En los capítulos 9 y 10 del Deuteronomio, Moisés contó la historia de la rebelión de los israelitas que tuvo lugar mientras Dios daba la Ley a Moisés en el Monte Sinaí. Moisés estaba tan enojado y molesto con su comportamiento idólatra y licencioso que arrojó y rompió las tablas con los Diez Mandamientos.
Después de otros cuarenta días y noches de oración, Moisés buscó el perdón para sí mismo y para el pueblo y finalmente fue bendecido para que Dios volviera a escribir la Ley en tablas de piedra. La Ley era demasiado importante para su salvación como para negarles esta clave para amar a Dios y a los demás.
Parte del pacto establecido con Abraham y sus descendientes incluía la circuncisión de los varones, un recordatorio tangible de que debían confiar en que Dios les proporcionaría el Mesías a través de su linaje. Sin embargo, Moisés hizo hincapié en que este signo externo de fe debía ir acompañado del signo interno de amor en sus corazones. Continuarán con ese amor circuncidando sus corazones, eliminando el pecado y mostrando, en cambio, amor a Dios y a los demás (Deuteronomio 10:16).
Cada uno de los seguidores de Dios debe tener esta circuncisión interior del corazón. Debemos dejar, o cortar, el ser “de cuello duro”, como Moisés llamó a su terquedad. David entendió bien este cambio interno. Él declara en el Salmo 51:6, “He aquí que tú quieres la verdad en lo íntimo, y en lo oculto me harás conocer la sabiduría.” RVA
