Dios fue muy vocal sobre la idolatría en el Antiguo Testamento. Es difícil entender por qué su pueblo se sacrificaría a otros dioses después de todo lo que su Libertador había hecho por ellos. Pero, incluso en los tiempos modernos, a menudo consideramos otras cosas más dignas de nuestra atención que Dios. Dios continúa queriendo que le impongamos toda nuestra atención y amor, en lugar de las cosas del mundo, incluidos todos sus placeres carnales. Similar a amar a Dios como uno de los mayores mandamientos, nuestro fracaso para amarlo supremamente es uno de los mayores pecados que podemos cometer.
Dios, a lo largo de las Escrituras, también tiene mucho que decir sobre el tratamiento de nuestros compañeros seres humanos. A menudo somos menos que amorosos incluso cuando se trata de hermanos y hermanas en nuestra comunidad de fe. Cotilleamos sobre ellos, no los ayudamos cuando lo necesitan y, en general, son demasiado laxos sobre cuidar a nuestros vecinos también. A veces, incluso podemos ser francamente opresivos con individuos o grupos de personas. A través del pensamiento y las acciones, les impidemos disfrutar de la vida como deberían. Casi nos regocijamos al verlos sufriendo y oprimidos. Se nos dice que amar a los demás es uno de los mayores mandamientos. Por lo tanto, no amarlos, o descuidarlos para cuidarlos, también es uno de nuestros mayores pecados.
