Amar al prójimo no es necesariamente difícil, sobre todo cuando nuestro prójimo es alguien con intereses afines con el que compartimos un respeto mutuo. Pero se vuelve más complicado cuando nuestro prójimo es decididamente diferente a nosotros. ¿Podemos amar de verdad a alguien cuyas costumbres y cultura son opuestas a las nuestras? Amar a alguien que no sólo parece diferente, sino que se comporta de una manera que nos resulta extraña, puede no ser tan fácil.
Jesús siempre nos mostró cómo amar a nuestro prójimo, incluso a aquellos con los que era menos deseable relacionarse. Se hizo amigo de los recaudadores de impuestos y de las prostitutas, de los pobres e indigentes, de los discapacitados. Todos ellos estaban en la lista de amigos de Jesús.
Pero para que nuestro amor suba de nivel, debemos considerar también nuestra obligación de amar a nuestros enemigos, a las personas que están decididamente en contra de nosotros y que incluso pueden hacernos daño. Jesús también trató con esos individuos: los sacerdotes y los escribas que estaban tramando su asesinato.
Fue firme con sus enemigos, pero no amenazante. No se enfrentó a ellos a propósito, pero tampoco los evitó cuando vinieron a interrogarlo y a atraparlo. Sus respuestas y advertencias fueron siempre pronunciadas con un corazón de amor. Siempre mostró amor, incluso a sus enemigos. En la cruz, pidió fervientemente a Dios que perdonara a los que no sabían lo que hacían.
Qué riqueza de amor tiene Dios por cada uno de nosotros, que nos inspira y capacita para amar a todos aquellos “extraños en nuestras puertas”.
