Libro Complementario Capitulo 2 – Oseas – 2ª parte Un Padre que causa dolor – Efrain Velazquez

André Curry, de 21 años, se molestó con su hija de 22 meses porque ella le devolvió un golpe después de que él le hubiera pegado para castigarla. André tuvo la brillante idea de ama-rrarle las extremidades y la boquita con una cinta adhesiva, para des-pués mostrarlo en Facebook, con un mensaje que explicaba que estas eran las consecuencias de desobedecer a papi. Este caso parece insólito, porque a los padres “normales” no se nos ocurre causarle dolor a nues-tros hijos. A mí me rompe el corazón ver sufrir a mis hijos, ya sea uno de los tres incansables varones o la tierna princesita. Desde una caída con la bicicleta hasta ver sus ojos llenos de miedo por estar muy cerca del peligro, tengo un instinto innato para evitar que sufran.
La mayoría de los padres hacemos todo lo posible para que nuestros hijos no pasen por dificultades. La aparente contradicción de que sea un padre el que le provoca dolor a sus hijos, parece incomprensible pa-ra muchos; en este capítulo abordaremos dicha problemática. Oseas ilustra las complejas consecuencias del pecado y los esfuerzos paterna-les que Dios ha realizado para restaurarnos. El primero de los doce pro-fetas menores vivió en carne propia esta contradicción.

Poca popularidad del padre que disciplina
Sigmund Freud fue uno de los primeros en rechazar que Dios sea como un padre que disciplina a sus hijos. Las concepciones freudianas de Dios como Padre estaban influenciadas por los relatos mitológicos de los egipcios y griegos. Estos relatos presentan a dioses disfuncionales, que se relacionan con sus “hijos” humanos de forma cruel. El mo-vimiento feminista ha llevado hasta el extremo los excesos de algunos psicoterapeutas, culpando al modelo patriarcal de ser el responsable de casi todos los males que afectan a la sociedad moderna. Algunos han manifestado mucha reticencia al concepto de Dios como Padre debido a que no lo conciben como un personaje que disciplina, sino como un consentidor universal.
¿Es Dios como un Padre? La respuesta puede ser problemática. Re-cuerdo a una joven que había sufrido abusos por parte de su padre… a quien orar “Padre nuestro” le resultaba muy difícil. Hay padres abusi-vos con los cuales no queremos identificar a Dios, mientras que, por otro lado, tenemos la débil caricatura del padre permisivo que no quie-re saber nada de disciplina.
En medio de tantas ideas opuestas, resulta complicado presentar a Dios bajo la imagen de un Padre. La paternidad divina ha sido el “talón de Aquiles” de la teología judeocristiana. En muchos momentos, puede ser desafiante conciliar la figura de un Dios amoroso con los sufrimien-tos humanos, el dolor y la muerte. Esas dificultades han llevado a mu-chos a renunciar a su fe en Dios, mientras otros, que reconocen que es imposible negar la existencia de un “ser divino”, lo describen como una fuerza impersonal. Ese cuadro dista mucho de la revelación que Dios nos ha dado a través de las Escrituras. Oseas es uno de los pocos auto-res del Antiguo Testamento que enfatiza la paternidad divina.

Dios como Padre en las Escrituras
La figura de Dios como Padre encuentra su mayor expresión en el Nuevo Testamento, y de ahí que muchos solo seleccionan las partes “inofensivas” de su carácter. Los prejuicios hacia la Biblia hebrea han impedido a muchas personas reconocer a Dios como Padre en el Anti-guo Testamento, como se puede ver en las posiciones antisemitas de algunos creyentes occidentales durante los primeros siglos del cristia-nismo. Los marcionistas, por ejemplo, abogaban que el Dios del Anti-guo Testamento no es el Padre de Jesús del cual se habla en el Nuevo Testamento. Incluso varios reformadores expresaron ideas negativas sobre el Padre en sus escritos. La incapacidad de poder reconocer a un Dios amante culminó en los excesos racionalistas de los siglos XVIII y XIX. Allí surgieron las semillas que florecieron en el ateísmo y el deís-mo, que desconectaban a la divinidad de la creación. Los prejuicios hacia la Biblia hebrea fueron también el génesis del dispensacionalismo, que artificialmente nos separa del Antiguo Testamento.
¿Puede el Dios Padre de la Biblia ser semejante a los “dioses” del An-tiguo Cercano Oriente (ACO)? Durante el siglo pasado, los descubri-mientos arqueológicos nos han dado la oportunidad de estudiar la pa-ternidad divina en la literatura antigua. Mitos y leyendas cananeos, egipcios y mesopotámicos se pueden leer nuevamente gracias a los tex-tos que se han podido descifrar. Se puede escuchar de nuevo la voz del temible dios Anu de los acadios, el padre de todos los dioses y también de los demonios, amenazando y condenando a los mortales. La relación de Anu con los seres humanos es tan disfuncional como la de Zeus en la mitología griega.
Pero, no se debe asumir que los hebreos simplemente adoptaron conceptos de Dios como Padre de sus vecinos. Los textos de las nacio-nes que fueron contemporáneas del pueblo hebreo son muy diferentes de las enseñanzas bíblicas respecto del tema que nos ocupa. No somos creados de los despojos de una gran batalla celestial, como plantea el Enuma Elish. En La épica de Atrahasis, los dioses deciden destruir la tie-rra con un diluvio porque los seres humanos hacían “demasiado rui-do”. Sin embargo, la versión bíblica tanto de la Creación como del di-luvio son muy diferentes a las versiones mesopotámicas.
En las Escrituras, se pueden ver siluetas de Dios como Padre desde el mismo libro de Génesis. El Dios de Israel es contrastado con las dei-dades paganas, puesto que es un Dios de amor que tuvo un propósito en la creación de los seres humanos. Ese cuadro alcanza su clímax en Juan 3:16, donde se describe al Padre dando a su Hijo unigénito. Los comentaristas notan que el mensaje de Oseas es evangélico y redentor. Oseas mantiene viva la imagen de Dios como Padre de todos los seres humanos.

Dios como Padre en Oseas
¿Se puede reconocer a Dios como Padre en Oseas? Oseas no usa la palabra “padre” (hebreo ab) para referirse a Yahveh. Sin embargo, el concepto queda claro desde el capítulo 1, versículo 3, donde se hace re-ferencia al primer hijo de Oseas, y comenzamos a ver las primeras imá-genes paternales de Dios. En el resto del capítulo, se alude a esa rela-ción de Padre e hijo que existe entre Yahveh y los israelitas. La metáfo-ra matrimonial en la que Gomer es presentada como la nación de Israel, implica que los israelitas son los hijos de Yahveh con Israel. Para Oseas, esto es algo personal: su esposa y sus hijos se han convertido en sermo-nes vivientes; una representación dramática muy real.
Oseas no podía “librarse” de su función como profeta después de cumplir sus “ocho horas de trabajo”. Predicar no es algo que él hiciera solo los fines de semana o cuando estaba en un recinto dedicado a ese propósito. Esta experiencia es más intensa que la de Ezequiel, quien tu-vo que ilustrar sus sermones con la muerte de su esposa (24:18). Eze-quiel tuvo que usar recursos visuales cocinando su pan sobre un fuego que fue encendido con excremento (4:12). Por otro lado, Miqueas e Isaías, contemporáneos más jóvenes de Oseas, predicaron desnudos para ilustrar los horrores del exilio (ver Miqueas 1:8, Isaías 20:2-4). Esos mensajeros tenían, como misión, demostrar gráficamente el amor pa-ternal de Dios en medio de la disciplina.
Cada vez que Oseas llamaba a sus hijos por sus nombres, estaba predicando e impactando a su audiencia, y amonestando a sus hijos. El nombre del primero era Jezreel, cuyo significado es “Dios esparce”; y ese es el sentido que tiene en Oseas 1:4. Los israelitas, representados en Jezreel, serían esparcidos (echados) por los asirios. Según Elena de White, “lo que ya [Dios] no podía lograr por medio de ellas [las diez tribus] en la tierra de sus padres, procuraría hacerlo esparciéndolas en-tre los paganos” (Profetas y reyes, cap. 23, p. 217). Las tribus del norte no quedaron exactamente “perdidas”, ya que tenemos evidencias de que algunos se refugiaron en el sur (Judá); otros permanecieron en la zona de Galilea, por lo que los asirios registran nombres yahvistas en su ca-ballería de Mesopotamia. Descubrimientos arqueológicos y costumbres que han sido identificadas en África demuestran que muchos hebreos terminaron en ese gran continente y mantuvieron la luz del sábado. 1
Al estudiar Oseas 1:4 se observa que la mayoría de los comentaristas identifican a Jezreel con la dinastía de Jehú. Eso se debe a que el ver-sículo sentencia: “Porque dentro de poco castigaré a la casa de Jehú a causa de la sangre derramada en Jezreel, y haré cesar el reinado de la casa de Israel”. Pero eso sería incoherente, pues los otros dos hijos son tipos, o figuras, de todos los israelitas; no solo de los reyes de la familia de Jehú. Si Jezreel fuese solamente la Casa Real a la cual Jeroboam II pertenecía, eso rompería el flujo del capítulo. Por otro lado, el problema mayor con Oseas 1:4 es que parecería contradecir a 2 Reyes 10:30, don-de se celebra que Jehú haya exterminado a la familia de Acab como lo había predicho Elías (cf. 1 Reyes 19:17; 2 Reyes 10:17).
Sin embargo, el problema de Jehú no fue solo que ejecutó a la familia de Acab; ya que se excedió y asesinó a amigos del rey, familiares y mu-chas otras personas (2 Reyes 10:11). Más aún, en Jezreel hirió mortal-mente a Ocozias, rey de Judá (9:27), y después eliminó a los príncipes de Judá (10:1 2-14). Aunque el texto no lo especifica directamente, se podría sugerir que Jehú tenía intenciones de reinar sobre todas las tri-bus, norte y sur. ¡Eso supondría anular el pacto davídico que había sido hecho con la Casa de Isaí! Me atrevo a sugerir que “la sangre” derra-mada en exceso y su ambición fueron actitudes perpetuadas en sus hi-jos, quienes continuaron con intenciones de someter a las tribus sure-ñas bajo su poder.
Esas ideas políticas y de crueldad eran las que evocaban el nombre “Jezreel”, un valle donde ocurrieron repugnantes sucesos durante el reinado de Acab (ver 1 Reyes 21). Cada vez que se escuchaba el nombre del niño, todos recordaban las tragedias de Jezreel. La mente de los oyentes era transportada a escenas de violencia y muerte; algo así como escuchar los nombres de ciudades donde se han producido masacres de carteles narcos en el Caribe o Latinoamérica. Son imágenes que evo-can escuchar nombres como Hiroshima, Jonestown, o perejil. Sí, pro-nunciar “Jezreel” era como usar la palabra “perejil” en la Haití de 1940. A finales de la década anterior, esa palabra fue usada como shibboleth por sicarios trujillistas que asesinaron a miles en la frontera de las her-manas naciones que conviven en La Española. Esa fue una época oscu-ra, cuando dominicanos y haitianos sufrieron bajo el temible régimen de Trujillo.
Gomer tuvo una hija, a quien Dios le designó otro horrible nombre: Lo-ruhama (Oseas 1:6). En hebreo Lo expresa negación, y aquí antecede a ruhama (“compasión” o “amor”). Aquí el término “amor” se usa en un contexto pactual, y se refiere a la relación que tenía Dios con su pueblo. Ya no habría más misericordia o amor por Israel. No me puedo imaginar llamando a mi hija “No amada”; eso sería un castigo para mí mismo como padre. Se ha demostrado que el vínculo padre-hija es muy especial, que debe ser cultivado para proveer estabilidad emocional a esas hermosas criaturas. 2 Pero Oseas estaba condenado a llamar así a su única hija, algo que debía causarle más dolor al padre que a ella.
El contexto de Oseas 1 da a entender que el tercer hijo de Gomer fue engendrado por alguno de los hombres con los cuales se había acosta-do. Dios ordena que al pequeño se le llame Lo-ammi (1:8). Gomer había llegado a lo más profundo de la inmoralidad. En una sociedad de “vergüenza y honor”, era y es todavía inconcebible que el hombre acepte a un niño en estas circunstancias. Sin embargo, Oseas ejemplifica el amor divino al aceptar a aquel niño de dudoso origen; algo digno de admi-rar. Pero llamarlo por el nombre: “¡No pueblo mío!” era una afrenta pa-ra él como hombre, y desgarrador como padre. Escuchar a papá llamar-lo “No eres mío” debió ser muy doloroso para el chico, también. El ni-ño estaba sufriendo las consecuencias de los pecados de su madre. Pa-pá le tuvo que explicar tiernamente que él era un hijo especial, pues habían elegido amarlo por decisión propia. Los hijos no biológicos son tan queridos precisamente porque sus padres han elegido criarlos, amarlos y tenerlos en el hogar. Oseas debió ser un papá maravilloso, que vivió cada palabra de sus sermones sobre lo que es el amor.
Aquellos que se han criado en hogares tradicionales no alcanzan a entender la gravedad de la situación de Oseas. Es doloroso tener una madre a la que no le importa si te has lavado los dientes por la noche o si has comido en todo el día; te sientes “echado” como Jezreel. Quizá no podemos imaginar lo que es tener a una madre adicta, que no se preocupa por dónde duermes o con quién estás. Yo he conocido a va-rias Lo-ruhama, que no saben quién es el padre de su hermano Lo-ammi y que no han tenido un padre amante como lo fue Oseas.

El Padre amante restaurador
Hay que reconocer que los hijos de Oseas no tenían la culpa de las acciones de su madre. Su padre no los condena, pero tanto él como los niños sufren las consecuencias del pecado. Todos sufren la disciplina del Padre que causa dolor, para que su amada proceda al arrepenti-miento. La unidad temática hace que esta historia de sufrimiento y amor sea una de las más conmovedoras del Antiguo Testamento. Al re-conocer la unidad de los capítulos 1 y 3 podemos disfrutar un poco de la riqueza de la literatura hebrea. Esa unidad no está basada en el or-den cronológico o el sistema deductivo al cual estamos acostumbrados en Occidente. Son una serie de paralelismos y juegos de palabras que enlazan los capítulos de una manera muy compleja. En Oseas 1:2 al 9 se describe al matrimonio de Oseas y el nacimiento de sus hijos de forma negativa. Sin embargo, en el capítulo 2:1 al 3 podemos ver cómo los te-rribles nombres que tenían los hijos son revertidos a nombres positivos.
La familia pastoral estaba viviendo un nuevo amanecer. La niñita “No amada” ahora es “Amada” y el pequeño “No eres mío” ahora es [pueblo] “Mío” (2:1). Pero, ¿por qué no hay cambio de nombre para Jezreel? En el ACO, una de las más conocidas técnicas de siembra era esparcir la semilla. En el artístico e ingenioso juego de palabras que ca-racteriza a Oseas, Jezreel, “Dios esparce” se convierte en “Dios siem-bra”. La promesa es que Dios ha de sembrarlos y restaurarlos en la tie-rra. Solo podemos imaginarnos el gozo en la voz del profeta cuando pudo llamar a sus hijos de forma diferente. Esta familia pastoral, como todas, recibía un llamado profético para todos sus miembros. Las fami-lias pastorales necesitan mucho apoyo; esos hijos que viven en la boca de todos deben ser amados y protegidos por aquellos que profesan amar a Dios. Ahora tenían la oportunidad de vivir un nuevo comienzo.
Pero la restauración no es solo para los niños; también se le ofrece a Gomer una oportunidad de ser redimida (2:13). Antes de que Gomer llegara a ser vendida como esclava, Oseas envía a sus hijos para que traten de convencerla de que regrese al hogar. Si leemos el capítulo 2, vamos a reconocer las palabras de un padre y esposo que le habla a sus niños antes de dirigirse a la esposa que quiere recuperar. En hebreo, Oseas 2:2 es un ruego del profeta a sus hijos, para que convenzan a su madre. No se trata de “pleitear” o “contender” como se ha traducido en algunas versiones. Aunque la palabra tiene una connotación legal, lo que en verdad quiere destacar es que Oseas anhela que sus hijos le su-pliquen a su madre que regrese. Solo aquellos que hemos visto a pa-dres en situaciones similares, desesperados, haciendo todo lo posible para que mamá regrese, podemos entender esta escena. Papá está dis-puesto a hacer cualquier cosa, con tal de que mamá regrese al hogar.
La narrativa es tan personal, que es difícil diferenciar cuándo está hablando Yahveh y cuándo está hablando Oseas. El esposo espera que las circunstancias adversas que ha sufrido la esposa la hagan recapaci-tar y regresar con él (2:9). La actitud del profeta es de contrastes. En al-gunos momentos es tierno; en otros, vengativo y severo. Mezcla mensa-jes de juicio y de esperanza. Pero, quienes conocemos los estilos de la li-teratura hebrea podemos reconocer la intencionalidad del autor al es-cribir de esta manera. El autor no tiene problemas mentales cuando va de un extremo al otro al hablar de su esposa o sus hijos. Oseas está de-sesperado y quiere rescatar a su amada, así como Dios quería rescatar a Israel. Los versículos 16 al 25 del capítulo 2, trasportan al lector a esa era edénica cuando la tierra será restaurada; una visión que va más allá de Gomer o de Israel: la Tierra Nueva.

Un padre soltero y una madre pródiga
No tenemos detalles sobre la vida de Oseas tras haberse reconciliado con Gomer, ni de cuánto tiempo estuvo cuidando de sus hijos (3:1-3). Pero tratemos de imaginarnos un poco más de la vida del profeta. Su historia nos toca muy de cerca. El ideal de un hogar es que los esposos se amen hasta que la muerte los separe, y que los hijos crezcan equili-bradamente y sanos. Pero la triste realidad es que demasiadas veces la maldición de la infidelidad ha destruido muchos matrimonios. Pero, eso no tiene por qué ser el final. Hemos sido inspirados por historias de madres y padres solteros que han luchado para llevar a sus hijos al éxito.
Para mi familia ha sido una inspiración la vida de Sonya Carson, una joven que estaba casada con un pastor evangélico que, al mismo tiempo, estaba “casado” con otra mujer. Sonya tuvo que vivir con sus dos hijos en la pobreza. Su hermosa piel oscura no le abría muchas puertas en una nación donde hay prejuicio contra la gente de color, pe-ro eso no le impidió aspirar a conseguir el éxito de sus hijos. La Palabra de Dios le abrió nuevos horizontes, y conocer al Señor por medio de la Iglesia Adventista marcó su vida para siempre. Aunque ella no había recibido una educación formal, exigió que sus hijos leyeran dos libros por semana desde el quinto grado. Inspirado por esa madre, su hijo Ben Carson llegó a ser uno de los más famosos neurocirujanos del mundo. 3
Sin embargo, las madres no son las únicas que han tenido la respon-sabilidad de criar a los hijos solas. David King ha logrado encarar con un espíritu emprendedor su papel de padre soltero de cuatro hijos. Eso no exime de los traumas, problemas y dificultades que puede represen-tar criar hijos con una sola figura paterna. La sociedad no presta mucha atención a los padres solteros, aquellos que han decidido asumir la res-ponsabilidad de criar a sus hijos cuando mamá ha muerto o se ha ido de casa. Estos padres necesitan apoyo y empatía, no críticas o lástima. Personalmente, conozco a hombres que han tomado ese reto con valor y amor. Estar a su lado ha sido una bendición para mí y para mi fami-lia; sus hijos han llegado a ser una bendición para los míos. Oseas fue uno de esos hombres, que estuvo dispuesto a criar a sus hijos, que no tenían culpa por las dificultades de la vida: la enfermedad, la muerte o las malas decisiones de mamá.
Aunque los hijos no son culpables por las decisiones de sus padres, siempre sufren por estar en medio de las dificultades del hogar. Lo contradictorio es que, aunque el padre no quiera causar dolor, se le hace imposible proteger a los hijos de todos los efectos del pecado. El caso de Oseas es más complicado por tener una “familia mezclada”; un fe-nómeno que algunos creen que es reciente, pero que existía en la anti-güedad. Niños de diferentes padres o madres que viven en el mismo hogar es algo común en nuestros días, pero desde José con sus herma-nos hasta la Sagrada Familia, tenemos ejemplos bíblicos de ese tipo de hogares.
La promesa es que las familias pueden ser restauradas. Oseas pudo rehacer su hogar y sus hijos pudieron disfrutar de una familia funcio-nal. La experiencia para los creyentes en Israel fue muy dolorosa, pero los resultados de la disciplina fueron una bendición. El reino del norte sufrió el ataque de los asirios en el valle de Jezreel hacia el año 738 a. C., y perdió su autonomía (1:5). Oseas 2:12 y 13 describe las angustiosas deportaciones que sufrirían por parte del Imperio Asirio en el 721 a. C.; Judá también fue atacada por los asirios algunas décadas más tarde, y sus sufrimientos fueron plasmados por Senaquerib en su palacio; aun-que fue librada milagrosamente (1:7). Dios promete restaurar a todos los hijos de Jacob, bajo el mando de un solo rey (1:11). Esa visión de familia restaurada, que incluía a los gentiles (“No pueblo mío”) es esca-tológica y va más allá de un reino terrenal (3:5). Es emocionante pensar que la familia nuevamente llega a ser una; más allá de nociones políti-cas, del ambicioso norte o el formalista sur, el pueblo llega a ser uno en la iglesia, bajo la dirección de Jesús, el Rey de reyes.

Tú eres ese hijo
El mensaje de Oseas es tipológico; sus hijos representan a todos los seres humanos. “La iglesia es el medio señalado por Dios para la salva-ción de los hombres” (Reflejemos a Jesús, p. 188), nos recuerda Elena de White. A su vez, Pedro estaba aludiendo a Oseas cuando dice que so-mos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido” (1 Pedro 2:9). El apóstol juega con la terminología hebrea, que se pierde en el griego: “Vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios; en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia” (versículo 10). Este complejo mensaje de Oseas es para mí, y también para ti.
Leer a Oseas resulta incómodo. No podemos explicar buena parte de lo que describe el libro. La severidad de los nombres de los hijos, la disciplina, la infidelidad, el ser un padre soltero, criar a un niño que no es suyo, aceptar a una esposa que ha sido infiel y con quien se había casa-do (posiblemente) sabiendo que era adúltera, son ingredientes que de-jan a cualquier lector en el filo de su asiento. Este es uno de los propósi-tos de Oseas: no es una lectura cómoda o que se pueda explicar fácil-mente. El amor del Padre está en medio de lo que no podemos enten-der.
A pesar de las limitaciones que podemos tener para entender a Oseas, la contradicción de un Padre que causa dolor no desanima al que “conoce” al Padre. No se trata de algo académico o simplemente cognoscitivo. Ese conocimiento se trata de una vivencia con el Padre. Oseas, más que ningún otro profeta, usa el íntimo verbo yada, que se traduce como “conocer”. Él condena a los que “no conocen a Jehová” (5:4), y explica que “mi pueblo fue destruido, porque le faltó conoci-miento” (4:6). Oseas finalmente invita a alcanzar “conocimiento de Dios, más que holocaustos” (6:6). Esa es la experiencia de los que son hijos; quienes aun en medio del dolor conocen la promesa de restaura-ción. El Padre celestial nunca quiere causar dolor a sus hijos, por eso los ayuda con la disciplina. Su amor es constante y eterno.

Referencias
1 Aunque tiene datos que podrían ser revisados, ver Charles Bradford, Sabbath Roots: The African Connection (Neck City, MO: General Conference, 1999).
2 Recomiendo leer el libro de James Dobson Cómo criar a las hijas (Carol Stream, IL: Túndale, 2010), que ha sido una bendición para mí.
3 Ver Ben Carson, Piensa en Grande (Grand Rapids: Zondervan Publishing, 1994) y Ma-nos consagradas (Grand Rapids: Zondervan Publishing, 2009).

Radio Adventista
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