gobernantes, religiosos y a la sociedad en general. Tiene paciencia para con nosotros, y ha hecho todo lo posible para que escuchemos su men-saje. Ese “extranjero” nos trae un mensaje familiar, que él vivió y quiere que experimentemos. Su mensaje condena, porque convence de juicio, pero ofrece salvación y redención. Sin embargo, su método es diferente del de los justicieros alzados en armas. “Solo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba compasión, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’ ” (El ministerio de curación, cap. 9, p. 102).

Referencias
1 Una de esas inscripciones fue encontrada en Kuntillet Arjud (al sur de Judá). Ver Ze’ev Meshel “Did Yahweh Have a Consort?”, en Biblical Archaeology Review (marzo-abril 1979). William Dever se ha encargado de sugerir que la religión israelita evolucio-nó del politeísmo de manera lenta, pues no reconoce la revelación mosaica ni el origen sobrenatural de las Escrituras. Pero su metodología es cuestionable, ya que no admite que la Biblia presenta y reconoce que hubo sincretismo entre los hebreos. El hecho de que encontremos inscripciones de esa naturaleza solo corrobora la apostasía que con-denaban los profetas. Ver a Dever en Did God Have a Wife? Archaeology and Folk Religion in Ancient Israel (Grand Rapids: Eerdmans, 2005).
2 Ver Philip King, Amos, Hosea, Micah: An Archaeological Commentary, (Louisville, KY: Westminster/John Knox, 1988).
3 Ver Hallvard Hagelia The Dan debate, of Recent Research in Biblical Studies (Sheffield Phoenix Press, 2009), tomo 4.
4 Para un breve análisis de la profecía “clásica” y “apocalíptica”, ver el capítulo 9 de es-te libro.
5 Para más información sobre el fenómeno del tribalismo en Israel, ver Efraín Veláz-quez II, “La tribu: hacia una eclesiología adventista basada en las Escrituras Hebreas”, en Pensar la iglesia hoy: hacia una eclesiología adventista, eds. Gerald A. Klingbeil y otros (Libertador San Martín: Editorial Universidad Adventista del Plata, 2002).
6 Ver David J. Bosch, Witness to the World: The Christian Mission in Theological Perspective (Atlanta, Georgia: John Knox, 1980).
7 Ver Ronald J. Sider, Rich Christians in an Age of Hunger (Down Grove, IL: InterVarsity Press, 1984).
8 Ver Randall Younker, “A preliminary report of the 1990 season at Tel Gezer, excava-tions of the ‘Outer Wall’ and the ‘Solomc’ Gateway” (julio 2-10 de agosto de 1990); An-drews University Seminary Studies, vol. 29, pp. 19-60.
9 Ver Yigael Yadin, Hazor, the Rediscovery of a Great Citadel of the Bible (Nueva York: Random House, 1975).
10 Compare con S. A. Austin, G. W. Franz, y E. G. Frost “Amos’s Earthquake: An ex-traordinary Middle East seismic event of 750 B.C.”, International Geology Review (42:7), pp. 657-71.
11 Ver Josefo, Antigüedades de los judíos (Terrassa, España: CLIE, 2009).
12 Algunos autores han notado que Amasias llama a Amos “vidente” y lo consideran un insulto, pues sugieren que la expresión loani navi, que usualmente se traduce como “no soy profeta”, se puede interpretar como un enfático “¡No!”, afirmando: “Soy profe-ta”. Por otro lado, “vidente” es una designación común premonárquica de los mensaje-ros de Dios. Lo que sí se puede notar es que Amós se distancia de los profetas norteños y enfatiza que su origen es de labores manuales. Ver T. Cabal, C. O. Brand, E. R. Clendenen, P. Copan, J. Moreland, y D. Powell, The Apologetics Study Bible: Real Ques-tions, Straight Answers, Stronger Faith (Nashville, TN: Holman Bible Publishers, 2007).

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